Cambió el siglo, cambió la tecnología, apareció lo digital para llevarse puesto el monopolio del papel, pero también para expandir las fronteras de la información hasta límites nunca imaginados. Cambió la ciudad, el país y el mundo. El lector se convirtió en parte de algo indefinido e indefinible que muchos llaman audiencia y la prioridad informativa pasó a estar en manos de un ente no humano conocido como algoritmo, que arma y desarma listas sobre lo que se conoce como consumo de medios. Pasaron crisis, presidentes y presidentas, intendentes e intendentas, campeonatos de fútbol y reformas estructurales. Aparecieron los youtubers, los streamers, los influencers, las redes sociales, los textos cortos, luego los videos, después las micro oraciones y más videos. Más cortos, más frenéticos, más efímeros, más irrelevantes. Rápidos y furiosos.

En los últimos 25 años, no sólo cambió el número que define el siglo. Se transformó la forma de comunicarse y se multiplicaron al infinito los emisores de mensajes de todo tipo: la tecnología lo hizo posible, hasta llenar las pantallas de datos de todo tipo que se acumulan muchas veces sin sentido, sin objeto, sin ninguna idea ordenadora, sin mensaje. Contra eso, a pesar de eso y más allá de eso, siguen existiendo propuestas que toman las posibilidades que ofrece el infinito mundo digital sin resignar la meta central del periodismo: llegar al otro, pensar en comunidad, trabajar en equipo, detectar las necesidades de las mayorías y transmitir con claridad lo que puede impactar sobre esas mayorías en su vida de todos los días, cada día.

El Eslabón, ayer y hoy, sostiene esa apuesta por el periodismo que en los últimos tiempos fue desertada por buena parte de los medios. Contar una historia, abrir un canal de comunicación, conectar las partes de un todo y darle sentido al viejo esquema de emisor y receptor. Tener algo para decir, poder ordenarlo y exponerlo, consultar a las fuentes y no huir del contenido como de la peste ni quedarse en el capricho del algoritmo, del click o de lo que demandan de forma vaga “las audiencias”. Felices 25 años para esta forma de entender el derecho a la información donde el tiempo, el trabajo y lo que se dice sirve para darle sentido al viejo y querido oficio de periodista.

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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