Hubo un tiempo del fútbol en el que los partidos no se jugaban para que fueran partidos sino para que los jugara el Negro Palma. Plena lógica. El tipo armaba fiestas gastando apenas las puntas de los pies y sólo usaba enteros a esos mismos pies cuando había que plantarse para hacerse cargo de las situaciones bravas que atormentaban a sus equipos. Sin embargo, como era tan brillante, transitaba las tardes sin poses de estrella y posibilita que cada compañero y cada rival, cada cachito de pasto y hasta los propios partidos dejaran de ser cachos grises de la existencia y adquirieran lluvias de luz. No hay explicaciones de cómo lo lograba. Sólo la certeza de que lo hacía.

En el medio de la cancha o un poco más adelante, Palma se desplazaba como sin esfuerzo, con el aire girando a su alrededor muy a su disposición y con unos manuales de geografía y de geometría ocultos en algún rincón de la camiseta desde los que se instruía para decidir lo justo en el instante justo. Pateaba para que se desanimaran los arqueros y se lucieran los fotógrafos y se desmarcaba mirando un brújula muy suya que quizás le había regalado algún duende en el barrio de pocas monedas y muchos pelotazos en el que nació y creció. Volvía tan fácil lo que es difícil que, después de verlo, daba pudor patear de manera silvestre y, a la vez, resultaba imposible no enamorarse del fútbol.

En Central, parió tantísimas maravillas que se erigió en prócer sin que lo desviviera el bronce. En River, desparramó el talento suficiente como para que la hinchada lo sintiera uno de su estirpe. En la cancha a la que lo invitaran, llegó caminando adonde muchos otros iban corriendo y consiguió que el tiempo y el espacio, esos dos exigentes, lo abrazaran como a un amigo.

A un maestro de las canchas no le cabe la asociación con ninguna tristeza ni siquiera ante la noticia de su adiós. El fútbol es inmensas cosas y, entre ellas, acaso más que todas, una memoria popular y entrañable. Ahí andará para siempre el Negro Palma cada vez que un partido represente la excusa para aplaudir a un jugador grandioso. Ni la.muerte es capaz de conseguir que un crack deje de ser un crack.

*Periodista

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