El bombardeo de noticias en los últimos meses es abrumador, no sólo las operaciones en contra de los referentes de la oposición, que no son pocas, sino además una cantidad de banalidades presentadas como acontecimientos trascendentes, ante los cuales nos piden que formemos opinión, tomemos posición, como si se tratara de situaciones que afectan la vida pública. Noviazgos, rupturas, anécdotas de lo cotidiano de artistas, deportistas, periodistas, ricos y famosos, en situaciones descafeinadas de la vida cotidiana, paneles de vedettes y presentadores de mala muerte juzgando la vida de los demás. Gran hermano aparece como el paradigma de eso mismo, juzguemos las neurosis, naturalicemos la violencia, las relaciones enfermas. Y lo más importante: ataquemos a quienes demuestren sensibilidad, a los que tengan una actitud empática, a los que se les ocurra tener alguna actitud solidaria, y sobre todo, a los que muestren algún rasgo de humanidad. Incluso el tratamiento que le dan a las noticias políticas y sindicales están viciadas de resentimiento y manipulación, siempre apuntando a estigmatizar y segregar, o a mostrar la complicidad de algunos dirigentes, como el Momo Venegas o Barrionuevo (que no son la mayoría) en su papel de condescendencia con los dueños del poder, como si fuera un ejemplo a seguir. 

Es el mismo mensaje en la televisión, en todos los medios tradicionales, en los medios digitales esa repetición, esa articulación, adaptada a cada medio y por ende a cada público, lo hace aún más violento. Quizás es hora de preguntarnos si el cinismo, que muchas veces nos sirvió para aguantar los embates del individualismo y la fragmentación, sólo alcanzó para postergar el tener que enfrentarnos de nuevo a la realidad recurrente en la que nos metieron los dueños de casi todo. La disputa cultural no está perdida, pero venimos sufriendo un cachetazo atrás de otro. No podemos poner esperanza en que los medios digitales dejen de ser, entre otras cosas, herramientas de manipulación, aunque ya no sean como las de antaño. Ya no se busca controlar, sino crear un universo paralelo que se superpone a todos los planos existenciales del ser humano, como los afectos, la creatividad, la empatía y la solidaridad, la sensación de pertenencia y de destino común, en definitiva, la comunidad. Las relaciones humanas en las generaciones post alfabéticas (que son las que pasaron más tiempo frente a las pantallas que con su madre/padre) son híbridas, incluso hoy los adolescentes tienen más relaciones virtuales que personales, incluso en los barrios pobres. Gran parte de nuestras vidas está condenada a la frustración, a mostrarnos cosas que nunca podremos comprar. Eric Sadin en un libro llamado Hacer disidencia, publicado en 2023, plantea que en las sociedades previas al neoliberalismo funcionaba el imperativo categórico de relacionarse con el mundo, por ende, con el otro, siempre como un fin, nunca como un medio. El neoliberalismo vino a destruir este precepto, que altera de algún modo la condición humana, convirtiéndonos en un medio, y volviéndonos casi objetos. Y dice que lo criticamos pero en la práctica lo aceptamos, cuando deberíamos habernos rebelado. Plantea que debemos utilizar la herramienta de la interposición, que es el acto de la no tolerancia ante la vulneración de algún principio. No se trata de una protesta, sino de la afirmación inviolable de que ningún individuo puede ser tratado como medio. Es una búsqueda para que traicionemos nuestra propia esencia, y no nos opusimos de inmediato, aceptamos ciertas condiciones inhumanas, en nombre de la productividad y del crecimiento económico.

