Cuando nada se puede hacer para detener el fuego, se lo aisla, y se deja que se consuma a sí mismo.

La situación en Córdoba es apremiante, cada notificación en el celular, cada historia nueva que aparece tiene alguna referencia obligada a lo que viven los habitantes de Capilla del Monte y alrededores. Muchísimos focos de incendio, ninguna ayuda del gobierno nacional, y el neoliberalismo que ante situaciones que implican la destrucción de la vida de miles de personas sólo abre los brazos, pone cara de yo no prendí fuego, y dice abiertamente que hagan lo que puedan. Es sabido que las provincias no tienen recursos destinados a aviones y helicópteros hidrantes, y que la Nación le regaló dos a Ucrania, que no duraron ni un mes. Se pueden utilizar miles de argumentos para entender algo que ya entendimos hace mucho, allá por los años 90, en pleno menemato, cuando nos dimos cuenta que nada de lo que hiciera el gobierno iba a ser a favor de los trabajadores. Las fórmulas siempre fueron las mismas: desregulación para el capital financiero, licuación de salarios respecto de la inflación, tarifazos y ganancias extraordinarias de las empresas privatizadas, despidos masivos, sobre todo en el Estado, destrucción de la Pymes y estancamiento de la industria. A esto se le suman las particularidades de Milei, que llegó al poder con un caudal altísimo de votos producto de la bronca de la ciudadanía en general y de una ingeniería que sirvió para romper el empate técnico que tenía el Peronismo con el PRO, atrayendo hacia La Libertad Avanza los votos de la sociedad enojada, desinformada desde los programas de chimento, o desde las redes sociales, influencers, con una comunicación dirigida a hacer estallar el sentido común. ¿Cuál es el mejor modo de que el sentido vuele por los aires? Darle rienda suelta al odio por los demás, por los políticos, por los derechos humanos, por los comunistas. Tiene que aparecer un enemigo, aunque éste ya no exista realmente, algún culpable de lo que me toca vivir, alguien a quien despreciar, que pueda ser cualquiera. Las características del enemigo son difusas, adaptables a cualquiera, la desconfianza es hacia todos, pero está especialmente orientada hacia el feminismo, barriendo los ministerios, precarizando a sus trabajadoras, la política, los derechos humanos y el sindicalismo, casualmente las únicas herramientas de las que dispone el trabajador, y los únicos sectores que le pueden poner un límite a los empresarios. En esa ecuación del odio, los poderosos nunca están, son quienes mueven la economía, y para quienes trabaja la motosierra. 

¿Qué sucedió en los últimos 20 años para que volvamos a votar a aquellos que echamos de la Rosada en el 2001? ¿Podemos seguir creyendo que la gente es idiota? En primer lugar dejaría de echarnos todas las culpas, al movimiento nacional y popular, a Alberto y todo lo que no se hizo, a Cristina por elegir a Alberto, y una larga serie de etcéteras que no aportan al análisis. Se produjo algo en nuestros cerebros a partir de la utilización de los celulares en nuestras vidas, como una doble vida, como la posibilidad de huir permanentemente a la virtualidad cuando algo no nos gusta, como si fuera un escape, una línea de fuga. Pero la pregunta del millón es ¿hacia dónde huimos?, ¿hacia la libertad? Huimos hacia un ideal, el ideal de la imagen que nos encantaría tener frente a los demás, escapamos de la piel, del dolor de vivir en una sociedad que nos hace mirar por la ventana las bondades de la sociedad de consumo, huimos hacia el algoritmo de lo igual, dónde la diferencia tolerada es tan pequeña y la lógica de intercambio es confrontativa. Porque allí, en ese lugar, en el que somos todo lo que queremos ser, no hay lugar para otros. Siempre deseamos la perfección, y ahora que podemos tenerla, ahora que nuestra avatar es mas bello que nosotros mismos, que la tierra del consumo prometida está al alcance de la mano, y que nos envían mutantes a traernos las cosas que nos hacen ver mejores, y el culto a la belleza hegemónica, y que mostramos los pectorales en el espejo o vendemos ilusiones entre medio de las tetas, y en la siguiente foto aparecemos con nuestros hijos a ver si nos aceptan con los bártulos, todo se ha vuelto más complejo. Estamos atrapados en un sueño, y cada vez que volvemos a la realidad, dolorosa, hiriente, incendiada, queremos volver a irnos. 

