Tenía 19, un montón de preguntas y la pretensión de entender. Para empezar por algo, decidí presenciar las elecciones de 1999, trabajar en una mesa electoral y ver de cerca el modo en que se contaban los votos una vez cerradas las urnas. Allí conocí a un muchacho un poco más grande, morocho, de pelo muy cortito, tan fana de U2 como lo era yo en aquel tiempo. Charla va y charla viene, terminamos la jornada electoral con un auricular cada uno, al ritmo del clásico pacifista Sunday bloody sunday.

Aquel día supe dos cosas. Primero, que mis intentos por entender iban a necesitar mucho más tiempo que el que me había imaginado. Y segundo, que aunque los resultados de esas elecciones serían, al día siguiente, la noticia de tapa de todos los medios del país, las boletas se contaban en las escuelas a mano alzada y con palitos dibujados en un pizarrón.

Finalizado el recuento, pizza y cerveza de por medio, mi amigo deslizó algunas frases que llamaron mi atención, tanto como ese instrumento artesanal que habíamos empleado para computar los votos: que trabajaba como periodista independiente, que escribía para una redacción muy chica pero que, como todo, eso no quería decir que le faltara espacio. Que intentaban analizar los hechos mirándolos desde todos los ángulos posibles. Y que priorizaban la cercanía y los vínculos. Y cerró la charla con una pregunta: ¿Viste alguna vez las cosas desde abajo?

La segunda ocasión en que nos encontramos me trajo de regalo una de las primeras ediciones de El Eslabón. Estudiaba Comunicación Social y escribía allí. Me habló de la agrupación Hijos, de la dictadura, de los medios, de las cosas que pasaban y de las múltiples maneras de contarlas. Recién terminaba la secundaria. Venía de un entrenamiento deportivo riguroso como gimnasta artística y estaba aprendiendo a moverme y a mirar el mundo de una manera nueva, sin tantas imposiciones y restricciones. Aquellas palabras quedaron resonando como en una especie de eco, una suspensión.

Es difícil imaginar las derivas que producen algunos movimientos. Muchos años pasaron. El Eslabón se convirtió en una referencia de lectura para mis pretensiones e intentos de entender.

También en un espacio donde, para contar, es importante estar cerca, tener la mano alzada y saber dibujar palitos en un pizarrón de escuela, aun cuando los acontecimientos y sus repercusiones ocupen el ancho de un continente.

Y por último, un lugar donde eso que pasa, se pueda mirar de lejos, de cerca, de arriba, de todos los costados y, sobre todo, de abajo, desde ese suelo común que nos incluye, sin distinciones, a todas, todos, todes.

¡Feliz cumpleaños El Eslabón! ¡Y gracias por tener siempre las puertas abiertas!

Publicado en el semanario El Eslabón del 07/09/24

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