A un cuarto de siglo del nacimiento de este medio, van algunos recuerdos de esos inicios, en los que se entrelazaron sueños, audacia, mucha locura y los primeros indicios de rigor periodístico.

En septiembre de 1999 faltaba un mes para que el diario El Ciudadano cumpliera su primer año de vida, pero quienes estuvimos en su fundación ya trabajábamos allí desde julio del 98, y sabíamos lo que costaba hacer un medio gráfico, en todos los sentidos posibles.

Confieso que cuando me invitaron a participar de la experiencia de El Eslabón fui algo escéptico, acaso por esas razones: pensaba para mí lo cuesta arriba que le resultaría a ese grupo de pibes, bastante más jóvenes que yo –que por entonces era joven–, sostener ese sueño. Pero pronto supe que también sería parte de ese sueño.

Mi laburo en el diario –jefe de sección, editor de dos suplementos– me impedía abocarme más de lleno en colaborar con ElEsla en esa primera etapa. Escribía cuando podía, pero les pasaba data, contrabandeaba fotos, acompañaba en los cierres, que por esa época eran mensuales.

Y guardaba todo en una carpeta que había nombrado “Eslavonia”, con la pretensión de que pasara desapercibida entre los demás archivos que tenía en la compu de El Ciudadano. Esa ingenua clave motivó que Lucho Couso disparara con lógica de hierro y humor certero: “Claro, dale que nadie se va a dar cuenta”.

Tengo recuerdos muy emotivos de aquellos tiempos de encuentros en la vieja casona –creo que estaba en calle Zeballos– donde funcionaba la primera y caótica redacción. Ahí conocí más de cerca al querido Juane Basso, a quien apenas había visto pocos años antes cuando se fundó Hijos, haciéndoles una nota a Violeta Echegoy, él y otros integrantes de la agrupación para el programa de radio Zona de Noticias.

El otro recuerdo potente de aquella era hermosa fue la investigación que llevé adelante en torno del represor Jorge Crespi, que había sido jefe de inteligencia en el campo clandestino de detención El Vesubio, y vivía lo más campante en un departamento céntrico de Rosario. Aquel informe publicado por El Eslabón terminó con un estruendoso escrache organizado por Hijos a las puertas del edificio ubicado frente a la plaza San Martín.

Juane, exhibiendo esa osadía de la que hablaba más arriba, un día le tocó el timbre a Crespi, lo hizo bajar con vaya a saber qué excusa, y logró que asomara la cara lo suficiente para que Franco Trovato sacara la primera foto pública del abominable torturador.

Con los años llegó el nacimiento de la cooperativa La Masa, pero ya para entonces mi compromiso con El Eslabón se había profundizado, y regularmente escribía informes que nunca hubiesen podido ser publicados en otro medio. Y ése es uno de los dos tesoros más grandes que lleva en su mochila este querido periódico: cumplir con la premisa de publicar lo que incomoda a los factores de poder dominante.

El otro es poder sostenerse como medio a través de la autogestión, algo que muchos se han propuesto pero muy pocos han podido consolidar y llevar adelante. 

Tan sólo por eso, cumplir un cuarto de siglo de vida vale muchos brindis y muchos deseos, pero el más importante es que El Eslabón brille por muchos años más.

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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