Organizadas durante la huelga obrera y la posterior represión de 1975, las amas de casa de Villa Constitución tuvieron un rol necesario para sostener a las familias cuando los metalúrgicos tomaron las fábricas y, posteriormente, cuando fueron detenidos o asesinados por la Triple A.

“Las recuerdo abrigadas, con las mangas arremangadas y el pelo recogido, con mucho olor a comida, con olor a jazmín, con olor a madre. Esas mujeres, a veces desalineadas, andaban con bolsas de mercadería por todas partes. Eran mujeres muy valientes que se mostraban sonrientes a pesar del miedo. Conservaban siempre la postura recta y así se presentaban en la cárcel, para darle fuerza a sus compañeros. Sabían que estaban luchando por una causa justa”.

Quien habla es Alicia Ruescas, hija de Mabel Fermina Pastro y de Carlos Ruescas. A él, obrero metalúrgico partícipe del Villazo, lo mató la Triple A en 1975. Esta historia es sobre la memoria, sobre la necesidad de justicia y sobre las mujeres que acompañaron aquella gesta en la ciudad de Villa Constitución, a 55 kilómetros al sur de Rosario.

En 1974, los trabajadores de las empresas Metcon (una autopartista de Ford), Marathon y Acindar, las tres con sede en Villa Constitución, se organizaron contra la burocracia de la Unión de Obreros Metalúrgicos (UOM). El sindicato estaba dirigido por Lorenzo Miguel, el sucesor de Augusto Vandor. 

Aun con las presiones del gobierno nacional de Perón y de Isabel Martínez, las prohibiciones de reunirse y de formar listas internas al interior del sindicato, los obreros generaron la Lista Marrón para reclamar por mejores condiciones de trabajo. Su objetivo era tener una comisión directiva local. 

Con la inspiración de otras experiencias, como la CGT de los Argentinos, y con el apoyo de referentes como Agustín Tosco, pusieron en marcha una serie de tomas de fábricas. Finalmente, lograron el llamado a elecciones libres y la victoria de la Lista Marrón –encabezada por Alberto Piccinini– por una amplia mayoría, en noviembre de 1974.

El 20 de marzo, grupos armados coparon el pueblo. Se llevaron presos a los delegados y a los integrantes de la Comisión Directiva de la Unión de Obreros Metalúrgicos de Villa Constitución (liderada por la Lista Marrón). La seccional local del sindicato había sido intervenida. Además de las Tres A y la Juventud Sindical Peronista, participaron del operativo cuatro mil efectivos de Prefectura, Policía Federal, y el grupo especial Los Pumas.

Como respuesta, los obreros decidieron crear el Comité de Lucha, que ese mismo día declaró la huelga. Las plantas de las metalúrgicas Acindar, Metcon y Marathon fueron ocupadas. La medida se levantó el 18 de mayo, en una ciudad totalmente sitiada con la represión de la Triple A, con el aval del entonces gobierno de Isabel Martínez y su ministro del Interior, Alberto Rocamora, y la orientación de la SIDE. En los 60 días que duró la medida de fuerza hubo cinco obreros asesinados y 200 trabajadores detenidos. 

Levantada la huelga, las fuerzas represivas mataron a 60 trabajadores más. Fue la antesala del golpe del 24 de marzo del año siguiente.

En la casa de los jazmines

En 1975, Mabel Fermina Pastro, a quien llamaban Beba, era ama de casa. Vivía con su compañero, Carlos, y sus dos hijos, Alicia de 12 y Marcelo de 8 en una casa de la calle Catamarca, en Villa Constitución. En esa casa había una galería amplia y un árbol de jazmines. En las habitaciones solía dejar esas flores blancas y aterciopeladas para perfumar los rincones. 

Cuando la represión perturbó la tranquilidad del pueblo, ella y otras mujeres tejieron redes de solidaridad para que a ninguna familia de los trabajadores perseguidos les faltara la comida. Buscando donaciones entre comerciantes y familiares, comenzaron a repartir alimentos. En la casa de Alicia se almacenaba esa mercadería. “A mi casa venía muchísima gente, en su mayoría mujeres. Iban separando la mercadería porque sabían cuál era la familia más necesitada”, recuerda.

“Mi tarea era acomodar los fideos por un lado, las harinas por otro. Era toda una logística, porque teníamos que pensar cuántas personas había en el hogar donde hacía falta la mercadería. Era una tarea que llevaba mucho tiempo, y eso que cumplíamos con la escuela”, relata. 

Ese mecanismo no era nuevo para aquellas mujeres: ya lo habían implementado cuando ocurrió la huelga de 1974, que duró 60 días. “En ese momento llevaban la comida a las fábricas donde los obreros estaban haciendo la resistencia”.

Los recuerdos de Alicia son nítidos. Sus palabras son claras: expresan el esfuerzo organizado de las mujeres que trabajaban en el hogar, en solidaridad con sus compañeros que trabajaban en las fábricas. En su relato también se vislumbran las marcas de la represión estatal: “A veces pasaban rafagas de ametralladora y teníamos que dormir en el piso, porque se perforaban las ventanas que eran de metal”.

