En el populoso barrio 23 de Febrero, del sudoeste rosarino, un taller de fútbol brinda contención a pibes y pibas. Tiene reglas propias, el objetivo es mucho más social que competitivo y hasta se cuela a jugar la literatura.
El fútbol es una herramienta maravillosa para trabajar distintas cuestiones y acceder a lugares en los que sin una pelota de por medio sería mucho más difícil. Con esa consigna, Facundo Roldán, trabajador social oriundo de localidad bonaerense de Salto que ya venía laburando de profe de panificación en el centro barrial 23 de Febrero (ubicado en Maradona y Espinillo), se lanzó a la aventura de desarrollar un taller con la redonda bajo la suela y con un profundo compromiso social. Con reglas propias que buscan evitar agresiones (un insulto genera un penal en contra), con la identidad y la inclusión como banderas, pibes y pibas de esa castigada barriada se olvidan al menos por un rato de sus problemas y corren detrás de una pelota o comparten un cuento de Fontanarrosa mientras toman una gaseosa.
En el nombre del barrio
El 23 de febrero de 1820, Manuel de Sarratea (representante por la provincia y ciudad de Buenos Aires en ese momento) y dos de los caudillos de la Liga Federal: Estanislao López (Santa Fe) y Francisco Ramírez (Entre Ríos) firmaron el Tratado del Pilar, que establecía que las Provincias se reconocían parte de un país futuro, en el que debía darse una constitución federal y un gobierno central. Es, justamente, el primero de los “pactos preexistentes” de los que habla el preámbulo de la Constitución Nacional. El 23 de febrero, además, es el cumpleaños (no nos atrevemos a arriesgar la cifra) de Mirtha Legrand. Y 23 de Febrero es el nombre que recibe un populoso barrio del sudoeste rosarino, pero nadie parece saber el porqué de su denominación. “Traté de averiguarlo en todo este tiempo pero no lo logré. Es más, el próximo 23 de febrero queremos hacer una movida en el barrio y jugar con las efemérides, que los vecinos y los pibes y pibas del taller tiren ideas de por qué el barrio se llama así”, confiesa Facundo Roldán, quien labura codo a codo con Leandro Saltamartini, y desde hace ya varios años dicta un taller de fútbol mixto con un profundo compromiso social: “Estoy ahí en el barrio, que está cerca del Toba, hace unos 10 años ya”.
El profe asegura que “siempre la idea es romper barreras”, y pone de ejemplo: “Desde que estoy trabajando ahí siempre se decía que los de este lado no podían cruzar de Rouillón para allá, y lo mismo al revés. Y yo siempre hice actividades allá o hacía que los pibes vengan para acá, y nunca pasó nada por una cuestión de bronca de una zona con la otra”.
Social y deportivo
Facundo Roldán asegura que le viene dando vueltas al asunto del fútbol y la inclusión social desde hace rato. “Siempre –dice– he escrito propuestas de fútbol, con la idea de que no sea exclusivamente de deporte, sino que le busqué una vueltita para que sea más que eso”. Por eso remarca que “tuve muchos años de fútbol social, en el que no solamente jugamos sino que también hablamos de nuestra identidad, pensamos –por ejemplo– por qué cada uno es hincha del club que es, y salían conversaciones copadas: por el abuelo, por algún tío”. Con el piberío, la cosa llega incluso hasta los libros: “Leemos también algo de Fontanarrosa y otros autores que escribieron sobre fútbol”.
Y después llega la conformación de un curioso reglamento, a puro Fair Play: “También le fuimos buscando la vuelta al fútbol, con reglas extrañas, como la de no insultar, no agredir, que es como la bandera de las actividades de fútbol, y son sancionadas con tiro libre o penales”. Las víctimas de alguna jugada lujosa y los morfones tienen su castigo: “También hay cosas lúdicas, como al que le hacían un caño tiene que hacer 5 lagartijas, hay momentos en los que hacemos fútbol a dos toques, y eso equilibra un poco, porque siempre hay uno que es el que se la morfa, gambetea a todos, saca ventaja y entonces los otros se aburren. Esto lo hace más parejo, más entretenido”.
