Me invitaron a escribir algo por el aniversario de El Eslabón y me cuesta más de lo que pensaba. No tanto porque hace años que dejé de laburar de periodista (oficio que extraño los domingos cuando cae el sol y algunos días de lluvia entre semana), sino porque rememorar esos días de insumisa militancia periodística me representa tocar una fibra profunda, sonido a golpes en el teclado, olor a papel de diario, sabor a mate lavado de madrugada.

No lloro, no, sólo se me cuela un Juane noble y despeinado en el ojo. Quiero decir que completar 4 mil caracteres en esa época hubiese sido cuestión de un pestañeo pero ahora se me hace titánica la tarea. Ni siquiera recuerdo cómo contar los caracteres.

Hoy, a la distancia, intento no romantizar esos años de trabajo grupal tozudo, pero admito que no es fácil. Entré al periódico no sé por qué (creo que hacíamos una revista con unos compañeros de la militancia barrial o por laburar en la radio con Carlitos Del Frade). Fui de la segunda camada, después de los fundadores, de los Big Five. Pero me metí hasta el cuello, no podía ser de otra manera. El Eslabón representaba todo lo que estaba bien en una ciudad en la que la agenda de opinión era controlada por grandes medios. Padecíamos asfixia informativa y decidimos contar lo que creíamos que hacía falta contar. Fue una lucha quijotesca, contra los enormes molinos multimediáticos, pero el hecho de que hoy estemos celebrando 25 años en la calle da cuenta de que tantas batallas perdidas no fueron en vano.

Éramos un grupo sumamente heterogéneo, aunque a veces las fronteras se desdibujaban. Estábamos los estudiantes de Comunicación Social, que pretendíamos con cierta ingenuidad cambiar la historia del cerrojo informativo de un plumazo; y estaban los periodistas “ya consagrados” o que tenían cierta trayectoria profesional. Ellos trabajaban en medios conocidos y colaban notas de manera encubierta, con nombres falsos, en nuestro periódico. Para nosotros fueron una pluma profesional de la que aprender lo que significaba hacer un periódico, y la honradez que representaba poner en riesgo sus laburos por democratizar verdades.

Me cuesta seleccionar alguno de tantos recuerdos. Mi vida entera pasó por El Eslabón, muchos años, y lo valoro. Las discusiones políticas a los gritos, las cuentas que nunca cerraban, las risotadas a toda hora, los cierres de ansiedad trasnochada. Tantas notas, tanta escuela, tanta calle. Desde complejas investigaciones periodísticas que se hacían lugar a los codazos en los kioscos de revistas; la cooperativización de las pocas ganancias y de las muchas pérdidas; la escuela de formación de trinchera que representaba esa redacción inverosímil en la que se encontraban cabezones del periodismo con militantes sociales pasando por las mejores fiestas de aquellos años hasta la posibilidad de colaborar en proyectos de comunicación villera, la experiencia El Eslabón se me encarnó para siempre. Me enorgullece ver que aquel sueño amorfo de un grupo de estudiantes de hace 25 años hoy forma parte de la agenda periodística de la ciudad.

Agradezco profundamente tamaño aprendizaje plural. Agradezco a mi manera al Juane y a ustedes. Y las tardes de domingo, cuando se me entreveran sentimientos de nostalgia, suspiro aliviado pensando que lo di todo sin medir nada y que aquel pasquín de cuarta me hizo quien soy. Y me alegra el corazón saberlos presentes. Ayer, hoy y ¡siempre!

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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