La sociedad que construimos no nos ofrece más que promesas incumplibles, porque para consumir al nivel que pudiera garantizar la satisfacción de ese deseo, hay que trabajar muchísimo, y el trabajo, hoy, si bien no es agotador físicamente, es desgastante mentalmente. Es allí donde hace falta, para mantener el ritmo de trabajo y el nivel de productividad, un incentivo extra, que no es real (dinero), sino que forma parte del paquete de promesas del neoliberalismo, el éxito. Para poder sostener corporalmente ese ritmo, es necesario consumir fármacos, para anular los dolores corporales, para conciliar el sueño, protector estomacal para que esos fármacos no hagan daño, y un combo de vida sana y gimnasio, con el sólo objetivo de estar en forma para seguir trabajando y juntando plata para pagar todo lo relacionado a nuestra salud. Y como la competencia en el trabajo es feroz, también agregar alguna capacitación permanente que nos permita mantenernos en los estándares más altos de la competencia laboral. Esto, suponiendo que la persona sea de clase media y haya recibido enseñanza universitaria o terciaria. El resto de los mortales está condenado a romperse el cuerpo en trabajos mal remunerados, desregulados, en negro, muchas horas al día, seis días a la semana, incluso a veces sin jornadas de descanso.

¿Dónde quedaron aquellas ocho horas de esparcimiento, que junto a las horas de trabajo y las de descanso deben poseer todos los trabajadores? Se licuaron. Del mismo modo que el poder concentrado logró licuar los salarios, cada vez que llegó al poder, a través de diferentes mecanismos de usura institucionalizada. También licuaron las horas de ocio en mano de los dispositivos celulares, y de la pantallización de nuestras vidas. La extensión de la jornada laboral es un hecho incontrastable y, sumado a eso, el celular como góndola en la que nos encontramos hoy con todos los productos disponibles en el mercado y pudiendo elegir los mejores precios sin tener que recorrer los negocios, sin poder visibilizar las consecuencias de que nuestra comodidad implica mayor precarización laboral a través de plataformas como Amazon, Rappi o Pedidos ya.

Estamos estallados de ofertas, de posibilidades de viajes, de fotos de los lugares más bellos del mundo, de autos que te hablan y te explican cómo estacionar, de un avance tecnológico que desmembra al sujeto en tanto productor de su presente y constructor de su futuro. En esta aceleración infinita que sufrimos desde hace casi quince años, fecha de masificación de los smartphones, y del comienzo de una aceleración de la tecnología digital y de un bombardeo a la construcción de subjetividades críticas a través del estrés y la saturación de información y de ofertas; sumado a los efectos de la pandemia y al auge de la inteligencia artificial ya no logramos ver quiénes son los protagonistas de este cambio que viene sufriendo la humanidad. Perdimos la noción de tiempo, vivimos en un presente continuo, como espectadores, y esa sensación tiene sentido si analizamos que hoy la humanidad no es la que está produciendo este cambio. Quizás las películas apocalípticas de los años 80 y 90 hayan sido premonitorias, puede que después de todo las máquinas empiezan a gobernarnos, pero no van a ser quienes tengan el poder real, ni siquiera es posible identificar a seres humanos que detentan el poder real, y es probable que ni siquiera ellos tengan la capacidad de cambiar esta realidad. En última instancia son los mecanismos tecnofinancieros en los que estamos inmersos los que hacen y deshacen, los que destruyen economías de países para enriquecer a determinada corporación, grupos de corporaciones y fondos de inversiones. 

No nos podemos quedar de brazos cruzados esperando ser autómatas, tampoco podemos seguir siendo los conservadores de estos tiempos, o seguir fingiendo demencia mientras los tejidos sociales se terminan de destruir. Tenemos que poder valorar lo que hacemos, los afectos que construimos en el tiempo, estar presentes en la crianza de nuestros hijos, no para prohibirles el celular, sino para realizar todas las demás actividades con ellos. Llenar de sentido nuestras vidas. Actuar como si estuviéramos en el mundo que deseamos, saludarnos y reconocernos, mantener conversaciones que no sean para convencer a nadie sino para conocerse y respetarse en nuestra singularidad. Reconocer la importancia de todo lo que hacemos por fuera de lo comercial, por fuera del interés capitalista, ubicarlo en el contexto de las evaluaciones cualitativas y condescendientes, y trabajar desde esa base para profundizarlo. 

Este sistema se sostiene sobre nuestro dolor, el consumo se sostiene sobre nuestra frustración, la riqueza se sostiene sobre nuestro trabajo y nuestro consumo. Es necesario patear el tablero, y volver a ser diferentes, para poder construir el disenso necesario para cambiar las cosas no desde las certezas sino desde nuestras propias contradicciones.

Publicado en el semanario El Eslabón del 31/08/24

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