La movida empezó de la mejor manera. Están en una asamblea, en el mismo club donde se encontraron por primera vez, a la que asisten más de cuatrocientas personas.

Él se encuentra sentado detrás de la mesa que preside la reunión, a un costado. En el centro se halla Joe junto con el secretario adjunto, y el resto de los vocales ocupa las demás posiciones tras la mesa, también con centralidad, lo que vuelve notorio el sitio que ha elegido.

Joe está exponiendo el plan de movilización que ha elaborado la comisión directiva cuando sus ojos se desvían, distraídos, hacia el techo del salón en el que unos ventiladores enormes giran con lentitud. Las paletas de los ventiladores atrapan su mirada que empieza a acompañar cada vuelta que realizan. El movimiento provoca, entonces, la aparición de esas lucecitas que suelen irrumpir de manera imprevista, porque sí, cada tanto, y que ahora adoptan formas de pajaritos. Ve, de tal modo, pajaritos rojos, anaranjados, azules, que no van a ninguna parte y se limitan a dar vueltas sobre el mismo lugar. Por momentos los pajaritos parecen volar más rápido, por momentos más lentamente, como si sus desplazamientos dependieran de algún ritmo desconocido. 

Lo saca de su contemplación absorta la voz de Joe, que en este momento se dirige a la concurrencia para decir que hay que comenzar ya mismo con una campaña reclamando aumento de salario. ¡Tenemos que pedir doscientos mangos por viaje!…, exclama, desatando una ovación por parte de los presentes.

Pasan, entonces, a organizar la campaña. Coinciden en agruparse por seccionales o barrios, con el fin de que los compañeros que trabajan en esos lugares vayan a hablar con las empresas que funcionan en ellos. El secretario adjunto toma un papel y se pone a anotar la lista de los afiliados que se moverán en cada barrio.

“¿Estás seguro de lo que estás haciendo?…”, siente que de pronto una voz lo interroga. No ve a nadie, pero la voz sigue hablando: “¡Te vas a meter en quilombos al pedo!… ¿A dónde querés llegar con esto?…”. Inquieto, mira debajo de la mesa sin encontrar nada. Se toma la cabeza con las manos, como si quisiera evitar escuchar a esa voz que sigue diciendo: “Vos tendrías que estar con tu familia, disfrutando de tus pibes y tu jermu…”.

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