Tanto machacarle al extremo de la posibilidad, de la exigencia, del hacer sin importar nada de nada. Ahora, el trofeo que te llevaste a casa para siempre es uno solo: el movimiento de tus ojos. No podés mover nada más. Tus ojos van para un costado, para el otro, hacia arriba y hacia abajo. También podés revolearlos, abrirlos y cerrarlos, pestañear suave o rápido. El resto: naranja mecánica. 

¿Viste que te lo habían dicho, eh? Y vos le diste nomás, para adelante, derecho viejo, al cubo, a la enésima potencia, al octaedro, a las infinitas posibilidades de ponerte cerca del cielo, disparar, hacer de tu cuerpo un material de venta libre, exclusiva, propiedad de las federaciones internacionales, de los estados parte, del rigor y la mar en coche, del coche que casi te mata, pero acá estás, te ves, vos misma, en tu sillita de ruedas, acorde, perfecta, no se te escapa un pelo. Esa perfección que tanto buscaste rigurosamente, rigor mortis linda, rigor mortis, el movimiento de los ojos y tu mirada perdida, que ya no encuentra el horizonte porque la única perspectiva que se ha ocupado de vislumbrar desde su cortísima altura fue, y fue para siempre: el podio. 

Y arriba y adelante fuiste, como torbellino, un poco loca, otro poco adicta: desmesurada, enceguecida, enrojecida y sobradamente ardida por la necesidad de reconocimiento. A ver si por fin alguien se dignaba a verte. 

Y mirate ahora, Lara Perkins, ex gimnasta artística, campeona mundial de paralelas y estilo libre en suelo; campeona panamericana de paralelas en 1998, estilo pecho; campeona y subcampeona olímpica en Atlanta 96, estilo mariposa; medalla de plata en los Juegos Suramericanos de la Juventud, estilo espalda; campeona provincial y nacional en salto, estilo mariposa, 1994; subcampeona mundial, estilo libre, pecho y espalda, 1993. Morir y vivir todo a la vez o nada de nada: la libertad del pellejo sobre la silla de ruedas que te banca el peso y las escaras, los dolores y las marañas de pelos que te crecen por dentro, se van ramificando, se hacen fuertes, arden, si las prenden. Eso, demente. 

Te comunicás con el movimiento de tus ojos, le mandás datos a la computadora. La Universidad Tecnológica Nacional, en conjunto con universidades extranjeras, ha logrado diseñar y desarrollar un artefacto de inteligencia artificial que permite traducir el movimiento de tus ojos en clave de oraciones y, como aún le falta precisión, lo vas corrigiendo en cada uso. Estás entrenando a la máquina como alguna vez te entrenaron a vos. Un dispositivo que sólo entiende consignas binarias, sí/no, bien/mal, arriba/abajo, derecha/izquierda, lindo/feo, triunfo/fracaso, vivir/morir. Todo vuelve en la vida, Lara Perkins. 

Cuando te entrenabas y te golpeabas y tu entrenador te decía que no era nada ese pedazo de golpe que te acababas de dar contra el piso y que te había dejado la panza toda moretoneada, raspada, roja y con hilitos de sangre que chorreaban y te iban manchando las medias, la calza, las manos, la ropa, los deseos, ¿te acordás ahora?, toda te manchabas con esa sangre. Y no era nada, porque el entrenador te decía que no lloraras, que no fueras maricona, que no te podía doler así un golpecito tan pavo como ese ¡track! que vos sentiste en la espalda cuando caíste de panza al piso y, con la columna toda arqueada, las piernas se te pusieron arriba de la cabeza. La primera vez dudaste pero la segunda, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta, la séptima terminaste de convencerte de que tenía razón tu entrenador, que ese golpe que no te dejaba respirar no era nada, que no dolía porque no era nada.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 11/11/23

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