Hoy despedimos a Angelito Di María. Un niño inquieto, al que su pediatra le indicó jugar a la pelota, como antídoto para su hiperactividad.

Hijo de una familia pobre, que fue alojado en su club de barrio donde empezó a destacarse y le permitió lucirse, después, en el mundo y en nuestra selección argentina.

Ese niño, que no se quedaba quieto en su casa ni en la escuela, siguió corriendo en la cancha, jugando a la pelota, haciendo goles, y se convirtió en el gran Angelito, el Fideo Di María.

Los que sólo saben celebrar victorias, se cansaron de criticarlo. Sin embargo, Angelito siguió haciendo lo que le gusta y sabe hacer.

Dice Ángel, que muchas personas que lo vieron llorar en la final del mundial, sólo miraban el resultado. Pero, en realidad, él lloraba por todo el camino recorrido hasta lograr levantar la copa del mundo.

Niñas y niños: acuérdense de Angelito, cuando los grandes se quejen porque ustedes no se quedan quietos. No se detengan mientras encuentran el lugar en el que quieren estar. No les hagan caso a quienes sólo esperan que ustedes sean eternos triunfadores y que nadie los convenza de que su origen marcará su destino. Jueguen a lo que les guste y, si tienen la suerte de tener un club cerquita de casa, cuídenlo. Porque sabemos que de ahí salieron nuestros ídolos que tanto queremos. Pero lo que realmente importa es que en los clubes de barrio, hay lugar para todas las chicas y todos los chicos, para todo el piberío que juega y gambetea hasta el final para que nadie les arrebate sus sueños de infancia.

*Docente de la Universidad Nacional de Rosario, licenciada en Fonoaudiología y especialista en Alfabetización e Inclusión

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