En el mes del nacimiento y del debut en Primera de Maradona, Guillermo Blanco, quien lo acompañó en sus primeros pasos y llegó a ser su jefe de prensa hasta 1986, recuerda al más grande futbolista desde su costado más humano.

Cada vez que llega el mes de octubre, el nombre y la eterna figura de Maradona sobrevuelan los cielos del mundo entero. Y más aún desde su paso a la inmortalidad, el 25 de noviembre de 2020. Guillermo Blanco, periodista de raza que supo poner su pluma al servicio de las revistas El Gráfico y Goles y los diarios El Mundo y Crónica, entre otros medios, tuvo el privilegio de ver crecer al Pelusa y de acompañarlo en su paso por Barcelona y Nápoles, además de cumplirle el sueño de conocer a Pelé. En diálogo con El Eslabón, el autor de Maradona, ´uomo, il mito, il campione –primer libro escrito sobre el Diego– recuerda al más humano de los dioses.

Con un par de lienzos crotos

“Lengua afuera, camiseta blanca con dos tiras verticales rojas a un costado, pantaloncito negro, zapatillas flechas, medias bajas, chiquito, recién cumplía 13 años”, así describe Guillermo Blanco su primer encuentro con el Pelusa, y detalla: “Te juro que lo estoy viendo, fue en Embalse Río Tercero, a fines del año 73. Con la recuperada democracia se hacen los Juegos Evita y ellos van a jugar las finales a esa ciudad cordobesa”.

Ese era el Maradona de Los Cebollitas, los juveniles de Argentinos Juniors que dirigía Francis Cornejo, y que perdieron ante un equipo de Santiago del Estero. En aquel cruce, Diego demostró que pese a su habilidad, era humano: en la definición por penales falló el suyo. Pero un año más tarde, en ese mismo certamen, se tomó revancha y fue campeón nacional por primera vez.

Para Blanco, por entonces cronista del diario El Mundo, aquella fue una de sus primeras coberturas fuera de Buenos Aires. “Fue una experiencia muy linda”, dice el también autor de Los Juegos Evita. La historia de una pasión deportiva y solidaria, y rememora aquel primer flechazo con ese pibito: “En aquel entonces Diego me miraba a mí, yo no lo miraba a él. Porque yo era periodista y para los chiquitos de 12 o 13 años ver a un periodista y que le hagan una nota era curioso. Pero con el tiempo se fue acentuando una relación”.

Los sueños del pibe

Después vino el debut en la Primera del Bicho, y el Diego tenía un sueño, que no era aquel de “jugar un Mundial”: quería conocer a Pelé. “Mi relación con él me regaló, entre otras cosas, llevarlo a Río de Janeiro” a ver a quien era por entonces el mejor jugador del mundo. Guillermo, para la revista El Gráfico, organizó y presenció aquel encuentro entre O’ Rey y quien, con el tiempo, le quitaría ese trono como el mejor de todos los tiempos.

Entre los anhelos menos conocidos de Maradona también estaba el de “comprarle una casa a sus padres”, según comenta su ex agente de prensa. “Don Ernesto Duchini siempre decía que el fútbol era un producto de las clases bajas, y más bajas todavía, y Diego era eso. Y como tantos otros chicos el sueño era la casa. Algunos pensaban en un auto, que tuvo un usado, un Fiat creo que 125, y después un Taunus. Pero nada de excentricidades”.

Con la firma de su contrato, el club de La Paternal le alquila una casa, la de la calle Argerich, hasta que en 1979, tras el título con la Selección juvenil en Japón, se compra la de calle Lascano, hoy devenida en museo. “Está igual. Fui y me pegó mucho estar ahí, subir la escalerita donde charlábamos tanto, donde hacíamos notas y hablábamos tanto, ni siquiera de fútbol. Está muy cerquita de la cancha de Argentinos. Me remueve mucho hablar de Diego”.

El andar tras los pasos de D10S también llevó por el mundo a Blanco. “Estuve con él en Costa de Marfil, cosas que son impensables ahora, como haber sido el único periodista que acompañó a Boca después de haber sido campeón en el 81 a Costa de Marfil junto con El Zoilo (Gerardo Horovitz), el inolvidable fotógrafo de El Gráfico”. 

Luego vino Barcelona, Nápoles y el despegue definitivo. Y con ello, el fin de las relaciones laborales entre Guillermo y Maradona. “En general estuve con él no en su época de gloria. Salvo el campeonato de Boca, después vino la hepatitis” en el Barça, “y la fractura de Goikoetxea”, también en el club catalán. “Uno la vivió muy de adentro, en la habitación de la clínica”. Después llegó la multitudinaria presentación en el estadio San Paolo –hoy Stadio Diego Armando Maradona–, en lo que fue un amor a primera vista entre el Pelusa y los napolitanos. “Estuve con él en esa primera etapa, hasta antes del Mundial 86. El tema ya venía por otro lado, ya era otra historia, otra gente y otro él. Percibí que era muy difícil tratar de ayudarlo y me volví a Buenos Aires”.

