Para recomponer el actual modelo de representatividad faltan piezas clave. Empresarios, Justicia y dirigencia política no la ven, mientras Milei sigue desarmando al Estado y diseñando un país para muy pocos.
Comienzan a emerger fuertes fisuras en el modelo de representatividad que ofrecen el sistema político y la democracia en su versión actual, un factor que fue y es aprovechado por un presidente que apuesta al desmonte de un estado que aún da cobijo a vastos sectores que de otro modo estarían en el más completo desamparo.
Cada día que pasa es más evidente que el programa económico es insustentable. Lo dicen economistas ortodoxos, insospechados de cualquiera de las variantes peronistas existentes o ilusorias.
El clima social es irrespirable, y eso se mostró de un modo inequívoco el martes pasado, cuando un millón de personas se movilizó en todo el país para defender a la educación pública pero también para reclamar el fin de un ajuste sin fin.
La convergencia del movimiento obrero organizado con todos los actores del sistema educativo tuvo tanta potencia que dejó en estado de shock a un gobierno que no llegó a prever el grado de descontento que le fue dando forma a la movilización, que terminó excediendo la consigna original.
Javier Milei se auto recluyó en Olivos una hora antes del comienzo de la marcha, y permaneció horas –seguramente con síndrome de abstinencia– sin postear en las redes. Cuando lo hizo, mostró que seguía sin dimensionar la movida y apeló a su execrable estilo, fingiendo desinterés, calificando de “zurdos” a quienes marcharon y apelando a un misticismo berreta para señalar que no torcerá el rumbo emprendido.
El patético paso de stand up presidencial en la cena de la Fundición Libertad reafirma que quienes gobiernan realmente son quienes estaban sentados observándolo, mientras él intenta resarcir el maltrato recibido en su infancia con las risotadas obscenas y los aplausos de ocasión a su histrionismo vocacional.
Nadie puede vaticinar cuándo se caerá este castillo de naipes erigido más por el fracaso de la política que por las virtudes de la fuerza anarco capitalista que aprovechó las fisuras del sistema político pero nadie, tampoco, puede asegurar que la sociedad argentina va a soportar mucho tiempo más un modelo que se regodea de su propio carácter criminal, al punto que su máxima autoridad llega a la instigación a cometer delitos tipificados en el Régimen Penal Tributario y el Código Penal.
Sin embargo, reconstruir todo lo roto por esta banda de desquiciados saqueadores no será tarea sencilla, y requerirá un monumental cambio de paradigma, que incluya al sistema de representatividad, la reorganización de la estructura del Estado, su funcionalidad, los límites a la especulación financiera, el compromiso de la política con el movimiento obrero y viceversa. En suma, una revolución peronista.
Y será el peronismo porque es el único movimiento político que se propone representar a todos los actores sociales de la Argentina y que puede hacerlo porque ya lo demostró. El liberalismo, en todas sus facetas, que incluye a los “republicanistas”, excluye de su praxis y su discurso al movimiento obrero, sólo lo registra en clave de sometimiento y apunta, aunque sea imposible, a su extinción.
¿Dónde se origina el hartazgo social?
Ese sistema a recomponer, a rearmar, fracasó a lo largo de cuatro décadas. Gobiernos elegidos con la esperanza de un cambio que nunca se produjo, legisladores/as que no muestran representar a sus mandantes, autoridades que toman distancia de sus electorados, jueces y fiscales que están más atentos al tratamiento mediático que a administrar justicia. Una sumatoria de fallos sistémicos que conduce, inexorablemente, a un clima de hartazgo.
Un estado que falla en el rol de contención social, que no responde como garante de la igualdad de oportunidades, desiste o se demora como proveedor de última instancia de los segmentos más vulnerables, y encima con nichos o bolsones de corrupción que ya nadie puede soslayar.
La exagerada magnificación que hacen algunos medios, en forma interesada, de maniobras vinculadas a fraudes administrativos ya no debe servir como excusa para mirar hacia otro lado cuando se detectan esas irregularidades o delitos.
Andrea Bordignon es psicoanalista, y fue presidenta del Colegio de Psicólogas y Psicólogos. Consultada por El Eslabón respecto del “cansancio” que puede llegar a percibirse por parte de “la gente” en relación con la dirigencia política, consideró que no es de ahora y que “ya viene de otras elecciones”.
