Cumplir 25 años en estos tiempos convierte a un proyecto periodístico como El Eslabón casi en ese barrio al que el Gordo Troilo decía estar siempre llegando. Estos tiempos dominados por grupos de poder transnacionales que llevan a cabo un tradicional y para nada novedoso plan de negocios basado en la rapiña de los recursos de las naciones –piratería, bah– pero, como novedad para esta versión, con un dispositivo adicional capaz de dotar de legitimidad a este modo de hacer mafioso que ya permea todas las relaciones sociales bajo un paradigma imposible de discutir que vocifera que el que la tiene más larga, gana. El dispositivo, que se ampara en las condiciones que desinteresadamente le aporta esta fase caníbal del capitalismo, esboza entre sus armas principales un renovado arsenal colonialista-friendly que orada desde el machaque la sensibilidad de las personas blanco de un proceso de atomización que las expone, por ejemplo, a devorar con fruición la shampion lig a pesar de la espantosa música coral que se utiliza como cortina. ¿Por qué no se traicionaría a sí mismo cual lemingo, presa fácil de cualquier engaño que lo ayude a combatir el desencanto, un hincha que alguna vez compartió tribunas con sus pares y hoy se autopercibe, solo, resignado y con los sentidos alterados por esa espantosa música coral, hincha de una sociedad anónima llamada Wolverton Bridges? 

Modelo de discurso único, estas formas mafiopiratescas que circulan hoy en forma de ética neomenemisto-pentecostal se están naturalizando, en mode farsa allá Manuel Adorni, impregnando la ética del gallito porongudo como parte del discurso político dominante definitivamente imbuido de tuitosidad and jeit. De pronto, y a caballo de un inesperado Adam-He Man de las pantallas, este nuevo modo de hacer política basada en un patoteo discursivo ya es la forma en la que actores nuevos –como Lemuá– y reciclados –cual Pato y sus neopatitos de comité– hablan a través de los medios torciendo la jeta y sobreactuando una furia que terminan creyendo. Herencia de la cultura publicitaria que tan bien allanó el camino para esa naturalización de un autobombo que, hoy por hoy, no admite divergencias. No hay discusión posible, no hay resistencia. Son momentos difíciles para una sociedad cuya convivencia es alterada y asediada por esta runfla caníbal limadora de libido; momentos difíciles, obviamente, también para el periodismo.   

Durante diez años –aunque no siempre– escribí cosas así al borde del absurdo en El Eslabón, un lugar en el periodismo que siempre me habilitó a decir hasta donde me animara. Un lugar que me dio la genial posibilidad de ser Tomás Dell’Pico y lanzarme al fabuloso ejercicio de expresarse sin tener que hacerse cargo, la impunidad de una entelequia tan fabulosa como el seudónimo. Un trance simpsoniano que me ayudó a sobrevivir cerebralmente –luego con mi propio nombre– mientras el periodismo de los medios masivos en torno al cual se siguen estructurando mis alternativas de supervivencia se iba ahogando en la previa al complicado escenario que nos atomiza frente a las pantallas, a mitad de camino entre la autocensura y la reproducción de pautas publicitarias de diseño, a la espera de otro meteorito que vuelva a cambiar las cosas o… o mantener la ilusión (que aún disneyplast no pudo monetizar) de que lo que uno escribe sirve para algo. Y El Eslabón es –para mí– un lugar donde siempre vive esa ilusión. Un lugar al que voy como lector de ciertas cosas que no se publican en otro lado o al que siempre puedo volver como periodista a seguir tratando de encontrarle la vuelta al arte de pensar en libertad. Y no es menor, ni casual, que ese lugar tan personal para mí esté sustentado en un proyecto colectivo como El Eslabón. Porque de eso se trata –para mí– el periodismo: de una práctica que se hace entre varios, de una combinación de información y charlas de redacción, nada que ver con el modelo de hombresánguche-lobosolitario-pijiflojo-de-tuisterverificado-queluchacontralasospechadeensobradoponiendocaraseria que el patoterismo trasnacional nos quiere imponer para, otra vez más, cagarnos la vida a la mayoría que queremos gozar de la felicidad que merecemos como pueblo que habita el mejor país del mundo. Un país donde, a pesar de toda la farsa que amenaza con convertirnos en ceros y unos, de una inteligencia artificial imbécil, un proyecto periodístico como El Eslabón cumple 25 años. Cómo no celebrarlo.

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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