Llegó el 5 de mayo. El sol en un gesto cómplice se abría generoso para el encuentro que nos esperaba. Teníamos una cita con la historia. Después de 46 años entrábamos por primera vez en el lugar en el que funcionó el centro clandestino de detención conocido como la Quinta Operacional de Fisherton, que la maquinaria del terror estatal supo construir para desplegar su brutalidad e impedir que la utopía –que estaba a la vuelta de la esquina– se convirtiera en tejido fundante de otra humanidad.
Cuando llegaron los sobrevivientes, querellantes, familiares, militantes, amigos, amigas y autoridades al espacioso predio del Colegio San Bartolomé, ubicado sobre la avenida Calazans a la altura del 8000, donde operó el centro de exterminio, comprobaron con sus ojos lo ya que sabían: no había rastro material del lugar. El sitio fue demolido por el “colegio inglés” en el año 2016, cuando cayó la medida cautelar que protegía las pruebas de los delitos de lesa humanidad ahí cometidos. Crímenes que se tramitaban en el marco de la Causa Klotzman, en la que se juzgó y se condenó a los militares responsables de la detención y desaparición forzada de 29 personas, entre ellas cuatro mujeres embarazadas, entre agosto y octubre de 1976, y que dejó un saldo de dos sobrevivientes y tres niñxs que aún son buscadxs por sus familias para restituir su identidad.
Entonces, el gran encuentro fue con el suelo-sitio en una fuerte y necesaria evocación de la memoria con los pies en la tierra. Esa tierra que brillaba a cielo abierto en su verdor, a medida que era caminada y recorrida por sobrevivientes y familiares. Tierra en la que aparecían pesares, recuerdos, resistencias y preguntas, una muy dolorosa y casi inexorable: ¿Estarán, aquí, bajo este suelo, nuestros afectos y amores? La respuesta queda inconclusa aún, junto a la dudosa posibilidad de las palabras para narrar, cuando la garganta se cierra, las lágrimas no piden permiso y el aliento se entrecorta en la mezcla de emociones.
Pero sin dudas, ese día histórico inauguró un tiempo nuevo que le arrebató al olvido parte de su dominio feroz y la presencia honró la memoria en carne viva. Porque la memoria brota, busca y estalla de mil maneras para contar lo que sucedió, lo que nos sucedió, porque sabemos que se resiste a ser silenciada. A pesar de sus trágicos éxitos, la maquinaria de la muerte no pudo doblegar la fuerza obstinada de la memoria que no se deja acallar.
Vale acá –una y mil veces– el reconocimiento político y amoroso para quienes no están, y para quienes siguen levantando las mismas banderas de un país justo, libre y soberano. Y en este caso el agradecimiento sin fin a Abuelas de Plaza de Mayo Filial Rosario y a Hijos Regional Rosario que –junto a otros Organismos de Derechos Humanos y diversas autoridades locales, provinciales, nacionales y universitarias– amasaron este potente acto conmemorativo en el que se cambió la fisonomía de ese suelo desnudo y se plantó memoria, por la verdad y la justicia con 33 árboles nativos, con una placa con sentido de semilla y otras marcaciones que son faros que nos muestran hacia donde no queremos ni debemos volver.
¡¡¡NUNCA MÁS!!!
*Docente y secretaria del Área de DDHH de la UNR.
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