Las mujeres, que vienen ganando terreno a lo loco en este deporte, también hicieron lo propio en las canchitas del 23 de Febrero. “Hasta antes de la pandemia tuvimos una experiencia muy buena de fútbol femenino, iban todas las instituciones del barrio: el centro de salud, el centro cultural El Obrador, el Centro de Convivencia Barrial (CCB) Rouillón, con Javier Díaz y Leisa Beltramini. Iban muchas chicas a jugar a la canchita del barrio”, resalta Facundo, con algo de bronca por la interrupción a la que se vieron obligados por el avance del coronavirus.
Pero este hombre no se queda en lamentos, ni de brazos cruzados. “Lo de ahora es el fútbol mixto, con la idea de lograr un avance de las mujeres en el fútbol, y sobre todo en los barrios”. Allí van chicas y chicos de entre 13 y 16 años, la edad en que “no tienen tanto prejuicio, y lo toman más que nada como un juego”, según indica Roldán.
Así que “escribí la idea –continúa–, me junté con los chicos del otro centro barrial (que queda del otro lado, más cerca del Toba) y les propuse hacer eso. Se coparon, así que vamos al polideportivo Deliot (en bulevar Seguí 5462) cada tanto, sino a la canchita del playón del barrio Toba, sino a la del 23 de Febrero”. El objetivo: “Que compartan el espacio del fútbol mujeres y hombres, sin distinción de sexo, y hasta ahora nunca hubo un inconveniente. Las chicas juegan muy bien”.
De todas maneras, este futbolero a morir reconoce que “con la pandemia se hizo todo más complicado, porque los chicos iban a la escuela o tenían clases virtuales, así que capaz una semana teníamos 40 y a la siguiente no venía nadie. Así que le vamos buscando la vuelta”, con otras propuestas como “patear al arco, esquivar conitos, juegos con la pelota”. Claro que esto “sería solamente la previa, y después se arma partido y se va sumando gente que pasa por ahí. La idea es llegar a armar un torneo de fútbol mixto. Es algo que se empieza a ver más en las canchitas de fútbol 5, que juegan todos mezclados”.
Salvo en esta época del año, con altísimas temperaturas, las y los chicos se juntan a jugar los miércoles, de 12 a 14. “Tenemos como 15 jóvenes que van a casi todos los encuentros, pero muchas veces se van sumando otros. Cuando jugamos en el playón del barrio Toba, que estamos a una cuadra de la escuela, cuando salen de ahí, antes de ir a la casa, se copan y vienen a jugar al fútbol”. En algunos momentos, incluso, la cuestión se desmadró, según admite Facundo con satisfacción: “Hemos llegado a ser 40 y se arma un quilombo lindo. Así que muchas veces he tenido que armar una especie de fixture, escrito con un ladrillo en el playón, con equipos con nombre, para desactivar la bomba, porque todos quieren jugar. Así que hacemos partidos a eliminación directa”.
Llevo el fútbol en la sangre
“Elegí el fútbol en su momento porque me gusta mucho”, revela Facundo Roldán, que además es profe de panificación en el centro barrial 23 de Febrero, ubicado justamente en calle Maradona 5710, aunque –valga la aclaración– no es en homenaje al Diego (sino a Esteban Laureano, un médico rural, naturalista, que falleció en Rosario). “Me apasionan las historias sociales del fútbol, su historia”, comenta.
La ciudad de Salto está en la provincia de Buenos Aires, a unas dos horas y pico de Rosario. Allí, Facundo tiró sus primeras gambetas, y en más de cuatro décadas de vida, lo sigue haciendo. “Jugué siempre al fútbol en mi pueblo. Ahora sigo, con un equipo que tenemos para jugar en la Siberia en un interfacultades. Juego en ese torneo hace más de 10 años”, señala este hombre, y destaca que “este tipo de laburo genera una filiación, un nexo con los pibes” del barrio, con quienes “muchas veces nos quedamos a tomar una coca después del partido, y te cuentan cosas”.
Por eso insiste en que “esto no sólo sirve para jugar, sino que uno va llevando el registro de esos chicos, en dónde viven, lo que hacen. Yo soy educador social y he acompañado a chicos que se anoten en la escuela, les he tramitado el DNI, hemos hecho análisis de salud”. Y cierra: “Esto va más allá del hecho futbolístico. Conocés sus familias, sus problemas”.
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