Tengo la sensación de que perdimos la capacidad de enfrentar la realidad, de caminar el mundo, nos volvimos endebles, hipersensibles a todo y el dolor fortalece, el confort debilita, la comodidad aplaca, achancha. Entre ese mundo ideal en el que el único sentido que predomina es la mirada, quedó en evidencia que es el sentido que más juicios genera. La ciencia está basada en la práctica y, si bien esta última es sensorial, lo que predomina es la mirada, la observación. Vivimos como si nunca fuéramos a morir, en una temporalidad vertiginosa que gira en círculos y pasamos mil veces por segundo por los mismos lugares. La realidad es creada por la repetición, por la aparición en diferentes lugares de la misma mentira, la convierten en real. De otro modo no podemos explicar que en el siglo XXI aún sigamos hablando de comunismo, salvo que sea para estigmatizar un sector social que sigue rescatando lo comunitario presencial como un lugar a habitar.

La pandemia también produjo lo suyo y también se convirtió en una estrategia, más allá de las visiones conspirativas. La estrategia de incorporar a esta virtualidad a la gente que había quedado afuera. También fue una transferencia abrumadora de capital de los Estados a las empresas, que vieron crecer desaforadamente sus ganancias, con un breve paso por la ciudadanía. El encierro volvió más miserable al miserable, enfrentó a quien se había inventado su vida para no tener que mirarse en el espejo a la propia imagen de una vida vacía de placer, en la que el único goce es la posesión. Sí, la pandemia nos volvió más consumistas, aprendimos a manejar plataformas y tarjetas, compras online, y además nos permite presumir de lo que adquirimos, entonces dejamos de ver quién se sienta a la mesa para ver el asado en la parrilla, dejamos de ver lo que las personas hacen y empezamos a ver las ilusiones que venden, vendemos lo que queda de nuestra alma a la virtualidad, y dejamos un despojo de huesos al trato en persona. Y el celu sigue en el bolsillo, esperando a ser rescatado, para seguir juntando datos que le dicen a las empresas que querés ser, para ver que te venden.

En ese contexto, la política es el lugar donde destilar el odio. Algunos sin argumentos putean y maltratan a todos quienes no piensan como ellos. Otros, a través de la ironía, dejan entrever un intelecto privilegiado destinado a hacer sentir nulos a los demás. Algunos en nombre de la libertad individual, otros en nombre de la comunidad a la cual no escuchan, algunos en nombre del consumo no realizado, otros en nombre de la soberanía perdida. Hoy no podemos saber qué es izquierda y qué derecha porque el odio nos atraviesa, y porque somos discurso y no práctica, un discurso sin sujeto que lo sostenga, por eso podemos decir tantas cosas. Si tuviéramos que sostener lo que decimos sólo escribiríamos dos renglones por las redes.

En tiempos en que no se sabe que hacer, es mejor utilizar las palabras para establecer la ética, o sea, darle un marco a nuestras acciones futuras. La mejor estrategia para combatir los incendios incontrolables es aislar el foco, o sea, sacar todas las malezas combustibles para que el mismo no se propague. Es probable que, si dejamos de ser una correa de transmisión para el odio, los focos se vayan consumiendo solos y se vayan extinguiendo. Hoy somos parte del problema. Tendremos que encontrar los modos de reconstrucción de la presencialidad, del reconocimiento del otro, pero en serio, a conciencia, con respeto real, sin ironías, y ahí, recién ahí, quizás podamos empezar a materializar los sentimientos que se nos vienen pudriendo por dentro, y se apague el foco de incendio del odio desmedido hacia quienes nunca tuvieron la posibilidad de pensarse en un mundo mejor, y llenaron con calificativos el vacío existencial que deberíamos llenar de utopías.

Publicado en el semanario El Eslabón del 28/09/24

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