Para la profesional, hay un tópico que está vinculado con el goce. “Creo que «la gente» o «el ciudadano de a pie», como se quiera definir, se cansó de no gozar de las atribuciones que tendría que brindarle una democracia ya establecida”, opinó. Y, en esa misma línea, destacó: “Podría decirse que se cansó de ver gozar a un (otro) llamado político”.
Bordignon indicó que, como consecuencia, “llega a instalarse un relato: «ellos, gozan, vos, no»”, y que “ése es el eje de la narrativa de la casta, que ahora vemos resquebrajarse”. Y en cuanto a la expresión “gente de bien”, sugiere que se trata de “un ideal aspiracional: el que apoya ésto, es de bien”.
Así lo entiende también el artista plástico Daniel Santoro, quien postula que “una de las cuestiones claves que se puede imputar al peronismo es siempre excederse en el goce. El goce entendido como felicidad y al mismo tiempo como desgaste, porque el goce tiene una doble cara; hay un goce mortal y una felicidad”. Y lo diferencia de otros postulados: “La izquierda piensa que son necesarios sacrificios revolucionarios, y la derecha o el sistema capitalista en general ponen la meritocracia y el sacrificio para lograr un status determinado. Nada de eso es relevante para el peronismo”.
Pareciera que en su afán aspiracional, cierta clase media pone en juego lo que indica Bordignon, esa suerte de insoportar el goce del otro, que siente que le es negado. Santoro lo expone así: “Por eso, siempre desde la visión del otro, de ese que lo está mirando, el peronismo goza feliz y en exceso. La promesa siempre es de felicidad, nunca de sacrificio, nunca hay un horizonte de sacrificio en el peronismo”.
¿El hastío de “la gente” podría estar vinculado a la irrupción de un sujeto como Milei, que enarboló la promesa de una sanción a quien goza en exceso desde el poder, desde la política, bautizándola como “casta”?
El problema es que esa promesa de castigo ahora se percibe que no estaba dirigida sólo a “la política” sino –y especialmente– a todo aquel que fuera sorprendido en flagrante goce, y para ello la figura del “planero” configura la suma del goce en exceso. El énfasis puesto en que ese goce extremo el “planero” lo viene realizando a costa de la “gente de bien” –con la suya– cierra el circuito discursivo que justifica el desmonte o desarticulación de toda fuente de goce.
En el universo Milei ya no hay trabajadores/as del Estado, sólo “ñoquis”; no hay más peronistas, son todos “planeros K”; no existen quienes puedan expresar sus ideas en una escuela o en la universidad, son “adoctrinados”. Palabras que pululan como esporas producidas por la bacteria anarco capitalista. Células que resisten cualquier embate dialéctico porque están preparadas para defender lo indefendible en las condiciones más adversas.
Antolin Magallanes es licenciado en Trabajo Social, ex director general de Gestión Política y Social en la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (Acumar) y actual presidente de Nuevo Encuentro en CABA. Ante la consulta de este medio postuló: “Milei permeó en aquellos sectores que se sintieron, de alguna manera, más frustrados”. En ese sentido consideró “que hubo un momento de la pandemia que no hemos podido entender, obviamente sumado a (las consecuencias del) gobierno de (Mauricio) Macri y a la desilusión con el de Alberto Fernández, que tampoco brindó los resultados esperados, porque había mucha expectativa”.
Con esa perspectiva, Magallanes indicó que Milei usufructuó “la frustración de mucha gente cuentapropista –jardineros, pintores, por ejemplo– que veía en las redes o en los medios a otra gente que tenía garantizado un sueldo, porque trabajaba en el Estado, tal vez era un empleado municipal de tercera categoría, y lo veía por internet haciendo masa madre en su casa”. Y a propósito de esa percepción, agregó: “Ahí se produjo un descontento, un divorcio que no supimos entender, sobre el cual operaron las ideas libertarias, que articulan perfectamente lo viral, ya sea físico o virtual, con el individualismo más cerrado”.
Respecto del hartazgo, el profesional subrayó que está seguro de que “la gente no se cansó del peronismo, se cansó de la dirigencia en general, una dirigencia que no estuvo a la altura de las circunstancias, y hoy están en discusión desde las sociedades de fomento hasta las bibliotecas barriales, los sindicatos, en síntesis están en cuestión todos los órdenes de la vida”.
