El escritor marplatense Carlos Aletto se zambulló en la historia de dos pibes que ven por la tele el inolvidable gol de Diego a los ingleses para darle forma a la novela Once segundos. Se presenta el 9 de agosto en la Feria del Libro Rosario.

Un 22 de junio, el periodista y escritor Carlos Aletto murió mientras jugaba al fútbol con amigos. Un infarto lo dejó tendido en la canchita. “Pero me resucitaron”, aclara este hombre que finalmente pudo contar la historia. Otro 22 de junio, pero del año 1986, el tiempo también se le detuvo por once segundos, que además de darle nombre a su libro, fue el tiempo que tardó Diego Maradona entre recibir el pase de Héctor Enrique y patear luego de dejar atrás al arquero Peter Shilton en el Mundial de México. “Me di cuenta de que ese día, ese gol, esa fecha estaba atravesada por mi historia personal. Así que me dije que ahí estaba la historia”. Aletto se refiere a la novela de reciente aparición que se presentará el miércoles 9 de agosto en el marco de la Feria Internacional del Libro Rosario que se llevará a cabo en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa.

Los once de memoria

Con 19 años, Carlos Aletto siguió en el televisor de su casa cada uno de los once segundos de la jugada que derivó en el gol de Maradona a los ingleses. “En realidad fueron 10,56”, precisa. Los recuerda a la perfección porque vio esa “corrida memorable” infinidad de veces. Y en cada una de esas repeticiones, admite, se emociona.

El 25 de noviembre de 2020 es otra de las fechas que marcó a fuego al autor de Once segundos. “Ese día, en el que no hubo milagro y Maradona murió, me di cuenta de que toda nuestra vida estaba atravesada por él”. Dice que tras el pase a la inmortalidad de Diego sintió “un dolor desgarrador, estaba hecho pedazos”, y también recordó su propia muerte, nada menos que un 22 de junio. “Jugando un partido de fútbol yo me morí, pero literalmente. Tuve un infarto y caí muerto. Pero me resucitaron”.

Vaya si la vida de Carlos Aletto estuvo atravesada por la figura de D10S. Por eso, en plena pandemia se largó a novelar la historia de Daniel y el Gordo Aletto, dos amigos de un barrio en los márgenes de Mar del Plata que siguen, atentos al televisor, la jugada de todos los tiempos.

Tras remarcar que “la historia va y viene en el tiempo”, relata que “en un momento los chicos van a un basural a buscar alguna pelota que alguien haya desechado, o algo para jugar. Los dos quieren ser jugadores de fútbol. Uno, Daniel, es muy habilidoso; el otro, el Gordo, es muy rústico, malo, y decide que va a ser escritor”.

En ese juego entre la realidad y la ficción, el periodista de Télam y escritor cuenta que “en el 85, acá en Mar del Plata había tenido un amor de verano, de playa”. Pero al parecer no fue sólo eso porque el protagonista “había quedado muy obnubilado con una historia de amor con esa chica a la que Daniel llama la Cheta de Buenos Aires”. Y continúa: “El protagonista, siendo maradoniano y futbolero, no recuerda dónde estaba ese día, que es algo muy loco porque a esas fechas uno las recuerda con mucha fuerza. Entonces, en la novela, ese anclaje frente al televisor tiene que ver con recuperar un lugar que casi está obnubilado en la mente del narrador. Y ese escritor, que soy yo, que tenía casi olvidado ese momento por una historia de amor que lo había obnubilado todo, busca reconstruir de alguna forma un momento que tenía casi perdido frente al televisor de aquel gol que después uno vio miles de veces”.

Empieza el ritual

Este Licenciado en Letras y ganador de varios premios literarios asegura que cada vez que se topa con ese gol emblemático se sigue emocionando. “Lo he visto mil veces y lo sigo haciendo. Es una jugada hipnótica como la jugada colectiva en la final de Qatar que termina en gol de Di María”.

