El 30 de octubre de 1983, a las 6 de la tarde, cuando se cerraban las mesas de votación en cada una de las escuelas, estallaba un aplauso cerrado anunciando que se abría una nueva era para un país que había vivido años bajo un régimen cívico-militar-eclesiástico de despojo y autoritarismo. El imperfecto Estado de Derecho venía a reemplazar la más oscura etapa de atropellos cotidianos, de terror sistemático, de desprecio por la vida.

Transcurrieron más de 40 años desde aquel frágil momento. En la jornada de esta semana, la decisión en Santa Fe de detener violenta y arbitrariamente a trabajadores por su calidad de referentes sindicales, por haber ejercido el derecho a la protesta contra una reforma jubilatoria debatida a “puerta cerrada” y “aprobada” sin cumplir con la norma que regla los rechazos y abstenciones, hacen del 16 de octubre de este 2024 un día oscuro. No es la primera vez que en cuatro décadas se criminaliza la protesta social, pero sí es la primera vez que son detenidos docentes sindicalizados y otros trabajadores del estado provincial con un despliegue de ostentación de fuerza inaudita. Represión que el Estado no ejerce hacia quienes cometen delitos graves, tales como la evasión fiscal. Peor aún, para esos casos el premio, es el blanqueo y el título de “héroes”.

Frente al despliegue de poder que se propone amedrentar, subordinar, disciplinar; una vez más la plaza. La plaza como punto de reunión para gritar por la libertad de los compañeros presos por defender una causa de todos, como lugar de intersección de voluntades insumisas, como apuesta inmarcesible de lo colectivo. 

En particular, una vez más la plaza como espacio de encuentro casual (léase causal) con egresados y egresadas del Olga Cossettini, que comentan de sus difíciles batallas diarias en el aula y en la sala de profesores contra un extendido sentido común en favor de un exacerbado individualismo, de sujetos que paradójicamente no dejan de usufructuar conquistas colectivas, las pocas que aún se conservan.

Frente a la retórica, y no sólo la retórica, de los partidarios de “Cárcel o bala”; una vez más la plaza despliega su potencia. Cada uno de los abrazos que nos propinamos era una ratificación de la vigilia por sostener, de las luchas a las que no vamos a renunciar. Por estas horas, en que la prepotencia se siente envalentonada, estaremos en la plaza, porque sabemos que aún en los tiempos más oscuros de la dictadura, fue su potencia la que trazó la senda para la recuperación democrática, que el ascenso actual de las derechas quiere poner en cuestión nuevamente.

*Doctor en Historia (UNLP) y Director de la Maestría en Estudios Latinoamericanos y del Caribe (UNR)

Publicado en el semanario El Eslabón del 19/10/24

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