Diego cumple

“Fueron muchos los cumpleaños que compartí con Diego”, dice Guillermo Blanco sobre esos festejos en los que el agasajado todavía era el Pelusa y no Maradona. Nació el 30 de octubre de 1960. En el hospital Evita, como no podía ser de otra manera. “Recuerdo los primeros, en la calle Lascano, calculo que habrá sido en el 80 o 79, después del Mundial de Japón. Estaba refaccionando la casa, el patio. Y siempre estaba la familia y muy pocos amigos, era mucha familia, porque es una familia muy grande. La Tota, siempre haciendo algo con las hermanas de Diego, y como alguien más de la familia Jorge Cyterszpiler. Y más acá en el tiempo recuerdo cuando llegó a Nápoles en junio y en octubre se hizo una fiesta muy linda en la que se invitó a muchísima gente”, repasa el cronista, y admite: “Era otro Diego. Todavía, para los de adentro, era Pelusa, para la madre, los hermanos y algunos amigos que le quedaban. Era un chico común que nada más jugaba muy bien al fútbol y empezaba a notarse que tenía algunos privilegios de la vida que otros chicos, cebollitas como él, no lo tenían: la noche, la fama, las notas. Pero no pasaba de ser un chico más hasta entonces”.

La figura de Diego fue creciendo dentro de la cancha –Mundial 86 y scudettos con el Napoli– y fuera. “La vida lo fue llevando para otros lados y no hace falta ser muy intuitivo para ver o imaginar cómo fue todo lo demás. Yo tuve la suerte, no sé si decir suerte, de vivirlo un poco desde adentro y notar que se avecinaba un final. Largo, pero final al fin”.

Por último, Guillermo Blanco intenta resumir lo que le corre por el alma cuando habla de Diego Maradona: “Es parte de mi vida. El afecto que le tengo está resumido en el Lalo, que es el que queda de los varones, porque el Turco (el otro hermano) también se nos fue. Hablo también, a veces, con su hermana mayor. Esa familia está en lo más profundo de mi corazón”.

El día y la noche

“Yo tuve una infancia muy linda en mi 9 de Julio natal”, dice Guillermo, y confiesa que “ahora valoro más aquella época, como jugar al fútbol, tocar la guitarra, estar con los amigos, ir al parque General San Martín. Hasta una canción le hice al pueblo”. Repasa que su madre era maestra y su padre un policía de pueblo “que por suerte enseguida se retiró”, y destaca a sus hermanos, amigos y amigas asegurando que “eso era: música, deporte y respirar el aire libre”. “A los 17 años ya andaba por Buenos Aires y tuve una tía, que vivía en Ramos Mejía, que me impulsó a meterme en este tema, en este ambiente del periodismo que no era fácil. Aunque nunca lo pensé como fácil o difícil. Siempre se fueron dando las cosas, y tuve la virtud o la suerte de no tener que salir a pedir trabajo”, sentencia este hombre que rápidamente se ganó un lugar en la redacción de la prestigiosa revista El Gráfico, “que en aquella época era lo más, no sólo en Argentina, sino a nivel mundial”. 

En cuanto a sus condiciones dentro de una cancha de fútbol, Blanco rememora: “Jugué en San Martín de 9 de Julio, a los 15 años, de delantero y también de arquero. Jugué con tipos de la talla de Rodolfo Fito Michelli (integrante de la delantera de Independiente que fue enterita a la Selección), con Jorge Moussegne, que era el 2 de aquel equipo, y con Miguel Reznik, gran jugador de Huracán”. Y por supuesto también tiró pases con el más grande: “Llegué a jugar, en otro plano, con Diego. Lo ayudé en la recuperación de la fractura en Barcelona y en Nápoles recuerdo un partido jugando con Sívori y Diego juntos que me quiero morir porque no tengo fotos de ese momento”.

Por último, al ser consultado sobre el famoso entorno que rodeó (y para muchos perjudicó) a Maradona, el escritor desliza: “Hay algo de verdad y algo de fábula, como todo. Al verlo de afuera se ve de una manera, y de adentro se ve de otra. El entorno es de alguien. Y Diego era alguien, era un sujeto (y no un objeto como fue al final de su vida), y con el correr del tiempo y su madurez fue eligiendo. Después tuvo la enfermedad que lo avasalló, pero cada uno es dueño de su destino. Los entornos no son el núcleo del tema. Diego tuvo una vida muy difícil de llevar, como todos los grandes del espectáculo, del deporte. ¿Quién no cae en ese tipo de cosas, en mayor o menor medida? Es muy difícil soportar la vida desde ese lugar. Sería muy pedante de mi parte decir cómo se dieron las cosas pero lo digo porque no hay nada bajo el poncho. Yo nunca lo vi a Diego como un mito ni nada parecido, por eso es que hablo de esta manera y no trato de salir demasiado públicamente porque muchos de los que han salido, salvo alguna excepción, como mi hermano Fernando Signorini y algún otro, son más de la noche que de lo otro en lo que Diego fue el más grande, que fueron el día y la cancha”.

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