Muerto a golpes por la policía de Feced en plena dictadura, Waldino Aguirre fue el goleador histórico del Canaya hasta ser superado por Ruben. El espacio La Memoria es Central lo recordó a 47 años de su asesinato.
Con el hígado a la miseria –antes por el alcohol, ahora por los golpes–, costillas rotas, el tórax estropeado y la marca de unos borceguíes policiales como firma en el centro del pecho, Waldino Aguirre le dice a otro de los detenidos de la Comisaría 11ª: “Estoy jodido, hermano. Estoy muy jodido”.
Goleador histórico de Rosario Central hasta ser desplazado de esa condición por Marco Ruben, la historia del Torito Aguirre es la del ídolo caído en desgracia. Perdido en borracheras y en la pobreza, alejado de su familia, (sobre)vivía en un vagón del tren cuando en octubre de 1977, en los albores de la última dictadura, lo fue a buscar la Policía de Agustín Feced por el presunto secuestro de una mujer. Horas después, un parte oficial informó que “murió por un ataque al corazón”.
Aunque escrito para otro Torito (al popular boxeador Justo Suárez), el cuento de Julio Cortázar también se emparenta con la vida del futbolista nacido y criado en Tablada. “Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba”.
Ilusionista y goleador
Waldino Aguirre volvió a la agenda periodística cuando Ruben se aproximaba a su récord de 98 goles con la auriazul, superado en noviembre de 2021. Su nombre luchó contra el olvido gracias a efemérides y estadísticas, hasta que el pasado lunes el espacio La Memoria es Central recogió su nombre como bandera contra la violencia institucional (ver recuadro).
Salió de la panza de Dominga Caballero el 18 de noviembre de 1920. Sixto, su padre, lo llevó a los clubes La Unión y La Aurora. En 1935 llegó al club grande del barrio, Central Córdoba. Debutó dos años después: jugó con Gabino Sosa y reemplazó, nada menos, que a Capote De la Mata cuando éste se fue a Independiente.
Dejó el Charrúa en 1941 con un título (el extinto Campeonato del Litoral), 32 goles en 61 partidos, y el dinero de su venta para comprar la sede de calle San Martín 3250. Tuvo dos etapas en Rosario Central, con un título de Segunda División en cada una. En el medio jugó en Racing (lo compró por 80 mil pesos) y Huracán.
Conocida es la anécdota del clásico rosarino en el que exhibió sus testículos al sector femenino de la tribuna de Newell’s, causando el horror de las damas y la furia de los caballeros. Ya de mozo en la emblemática parrilla Copalo, de Saladillo, se justificaba ante los comensales que le pedían que repitiera esa historia: “Habían insultado a mi madre”.
Como jugador del Globo pero siguiendo el partido desde la platea, al Totito se le “escapó” un estruendoso aplauso cuando Central –rival de turno– anotó un gol. El partido se jugó en Arroyito, pero el gesto fue a la vista de los hinchas visitantes, que lo increparon.
Retirado tras su paso por el fútbol peruano, cayó en la pobreza, la depresión y el alcoholismo. Venía anécdotas: su gloria futbolística apenas le sirvió para recordar historias a cambio de las monedas de quien quería escucharlas. Docente y escritora, Berta Temporelli se crió en Tablada con una sobrina de Aguirre. “Mi amiga recuerda –escribió en Facebook– que cuando murió su papá, su tío estaba muy empobrecido, y le tuvieron que prestar un saco para ir al sepelio”. Una nieta del Torito, me cuenta la militante de Hijos María Eugenia Di Pato tras contactarla, reveló que “la familia buscó ayudarlo, pero él se negó, y desde ahí perdieron contacto”.
El armazón de un tranvía, en un terreno de Necochea al 4300, hacía de vivienda. Allí llegó la policía la noche del 27 de octubre de 1977. A falta de patrullero disponible, se lo llevaron en un taxi.
