En este tiempo en que todo parece eterno e inmutable, en que las ideas son volátiles y los bienes y servicios se convierten en una necesidad básica, nos resulta muy difícil comprender el sentido de la existencia del ser humano en el planeta. Es posible que los valores de meritocracia hayan impregnado el tejido cultural con un aura de banalidad y que las relaciones entre las personas estén en crisis. También es cierto que en los rituales de consumo, ya sea en los shoppings o a través de las plataformas digitales, a los que no accede la mayor parte de la población pero que a su vez se encuentran segmentados para que todos puedan consumir aunque sea lo básico, ya no para garantizar los procesos biológicos, agua, comida, sino para que no quede fuera del ritual consumista. 

La bancarización de todos los trabajadores formales nunca fue cuestionada, no he visto artículos que la cuestionaran cuando se implementó dicho proceso. Primero las cuentas sueldo en los bancos, recordemos que previo a eso, las patronales te entregaban un sobre con el sueldo completo a cambio de una firma. La cola del banco. La tarjeta de débito obligó a todos los trabajadores en blanco a tener que empezar a manejar una tecnología hasta ese momento inexistente. Después, junto con la de débito empezaron a mandar la de crédito. Modernización o captura, es una paradoja que tiene por objeto por un lado habilitar un nicho en la venta de servicios para las entidades bancarias y financieras, pero por el otro una ergonomía de los modos de manejarse con el plástico, y de vivir endeudados con los bancos. 

Luego aparecieron las billeteras de pago, que vinieron a reemplazar el efectivo en las verdulerías y panaderías que hasta ese momento no estaban bancarizadas. Otra dinámica, esta vez relacionada a la mayor herramienta de extensión corporal que es el teléfono celular inteligente. En momentos de crisis de nuestro país podemos ver la proliferación de tarjetas virtuales, fondos de inversión, CeDEARs, y otros modos de hacernos creer que somos inversionistas y especuladores, cuando los sueldos que tenemos no nos dan ni siquiera chances de ahorro. 

Ahora somos todos economistas. Qué sentido tiene que lo seamos. Quien participa de la rueda de la especulación no la cuestiona porque la considera una ventaja, una posibilidad de no perder en tiempos de inflación desaforada. Sin embargo, este tipo de tecnologías tienen efectos subjetivos. Muchas veces terminamos creyendo que el aumento del dólar es algo fortuito, pero si todos salimos a comprar, si la masa trabajadora del país sale junta a comprar dólares, estamos generando condiciones para que aumente, destruyendo así la competitividad de las pymes de nuestro país, destruimos la industria nacional sin tener conciencia de ello. Sucede lo mismo con las aplicaciones de delivery de comidas, como Globo o Rappi, cuando, por nuestra comodidad y por el precio más barato, terminamos fomentando la precarización laboral de los jóvenes. Es más, cuando estas empresas terminan de destruir a la competencia, sus precios se disparan por el aire generando monopolios de los que terminamos rehenes. Siempre que nace una nueva tecnología hay que preguntarse qué intereses hay detrás de eso. Siempre que algo nos sale barato y confortable terminamos pagando lo que valía en el largo plazo y con intereses. 

Otra de las cuestiones que debemos empezar a preguntarnos es a quién le consumimos, en estos tiempos en que no hay guita en la calle, en que los precios en las grandes cadenas y en los pequeños comerciantes no varía demasiado hay que tener responsabilidad social de comprar en el negocio del vecino, porque ese dinero vuelve al circuito de consumo, y no se lo llevan las casas matrices de las grandes corporaciones globales. 

Es tiempo de asumir responsabilidades, entender lo económico desde una perspectiva en la que sus consecuencias sociales y culturales no sean sólo una anécdota sino una parte fundamental del crecimiento, que ellos también dejen de decir grandes discursos y proclamas y se hagan cargo de las responsabilidades empresarias con el medioambiente, del que los/as trabajadores/as forman parte.

Publicado en el semanario El Eslabón del 17/08/24

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