Corrían los años noventa y el menemismo convertía la Patria en un páramo desolado. No sólo materialmente, esa maldición mordía también el espíritu, la esperanza, la vida misma. Juane ya había partido hacia Rosario y yo seguía escribiendo las contratapas en el periódico de Rufino. En medio de esa desolación, comenzó a asomar la agrupación Hijos. Me pasó a mí y le pasó a muchos de los que sobrevivimos a la dictadura: esos pibes nos devolvían la esperanza, y ahí estaba el Juane. Mi Juane, nuestro Juane. Pensando sobre todo en él, escribí por aquellos años una contratapa de La Tribuna de Rufino, algunos de cuyos párrafos transcribo a continuación.

Leí en el diario que a una escuela de Buenos Aires, la rebautizaron “María Claudia Falcone”, una de las chicas asesinadas en la Noche de los Lápices. Cuando los generales del Primer Cuerpo decidieron que la lucha por el boleto estudiantil debía penarse con el secuestro, la tortura y la muerte de los pibes y pibas que encabezaron aquel reclamo. ¿Qué está pasando? Estos chicos decidiendo que su escuela se llame “Rodolfo Walsh” o “Claudia Falcone”, ¿qué saben de aquellos años? Por aquellos tiempos estos chicos nacían. A veces la verdad es tan obvia, está tan delante de nuestras narices, que no la vemos. En aquellos años estos pibes nacían. Esta generación que hoy tiene alrededor de veinte años, tiene entre sus filas nada menos que a la historia. Algunos de ellos nacieron en la Esma, La Perla, El Vesubio, en alguno de los chupaderos de la dictadura. Sus madres fueron asesinadas y ellos robados, cambiados los nombres, borrada su ascendencia en un intento supremo de aniquilar una estirpe de combatientes. Hoy tienen alrededor de veinte años. ¿Cuántos son, dónde están? Ahí están. Algunos los llaman los “hijos de la guerra”. Otros prefieren cerrar los ojos, cuando ya es imposible. Antes de su llegada, los sobrevivientes eran resentidos que, seguramente, algo habrán hecho. Las Madres, unas viejas rompebolas que molestaban la democracia de los políticos prósperos. Los desaparecidos, una lista de muertos en épocas remotas. Los genocidas y torturadores, unos viejitos casi merecedores de comprensión y bolsa de agua caliente. Pero llegaron ellos, los Hijos. ¿Y ahora? ¿Por qué no le explican a estos chicos la teoría de los dos demonios, o el verso de la guerra sucia, o la macabra mentira de los excesos? Porque a nadie le da la cara para mentirle a la historia viva. Porque no se le puede macanear a la historia vivita y coleando. Son ellos, los Hijos, irrumpiendo en la realidad como una estocada profunda a la pavada y la cobardía.

Eso le escribí al Juane hace poco más de 25 años, cuando él ya tenía dando vueltas en su cabeza la idea de El Eslabón. Cuando los Hijos nos devolvían la esperanza y para mí, el Juane era mi luz en la noche oscura. Ustedes, chicos y chicas de El Eslabón de entonces, hoy hombres y mujeres, quizás no tengan plena conciencia de lo que significaron para nosotros en aquellos años de angustia. Gracias por eso y un fuerte abrazo compañero para ustedes. Por mi parte, debería decir que con la partida del Juane se me hizo otra vez la noche. Y es casi así, aunque no tan así, porque su recuerdo me sigue alumbrando.

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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