Torito es muerto
“Lo que pasa es que no doy más aquí tumbado todo el día”, sigue Cortázar. “La fortuna ya se aparta de vos / Y al club del arpa te asociás”, canta el Indio Solari en Torito es muerto. En el robo de unos 40 atados de cigarrillos con los que Waldino intentó aliviar el hambre comenzó la sucesión de hechos que terminaron con su vida. Una crónica del diario La Capital relata que un tal “Alfredo Salinas prometió vender una parte de la mercadería, pero se quedó con el dinero”. Una versión dice que Aguirre, un vendedor ambulante y otro hombre más fueron a buscar al tipo para apretarlo, y que al no encontrarlo, como represalia se llevaron a su hija mayor. Otros dicen que el ex jugador, como conocía el domicilio, sólo guió a sus dos laderos, quienes a su vez negaron participación alguna del ex Central. Pero la esposa de Salinas dijo haberlo reconocido, y le mandó la policía.
Lo cierto es que en la madrugada del 28 de octubre, cuando los agentes de la Seccional 11ª ya lo habían desfigurado a patadas mientras le preguntaban por el paradero de la chica, ella ya había escapado de sus inexpertos captores y estaba en su casa.
El volumen de la radio al palo no evitó que los gritos de la paliza alcanzaran los oídos de los otros presos. Ciertas prácticas policiales no envejecen con el tiempo, sea en dictadura o en democracia. Al igual que muchos años después con Franco Casco, también víctima fatal de violencia institucional, la voz de los detenidos y la autopsia cambiaron la versión oficial. De la “muerte por un paro cardíaco” se pasó –tras la investigación del juez José María Peña– a muerte por “extensos hematomas en la región tóraco-abdominal, la deformación del tórax dando la impresión de aplastamiento de la caja torácica, rotura de costillas”. El deceso, concluye el informe del forense, “se produjo por hemorragia masiva por ruptura de hígado por traumatismo múltiple”. Su principal pecado, dice el investigador de la historia canaya Germán Alarcón, “era ser borracho, negro y pobre”.
“Olivera lo tenía de los brazos, Acevedo le saltaba encima y Basualdo le pegaba con los pies y las manos”, relataron los presos sobre los oficiales que aportaron esas prácticas criminales hasta asesinar al Torito. Olivera se dio a la fuga dos años después, antes de conocer su condena. Nunca más se supo de él. Acevedo fue condenado a 13 años de prisión, y Basualdo a 12. “No tuvieron condenas muy grandes”, lamenta Tomás Labrador –también de Hijos y de La Memoria es Central– “y encima salieron a los pocos años”.
Caprichos oscuros del destino, la policía santafesina de Agustín Feced que asesinó al goleador histórico canaya, incorporó a sus filas a otro que evitaba los goles: Edgardo Andrada, el Gato.
Quisiera que me recuerden
“La memoria no tiene colores políticos ni colores deportivos”, remarcó de entrada Carlos Comi, dueño del bar Gran Centralito, donde el lunes 28 se realizó un homenaje a Waldino Aguirre, a 47 años su asesinato a manos (y pies) de la policía. Tras esa aclaración, el ex concejal admitió que parte de la idea surgió de un viejo rival de bancada y de tribuna como Eduardo Toniolli. Entre los innumerables retratos e imágenes de ídolos canayas que ilustran las paredes del negocio gastronómico vecino del Gigante de Arroyito, “falta el Torito”, le advirtió el hoy diputado nacional y ex edil justicialista y leproso.
“Carlos nos tiró el centro, sólo tuvimos que empujarla”, agradeció Santiago Garat, periodista de este semanario, escritor y referente de La Memoria es Central, el espacio auriazul de derechos humanos que impulsó el evento. Tomás Labrador repasó el legado futbolístico del delantero, que debutó con gol ante Platense. “Hubo amor a primera vista”, apuntó el también militante de Hijos Rosario. Su par María Eugenia Di Pato recorrió su andar tras el retiro y hasta su muerte: “El único futbolista profesional asesinado por la policía en dictadura”. La muralista y militante de derechos humanos María Luciana Pollola, cerró: “Lo matan por ser un negro de gorrita”.
Ver esta publicación en Instagram
Publicado en el semanario El Eslabón del 02/11/24
¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 4000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.