Para abordar el tema del narcisismo, no desde el punto de vista clínico ni académico, sino desde el sentido común, necesitamos implicarnos directamente y ver sus efectos en nuestras propias acciones. Es un desafío porque estamos inmersos en dinámicas que nos ponen en el centro de la escena en la que ponemos la cabeza, pero no el cuerpo. Esta dinámica relacional tiene algunos aspectos que nos constituyen, ciertamente, pero a su vez también se articula al mismo tiempo que se contrapesa con la autopoiesis. En lenguaje de Maturana, es la autoproducción que generamos celularmente en tanto seres vivos, que sólo se termina cuando nos morimos.

La construcción de subjetividades en tiempos convulsionados como el que vivimos, suele dejarse de lado. Suponemos que en algún momento, por motivos que no podemos establecer, las cosas mejorarán, y siguiendo a la escuela funcionalista, que llevó las teorías de la información al ámbito político creando la justificación científica a la dominación social en los términos que hoy existe, tenderemos al equilibrio, seguramente sacrificando “el ruido”, que vendría a ser la disidencia, la diversidad o simplemente el otro. Estas construcciones subjetivas, que tienen diferentes características según las generaciones, pero también en función de la construcción del sentido común en cada momento histórico y de quiénes son los protagonistas principales, las fuentes desde donde se propaga la ideología en un momento determinado nunca son unicausales, sin embargo, hay factores hegemónicos que las condicionan más que otros. 

La utilización de tecnologías diseñadas para el control social es un hecho desde la imprenta hasta la fecha. La diferencia principal radica en la propagación de dicha información y la llegada a cada vez más personas. Las tecnologías digitales han logrado lo que la TV no había podido: inducir, instalar imaginarios, pero además generar una participación acrítica que nos hace creer a todos que pertenecemos a la matrix. El acceso a internet, y a información infinita, pero manipulada por algoritmos que visibilizan e invisibilizan según criterios de pertenencia, lograron de algún modo soldaditos que defienden eso que les da sensación de libertad, mucha ansiedad y frustración, porque nada es gratis. El surgimiento de las redes sociales provocó una vida paralela, más atractiva que la propia, en la cual puedo ser lo que en mi vida personal no logro de ninguna manera. Esa imagen amplificada, viralizada, modificada, filtrada, es lo que deseo ser, desde la propia visión de la matrix. Ese lugar que me asigna es el de mirarme, y admirarme. La imagen que construimos en redes termina siendo más real que nuestra realidad, sobre todo por las escasas perspectivas de realización que nos brinda la sociedad y por el lenguaje facilista que nos ofrece soluciones a todos los problemas a través de tutoriales y nos permite hacernos los graciosos a través de los memes. La imagen propia riendo solo frente a una pantalla me parece patética, sin embargo ocurre a menudo. El narcisismo está presente, parece que fuera amor propio mediatizado, pero las condiciones de existencia del mismo nos exceden. Los demás son las imágenes que vendemos para hacernos deseables, la belleza editada, los eventos que compartimos sin estar con el otro, sin sentir su olor, sin dar el abrazo, sin siquiera entender el tono de lo que dice. Por eso nos termina importando nada el otro, y sólo ajustamos los parámetros de deseabilidad. No hay nadie más, el único otro es mi otro yo. 

Me lo han dicho, discursivamente, y eso es motivo suficiente para pensarlo, para darme cuenta cuándo me sucedió e intentar cambiarlo. Quiero ser solidario, empático, y para eso tengo que volver a sentirlos, sí, a ustedes, de carne y hueso, con olor a chivo, despeinados, con aliento a tabaco o a alcohol, hablando atravesados a las 4 de la mañana. Y teniendo que esperar el colectivo que no sé si va a llegar o si me van a robar en la esquina. Recuperar el espíritu aventurero, transpirar para prender el fuego y alcanzarle un vaso de cerveza al asador. Es en esos rituales en los que podemos recuperar los comandos sobre nuestras vidas. Porque aparece la tolerancia como condición, la aceptación de los lugares oscuros, sucios y feos de los demás, los que nos reconcilian con la especie humana. 

Saberme así de contradictorio, de ineficiente, de feo, de bruto, me permite desarrollar otras capacidades, de comprensión del otro como singularidad, de no confrontación con eso distinto, de biodiversidad. Deleuze habla de devenires, devenir mujer, devenir animal, devenir imperceptible, que no es un hacer como (como sucede en las redes con las sonrisas de selfies),sino un transformarse en, volverse, estar siendo.

Todos y todas estamos repitiendo esquemas narcisistas, es bueno verlo para poder cambiarlo, y no arrojarle mis verdades absolutas a los demás por la cabeza. La autopoiesis permite la comprensión de que para cada uno la realidad es diferente, porque los procesos sensoriales de cada organismo son distintos y, ante esta evidencia, poder desarrollar el sentido del pluralismo, de que no hay ningún parámetro bajo el cual un ser humano es menos que otro. Y que esa competencia en la que nos subimos, que se exacerba al infinito, es sólo una estrategia para hacer de esta sociedad un gran exprimidor que te saque todo el jugo, para que el día después que te jubiles ya no te quede nada para dar.

Publicado en el semanario El Eslabón del 12/10/24

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