Magallanes, retomando la categoría de “gente”, sostiene que “se trata de una abstracción; ¿qué es la gente? ¿el don de gentes de la colonia, los que pertenecen?”. Y de allí salta a ponderar que, precisamente, en el impacto que puede tener en “la gente” la expresión “gente de bien” que usan los libertarios, aparece “la clara necesidad de encontrar un chivato, una forma de poner a otros en el lugar de señalar a los malos, y esto también atenta contra una visión crítica de la realidad, apunta a una visión lineal de la realidad, binaria, en blanco y negro, los buenos y los malos. Y está claro que nadie quiere sentirse parte de la gente de mal”.
Para cerrar, y ante la pregunta acerca de aquello que la democracia no fue capaz de resolver en estos 40 años, Antolin indicó dos temas, usando la primera persona del plural, como invitando a pensar que hay una responsabilidad política colectiva detrás de esos déficit: “La desigualdad y la pobreza, hemos tenido muchos avances en un montón de cosas, pero no hemos podido resolver la cuestión de la desigualdad y la pobreza, que hoy llegan a niveles que son escandalosos”.
La confianza perdida
El domingo 21 de abril, en una segunda entrega del informe “Domingo de Datos”, que habitualmente difunde la consultora Zuban Córdoba y Asociados, se subrayó que en el “ranking de confianza (o desconfianza) en algunas de las instituciones argentinas ninguna logra superar el 40 por ciento de confianza. Toda una radiografía del actual estado de (los) representantes públicos/as en la Argentina”.
Para Ana Paola Zuban y Gustavo Córdoba, titulares de la consultora, esa radiografía es “quizás una respuesta parcial al enojo de la ciudadanía con la política y el funcionamiento del Estado”. Y ambos se preguntan: “¿Qué deberían estar haciendo esas instituciones? ¿No es la confianza ciudadana el estandarte a conquistar para el fortalecimiento de la democracia?”.
En ese estudio, la consultora realizó dos preguntas abiertas: una para que se mencione la política más positiva del gobierno de Milei y otra para indicar la más negativa. La propia consultora concluyó que “en la dimensión positiva, la cuestión económica es la que toma más fuerza, pero aparecen también cuestiones como la lucha contra la «casta», los despidos de empleados públicos y el ajuste en general”.
Cuando se aborda la dimensión negativa, “aparece la misma fragmentación, con conceptos como el ajuste a los jubilados, la liberación de precios, el manejo de la epidemia de dengue, la desfinanciación de universidades y el sistema científico, entre otros”.
Pasando en limpio, Zuban-Córdoba sostiene que “así como mientras la dimensión positiva parece estar plagada de cuestiones más bien simbólicas, la negativa empieza a mostrar problemas concretos; la brecha entre ambas cosas también es algo a seguir”.
En otra de sus conclusiones la consultora, en tren de “profundizar la cuestión de la confianza”, midió “la capacidad de ponerle límites al gobierno”. El resultado: “Ahí el Congreso, la Corte Suprema y la Justicia aparecen como las instituciones con más fuerza. Ambos consultores plantean un interrogante: “¿Será que la expectativa de que (Milei) «no va a hacer todo lo que dice» está puesta ahí?”.
Más allá de ese último planteo, hay un elemento que está comenzando a emerger: el sistema de representación política cruje, lo que de inmediato lleva a concluir que el sistema político está en crisis.
La Argentina, 40 años después de retomar el camino de la democracia, parece un rompecabezas al que le faltan piezas, lo cual tornaría inviable cualquier restauración del sistema político.
Sin embargo, hay ausencias que han sido una constante cada vez que el país emprendió la búsqueda de ser Nación. El empresariado jamás quiso ser burguesía nacional. Pretender contar con ese actor como aporte a una reconstrucción sólo tiene sentido si se lo disciplina y condiciona, el camino inverso al que recorre este anarco capitalismo que quiere disciplinar y condicionar a las fuerzas del trabajo, liberando la mortal radiación que produce la angurria empresaria, sin regulación alguna, sobreviva quien pueda.
Está claro que la única pieza que no puede faltar en el rompecabezas argentino es el movimiento nacional, encarnado en el peronismo desde hace casi 80 años, el doble de tiempo que lleva esta democracia que le sigue debiendo a las grandes mayorías la premisa menos mencionada en los últimos tiempos: la felicidad del Pueblo.
Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 27/04/24
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