Cuando fueron detenidos en Villa Constitución, los obreros fueron trasladados a la cárcel de Coronda. Allá viajaban también las mujeres. “Con mi hermano vaciábamos los cigarrillos, les sacábamos el tabaco y otras personas se encargaban de escribir, con letra muy chiquita, cartitas que ponían en esos cigarrillos”, recuerda Alicia. Y agrega: “Las cartas eran para darles valor, para decirles «estamos acá»”.

Carlos Ruescas estuvo preso desde el 26 de marzo hasta el 28 de mayo de 1975. Y fue secuestrado de su domicilio el 13 de octubre de ese año. Dos días después, fue encontrado asesinado junto con su compañero Julio Palacios y una de las abogadas que representaba a los obreros, Concepción de Grandis.

Las mujeres tuvieron una participación muy activa en el Villazo y en la resistencia al despliegue represivo, no sólo en la red organizada para conseguir y repartir los alimentos. Alicia destaca: “También consolaban a los hijos de los que se hicieron cargo cuando empezaron a asesinar a los obreros”.

Tras el asesinato de Carlos, Beba tuvo que irse de la ciudad, dejar atrás su casa y comenzar una nueva vida con sus hijos. Recalaron en Tucumán y no volvieron a Villa Constitución. Alicia no habló sobre su historia hasta el retorno de la democracia. Sin embargo, creció pensando que su papá había hecho algo malo y que por eso lo habían matado. Sobre sus espaldas de niña cargó el peso del “algo habrán hecho”.

“No teníamos miedo, la lucha nos parecía justa”

María Inés Ríos andaba por sus 20 años en la época del Villazo. Estudiaba Bellas Artes y estaba al tanto de la lucha obrera por su tío, Tito Martín, militante del Partido Comunista, trabajador ferroviario y sindicalista que apoyó el Villazo.

“Ese movimiento fue de los obreros con la gente del pueblo”, dirá la mujer, más de una vez durante la entrevista. “El triunfo del 74 se vivió en el pueblo como una gran victoria”, agrega.

Pero la Serpiente Roja del Paraná —con ese nombre se conoció al operativo represivo— no tardó en reptar por la ciudad metalúrgica. El 20 de marzo, estaba en su casa y llegó su tía, Amalia Baeza de Martín, compañera de Tito. “Contó que habían entrado en la casa y que a él lo habían golpeado”. Se lo habían llevado. María Inés y su mamá, Mercedes Baeza de Ríos, salieron a buscar información.

En la calle de la Jefatura de Policía de la ciudad, sobre calle Lisandro de la Torre, vieron los camiones celulares y una fila de gente que estaban llevando detenida. Uno de los uniformados les ordenó a las dos mujeres que circulen. “Mi mamá empezó a gritar que por qué se los llevaban, que con qué derechos iban a llevarse a gente trabajadora”, relata María Inés.

Foto: Norberto Puzzolo

Esa madre, que ella recuerda como alguien libre en relación a los mandatos de la época y siempre para adelante con “las cosas de las mujeres”, también fue parte de las acciones solidarias que sostuvieron el Villazo. Mecha (como le decían) salía a vender bonos contribución destinados a juntar fondos para el Comité de Lucha y para ayudar a las familias. “Era una señora que vivía en el centro y conocía todos los negocios. Les vendía a todos. Y le compraban. Algunos no eran muy progres pero le compraban porque estaba todo el mundo muy indignado por lo que había pasado”, relata.

El 22 de abril de 1975, la policía reprimió una asamblea de unos 10 mil trabajadores con sus mujeres e hijos en la plaza central de Villa Constitución. En esa jornada fue asesinado el obrero de Acindar, José García, diez personas resultaron heridas y otras cien fueron detenidas. Allí estaba María Inés. “Cuando llegamos a la plaza no se podía entrar porque estaba ocupada. Se corrió la bolilla de que teníamos que ir a la plaza de Talleres, un antiguo barrio de Villa. Fuimos para allá a las corridas porque había un helicóptero tirando desde arriba. Cuando llegamos a la otra plaza, estaba ocupada por la cana”.

“Pero no teníamos miedo, la lucha nos parecía justa y no teníamos en cuenta los riesgos”, asegura.

Recuperar la historia

Victoria Caminos es profesora de Historia y Constanza Llopart de Filosofía. Juntas están realizando una investigación para poner en relieve el rol de las mujeres durante la huelga y la posterior represión al Villazo. 

“Me pasaba que, cuando investigaba sobre el Villazo, encontraba muy poquito respecto al rol que habían tenido las mujeres. No encontraba ningún trabajo que estuviera enfocado con perspectiva de género”, comenta Victoria. Ese fue el disparador que la llevó a contactarse con Constanza.

