Dos noches sin dormir, meta café y tabaco; anhelando/acariciando la idea de descansar al fin y recuperar energías gastadas al pedo, soñando con tener un trampolín al pie de la cama, mandarme un clavado para, ya en el aire, desmayarme, inconsciente, y caer flameando como pluma de dibujito animado de antaño, suave, hacia los brazos de Morfeo. Dos noches sin dormir, ojeras de oso panda en el espejo de mi suerte acabada hace tiempo, dolores en los omóplatos, como dos perros mordiendo sin clemencia, la cintura que parece partirse al medio, y la imagen de Sasha girando en los pensamientos; mascota ya viejarda de la familia, internada, batallando por seguir un cachito más entre nosotros, mientras el ventilador de quilombos cotidianos y responsabilidades no para de girar en la sien.

Ni bien apoyo la cabeza en la almohada, suena el teléfono con el nombre de mi hermana dibujándose en la pantalla, atiendo rápido y me avisa que Sasha no se la bancó y rajó pal’ infierno de las mascotas, mientras quedan grabados sus ladridos, sus besos interminables y una cicatriz de tres puntos al lado de mi boca como resultado de alguna noche que la anduve molestando más de la cuenta y en su idioma animal expresó que deje de romper las pelotas. Mi hermana me dice que tenemos que avisarles a nuestros viejos de la pérdida reciente cuanto antes, le digo que son más de las 12 de la noche, que estoy fusilado y necesito descansar, me dice que avisemos igual y después me acueste tranquilo, le digo que entonces, la paso a buscar porque esa bomba no la iba a tirar solari. 

Así que, me cambio, pateo la motito; salgo en su búsqueda y arrancamos la misión de dar la noticia irreversible. Una vez dentro de la habitación de los viejos, prendo la luz, y ante la sorpresa de padre y madre suelto que: “¡Se murió Hiroshima!”, a lo que mi hermana corrige que “Sasha, pelotudo! Hiroshima (la negra de ojos tristes como este pobre diablo) se murió hace dos años”. Me retracto que “Sasha entonces”, mientras mi madre, decía “pobrecita” y lloraba, el viejo, pega un salto de la cama, y dice que “vamos a enterrarla”. Le digo que “¡estás en pedo! Que van a ser la 1 de la matina, que no dormí, que la perra está en la veterinaria y que”…“llamá al veterinario que la traiga ahora” dice el viejo, y la reputísimamadrequelosremilparió, pienso yo. Llamo al veterinario a ver si me la puede traer, y con voz de ojete me dice que “dame un ratito y te la llevo”.

Ilustración: Mauro Gentile

Arrancamos entonces, mi viejo, mi hermana y yo, hacia la casa de “la cortada”, lugar donde habían dado a luz a mi viejo, dentro de un baño, horas después de que mi abuelita haya parido a su hermana, donde la partera, después de haberla sacado, rajó asustada al ver que mi abuela estaba sintiéndose muy mal, y no dar cuenta que adentro estaba el Toto (creo que es de los pocos casos en la historia donde los mellizos cumplen los años en diferente día).

Buscamos dos palas y me dirijo hacia el fondo, donde había algo de tierra para hacer el pozo, cuando mi viejo me detiene para decirme que “allá atrás no, porque ya hay varios animalitos enterrados, mandale acá adelante, y guarda con el caño de agua, no vaya a ser que lo hagas mierda con la pala”. Le digo que “es una locura, acá hay baldosas, y necesito tres albañiles para hacer esto, que no terminamos más, y a esta hora, con el sueño que tengo me quiero cortar la chota y comérmela en sándwich como un choripán; tampoco voy a llamar a los pibes para que vengan a laburar ahora, y que…”, me dice que “dale ahí, no seas puto…y guarda con el caño”.

Arranco la odisea, mientras mi hermana le abre la puerta al veterinario que trae a la perra envuelta, y al mirarla, pensé que era un pony, de hecho, ahora creo que aumentó unos kilos estando internada; y no te puedo creer la sal que tengo y las ganas de dormir que me desmayo y creo que prefiero enterrarme a mí mismo antes que a la perra. Pero bueno, decido seguir los consejos del viejo y meto manos a la obra. Mi hermana decide ayudar al verme palear como un guanaco, mientras con sus botas impecables y su jean cero km, iba quitando de a puñaditos de tierra. A medida que pasaba el tiempo, iba cotejando el pozo con la difunta en cuestión, que parecía crecer a cada segundo, mientras mi viejo repetía que no le machuque el caño, le digo que le voy a machucar la cabeza a palazos y la conchadejesus; seguido de un golpe seco que me avisaba que ya no estaba paleando sobre la tierra, y padre me dice que “¡ahí está el caño! Dale más para el otro costado entonces”. Puteo en cuarenta idiomas a dios, la virgen y todos los ángeles del infierno, y me pregunto qué puede salir peor esta noche, cuando en ese momento, la tormenta desata su furia contra nuestros lomos. El Toto me dice “mandala nomás que ahí entra la perra”, le digo que todavía falta, y me insiste que ahí entra, y le digo que “no, y si la llego a meter y no entra, me voy a poner a saltarle encima hasta aplastarla y hacerla entrar”, a lo que el viejo me dice que “entonces, seguí cavando un poco más”.

Terminado el sepulcro, rayo con una piedra sobre la pared que lindaba con la “tumba”, el nombre Sasha con fecha de nacimiento y vencimiento. Ya en paz y casi sin decirnos nada, volvemos los tres caminando bajo la llovizna que lentamente baja el volumen, como el final de una canción de los 80. La luna irrumpe como buraco de un disparo de escopeta sobre el techo de dios. El barrio que nos parió, descansa en extraño silencio que esta vez agradecemos mientras la tristeza compartida se hace más liviana aunque sabemos que vamos a extrañar a la bestia. Anhelo que esa caminata dure cien años a pesar de la pérdida y el cansancio.

Ya contemplando la cama, en vez de zambullirme hacia ella, me hago otro café, y retomo un dibujo abandonado que me espera sobre el escritorio, escuchando unos tangazos mientras el zorzal avisa que “se durmieron todos, cachó la barreta, si Jesús no ayuda, que ayude Satán”. La muerte es parte de la vida y la vida a veces te parte al medio. Si en la muerte no hay dolor, el viaje de la vida deja agujeros que no se llenan nunca más. Todos podemos aprender a vivir agujereados, muchos prefieren seguir intactos. ¡Cómo voy a torrar mañana!

Ilustración: Mauro Gentile

Cuento publicado en la edición impresa del semanario El Eslabón del 27/01/24

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