El autor de Diálogo para una poética de Julio Cortázar, Capítulo Borges y Antes de perder –entre otras obras–, sostiene que en ese apilar ingleses y marcar un gol “hay algo del rito”. Y se explaya: “Lo ritual y la circularidad, se dice, anulan la muerte. Yo creo que ahí está eso, la idea de repetir ese momento, de estar ahí. Igual que el fútbol: por ejemplo, cuando veo a San Lorenzo no puedo pensar en otra cosa que lo que está sucediendo dentro de la cancha”. Además, agrega que “esa épica tiene encantos especiales, y no sólo por la Guerra de Malvinas sino por el propio microclima que había creado Diego cuatro minutos antes haciendo el gol con la mano. Hay algo maravilloso ahí, épico, que no creo que lo podamos igualar aquellos que lo vivimos”.

En Mar del Plata fui feliz

“Recuerdo una vez en la casa de mis abuelos que estaban viendo un programa de grandes, un sábado. Y fue invitado un nenito que a mí me atrapó porque hacía jueguitos y no dejaba caer la pelota al piso”. Al sábado siguiente, el niño Carlos Aletto volvió a lo de sus abuelos para volver a ver a ese chico como él haciendo malabares con una pelota de fútbol, pero no tuvo suerte. Recién años después sabría que ese programa se llamaba Sábados circulares, que su conductor era Pipo Mancera, y que el pibito invitado aquel sábado de 1971 fue Diego Armando Maradona.

Pero este marplatense no vio al Pelusa sólo detrás de una pantalla, sino también detrás de un alambrado, cuando Argentinos Juniors fue a jugar contra el San Lorenzo de esa ciudad costera. Y lo vio convertir sus primeros goles. “Lo vimos acá, en vivo, en el estadio San Martín. Nos colamos con un amigo y un par de pibes más. Subimos un paredón, era muy fácil colarse”.

De aquel debut de Diego en la red rememora: “El partido iba 1 a 1 y era muy mediocre hasta que entró este pibito de 16 años y la rompió. Quedamos impactados. Sobre todo Daniel, que es el otro protagonista de la novela. Al otro día fue y encontró el recorte en el diario La Capital de Mar del Plata. Y marcó un puntito negro y uno blanco y dijo «acá estamos nosotros dos»”. Ese recorte, que en la novela tiene una historia trascendental, se termina transformando en un barquito. Porque la novela cruza no sólo la vigilia, sino los sueños y la fantasía”.

Recuerdos que mienten un poco

“Diego me dijo que no fue con la mano, y yo le creo”. Así declaró Bilardo tras la victoria ante Inglaterra cuando le preguntaron por el primer gol de ese partido, y mantuvo firme esa postura hasta su última aparición pública. “En la novela se menciona esa mano, pero los protagonistas todavía están incrédulos porque no saben bien en esos cuatro minutos que pasaron entre un gol y el otro, si realmente fue o no con la mano. Y discuten sobre eso”.

Esa picardía de potrero del Pelusa le dio pie a Aletto para hacer “una especie de homenaje a la mentira y al engaño”, palabras bastardeadas si las hay. “Cuando la vida te queda chica, aquello que no nos contaron cuando éramos pibes para no hacernos doler, es de los mejores momentos de la vida. Hago una especie de elogio de eso”.

Tras remarcar que una avivada tal “hoy sería impensada por el VAR”, el cronista subraya: “Nuestro juego nacional de barajas es el truco, en el que la mentira es fundamental”. Y vuelve a la mano de D10S: “Hay un momento previo a ese gol en el que a Diego le pegan y la agarra con la mano y se la lleva. Es como una venganza inmediata. Los ingleses hicieron cosas peores que lo que hizo Maradona con la mano. Hicieron el gol invisible”, aporta en referencia al denominado “gol fantasma” ante Alemania en el 66 que le dio al dueño de casa su único título mundial.

Y hablando de Mundiales oscuros, si bien el eje de Once segundos es el 86, el disputado en el país en 1978 también tiene lugar en sus páginas. El autor recuerda de esos años de dictadura que “nosotros lo sufrimos mucho” porque “éramos de los márgenes de la ciudad y lo padecimos aún más”. Sin embargo, aclara, “tengo buenos recuerdos de ese Mundial” en el que Daniel Passarella levantó la copa. “Salí a festejar con mucha alegría”.

A la vez rememora que en las calles no todo era un clima festivo. “No se podía decir nada –relata–. Una vez dije algo en un supermercado sobre el peronismo y mi mamá me dio una cachetada”. Y remarca que “de lo otro que pasaba” –desaparecidos, persecuciones, torturas, plan económico, etcétera– “lo fui descubriendo con el tiempo”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 29/07/23

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