“Queríamos contar la historia de las mujeres, pero no de las mujeres militantes, sino de la mujer del obrero, de aquellas amas de casa en el contexto de los años 70. Nuestra idea fue enfocarnos en cómo, a partir de la represión y de la detención de sus compañeros, empiezan a tejer lazos de solidaridad entre ellas”, agrega. Y señala que el rol principal de la mujer trabajadora en las fábricas metalúrgicas de Villa Constitución para los años 70 era solamente administrativo.

Las investigadoras comentan que, para colaborar con la huelga y con las familias afectadas por la represión, la forma organizativa estaba ligada a “referentes barriales”: mujeres que conocían a las familias de los metalúrgicos, que sabían qué cantidad de hijos tenían, cuántos asistían a la escuela. “Esa referente barrial era la que tenía esa información y podía ir organizando, en conjunto con los obreros que formaron el Comité de Lucha, el reparto de alimentos. Sin el sostén de estas compañeras por ejemplo no hubiese habido una toma de fábrica”, explican.

Las conclusiones del trabajo se van elaborando a partir de entrevistas a mujeres que vivieron aquella experiencia durante su infancia, su juventud o su madurez. A través de los relatos, comprobaron que el cuidado y la reorganización de los hogares y las familias en el contexto de persecución de los obreros fue socializado por aquellas mujeres. “Hubo algunos casos en los que se pudo contener con la red del núcleo familiar y hubo otros en que ese núcleo tenía que ser sostenido por mujeres de otros compañeros, por vecinas”, marcan. 

Constanza añade: “En la investigación no sólo pensamos en las mujeres de ese momento, sino también en las de la posterioridad: en las hijas, en las nietas”. Y marca que la indagación se propone no sólo recuperar una perspectiva histórica que visibilice la voz y el rol de las mujeres, sino también el modo en que el Villazo mismo influyó en la configuración de sus identidades y de sus vínculos.

Alicia, que hoy mira el pasado desde la búsqueda de memoria, verdad y justicia, dice al respecto: “A veces escucho que hablan del curro de los derechos humanos”. Su voz se ensombrece: “Si supieran por todo lo que pasamos. Son noches sin dormir, angustias que no paran, pesadillas, somatizaciones. Así por 50 años. 50 años es toda una vida, una vida que no se vivió”.

Un juicio para honrar un pasado de lucha

Por estos días, se desarrolla el juicio de lesa humanidad que reclama memoria, verdad y justicia para las víctimas y los sobrevivientes del Villazo. Su desarrollo es clave para identificar la responsabilidad genocida de empresas como Acindar en la dictadura, puntualmente en la entrega de obreros y en el aporte de logística para la represión. La causa también evidencia cómo el terrorismo de Estado fue el brazo ejecutor de un proyecto político y económico que instaló el neoliberalismo en nuestro país, que comenzó antes del 24 de marzo de 1976.

Entre los imputados está el ex jefe de personal de Acindar, Roberto Pellegrini, y 21 ex policías federales. También se imputó al ex jefe de inteligencia y personal del Área Militar 132, con sede en San Nicolás, Antonio Bossie; al ex prefecto Carlos Albareda y al ex oficial de la guardia rural “Los Pumas” de la policía santafesina, Amadeo Chamorro.

Las once víctimas de los homicidios que se juzgan en la causa son Carlos Ruescas, Julio Palacios, Concepción de Grandis, Rodolfo Mancini, Jorge Chaparro, Miguel Ángel Lobotti, Juan Ponce de León, Adelaido Viribay, Jorge Raúl Andino, Carlos Thompson y Pedro Reche.

“Después de lo que ocurrió, empezó a haber un silencio muy grande en Villa Constitución. Nadie hablaba de lo que había pasado. Una amiga me decía que al ser una ciudad tan chiquita, todo el mundo vivió ese terror muy cercano”, dice María Inés. El inicio del juicio y, que en su momento las audiencias se hayan realizado en esa ciudad, significó un reencuentro con el pasado, la activación de la memoria. Victoria y Constanza agregan que, en las escuelas secundarias, nietas y nietos de aquellos obreros que participaron de la lucha comenzaron a descubrir una parte de su historia familiar.

A través del reencuentro con los sobrevivientes y con sus historias, Alicia pudo responder a las preguntas con las que creció: por qué habían detenido a su padre, por qué lo habían secuestrado, por qué lo mataron. “Quienes participaron del juicio fueron personas muy valientes. Y me siento orgullosa de mi papá, porque ahora sé la verdad”, afirma. 

Y concluye: “Me siento orgullosa del Villazo. No por la muerte, pero sí por el motivo por el que se llegó a eso: el trabajo, el compañerismo, la organización. En todo momento se peleaba y se quería un movimiento obrero justo, para que todos sean iguales ante la ley y para mejorar la calidad de vida. Eran hombres y mujeres comprometidos con la justicia, con la igualdad y con un futuro mucho mejor”.

Nota publicada en la edición impresa del semanario El Eslabón del 15/06/24

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