La frase entrecomillada que encabeza esta reseña de Obstáculos (CR Ediciones), de Luciano Lucho Trangoni (Rosario, 1974), no es más que el título de una balada gloriosa de Paul Simon, grabada por el dúo Simon & Garfunkel en un álbum de 1966. En un tramo de la letra, Simon escribió: “Y lees tu Emily Dickinson/ y yo mi Robert Frost,/ y anotamos nuestro lugar con marcadores/ eso mide lo que hemos perdido./ Como un poema mal escrito/ somos versos fuera de ritmo,/ pareados fuera de la rima/ en tiempo sincopado/ y la conversación interrumpida/ y los suspiros superficiales/ son las fronteras de nuestras vidas”.
Este libro de Lucho que hoy presentamos tiene para mí el ritmo sincopado que identifico con el poema/canción de Simon, donde se rompe la cadencia, se alteran los ritmos. El poeta, un ser humano entrañable, dueño de una gran ternura, nos habla desde el dolor, casi en espasmos. Y parado allí donde el sentido se torna oscuro, rugoso, áspero al tacto.
Siguiendo la estela forjada por los libros que lo precedieron: La confusión de las lenguas (2012), El sanatorio de los hechiceros imaginarios (2016), Los obreros de la tierra (2019) y Ceremonial del abismo (2021), el ahora recién llegado quinto poemario, Obstáculos, bellamente editado por CR Ediciones, nos propone una excursión a las luces y sombras que pululan en torno a la piel en asedio de Trangoni.
En una operación a corazón abierto, Lucho despliega ante nosotros, como sobre un gran friso en medio de la tempestad neoliberal, los obstáculos que debe sortear su vital peripecia, sumida en el maremágnum de los cuerpos que castigó el viento impiadoso de la Pandemia.
Este libro nos invita a una suerte de viaje al corazón de las tinieblas. Porque es menester, sin más, reconocer que surcar muchas de sus páginas sin duda nos conmina a entrar en una habitación a oscuras.
En contrapartida, haciendo gala de una luminosa honestidad intelectual, infrecuente en la poética contemporánea por estos lares, el poeta exhibe sin pudor sus heridas, que le han sido infligidas tanto en los estrechos callejones del amor, como en su agónica relación con el alcohol.
En ese sentido, cabe señalar que Obstáculos se inscribe claramente en una tríada que inauguró Los obreros de la tierra, tuvo una evidente continuidad en Ceremonial del abismo y se despliega con gran contundencia en este poemario que hoy celebramos.
El epígrafe de Leopoldo María Panero que abre el libro nos sugiere el clima que va a rondar estos textos, al hablarnos de “habitar en las cadenas”.
Ya en el primero de esta serie de 41 poemas, todos sin título y carentes de signos de puntuación, Trangoni nos confiesa: “amanezco sediento y me arrastro/ como un gusano desde el colchón/ hasta la cocina donde bebo/ las pocas gotas de agua estancada/ que se juntaron durante la noche/ formando un charco/ detrás de la heladera”.
Y nos adelanta ya en este poema inaugural algo que se va a repetir a lo largo de todo el libro, y que es la imposibilidad de “conciliar el sueño”. La reafirma dos páginas después, al confesar: “cuando me acuesto/ jamás duermo/ sólo me recuesto”.
En las crueles lides de la subsistencia, el poeta nos revela en la página 12: “ni masturbarme puedo a este ritmo/ pero se me exige más/ mucho más/ de lo que soy”.
Una página después, Trangoni asume su orfandad: “por suerte jamás recibo/ cartas de amor/ de lo contrario no sabría/ dónde/ cuándo/ cómo/ responderlas”. Y más adelante asegura ser “el pez/ que el río odia”.
En la página 20, Lucho nos acerca noticias de un poeta que ama: “dentro de una habitación helada/ Artaud/ se rasca la cabeza con frenesí”, dando cuenta de su abandono existencial.
En la página 24, describiendo a un mendigo, un paria de la sociedad neoliberal, el poeta lo define sin atenuantes ejerciendo una crítica claramente anticapitalista: “su malgastado cuerpo se pasea/ entre las hojas secas/ destrozadas/ por los zapatos de la cultura occidental”.
Ya en la página 25, Trangoni se sumerge en uno de los conflictos centrales en su existencia: la relación compleja y agónica con la bebida. En un pasaje de gran dramatismo, deja constancia del pedido desesperado de su compañera: “me ruega que alcance la vejez/ me suplica con los ojos llenos de lágrimas/ que haga yo un esfuerzo/ que deje/ la bebida”.
Y en los dos poemas siguientes el conflicto persiste: “no tuve más remedio que golpear/ las puertas de una parroquia/ y meterme de lleno en las reuniones/ de alcohólicos anónimos”; aunque unas líneas más adelante reconoce: “y ahora que la memoria me permite/ organizar estos recuerdos/ una lata de cerveza suda y tiembla/ en la mano con la que saludo a mis extraños”.
Este remate parece remitir a aquella línea de un poema de Malcolm Lowry: “Sin tiempo de pararse a pensar,/ la única esperanza es el próximo trago”.
En el texto siguiente, Trangoni asegura que “el alma debe aprender a recordar/ y sin embargo nos pasamos la vida/ masticando chicle/ bebiendo latas de cerveza/ botellas de nafta súper”.
En el poema de la página 28, el poeta acerca al fuego de sus versos a dos escritores queridos y admirados: “ahora que deambulo/ por este insólito ballet humano/ en el que no comprendo exactamente/ cuál es el problema/ me da por imaginar la silueta de Nietzsche/ llorando de rodillas/ sobre un caballo que de a poco muere/ mientras tanto todo/ se derrumba a mi alrededor/ a una velocidad desesperante/ y se revela ante mí la otra imagen/ la imagen de Jacobo Fijman/ el extranjero/ el expulsado”.
En la página 33, resplandece el poema que da sentido y sostiene al título y a todo el poemario:
“más allá del derrumbe
los escombros
la página en blanco
las apariencias tranquilizadoras
más allá de la pesadilla literaria
los testamentos apócrifos
las trampas que nos tiende el miedo
los pantanos
en
que
se
pierden
estos poemas
con los años he comprendido
que los obstáculos
están allí
para hacernos ver
aquello que la luz
nos niega”
Finalmente, en la página 41, Trangoni despliega en un texto luminoso (tal vez el más bello del libro), y a manera de una declaración de principios, su Ars Poética:
“la literatura no es
de ningún modo
el canon de la literatura
dijo el profesor y tragó saliva
la literatura es
en todo caso
el último salvavidas al que te aferrás con desesperación
resistiendo hasta el final
cuando ya no queda nada
y cuando digo nada
es nada
dijo el profesor y algo tembló detrás de sus anteojos
la literatura son los obstáculos
los orgasmos imaginados durante el encierro
la tos del fumador
y ahora que lo pienso
continuó el profesor rascándose la pera
la literatura es lo más cercano a una mujer infiel
que se masturba en la oscuridad
y siente vergüenza
y culpa
mucha culpa”.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/07/23
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