El 30/10 fue el cumple de Maradona, nació en el 60 y murió en el 2020, a los 60 años, todos números redondos. Tanta rebeldía puesta al servicio del pueblo, tanto como los Redondos, que también son parte de ese retazo de modernidad que vivimos quienes hoy andamos por la media década. Podríamos pensar que somos parte de un relato, de una narrativa, como le gusta decir a quienes hablan de política, o de los nuevos lenguajes digitales hoy.

Pero el Diego no fue un relato, ni en nuestras vidas ni en la suya propia. Y los Redondos tampoco. No fuimos espectadores, no los vimos por tv –o sí los vimos–, eso estaba asociado a miles de acciones en nuestra vida cotidiana, estaba indefectiblemente relacionado a muchos partidos en los que utilizamos esa épica maradoniana para sacar fuerzas de quién sabe dónde y darlo vuelta sobre la hora con un gol agónico que seguramente dejaría un frutillón raspado en la rodilla o el cachete de la nalga. Incluso si no se ganaba, la sensación era haber puesto todo. Yo no lo vi al Diego, lo viví en toda su inmensidad, y caí en los confines de lo turbio, cuando le tocó. Con los Redondos igual. No escuchaba los cassettes, los viví, y sus letras habitaban mi cotidianeidad con miles de interpretaciones para lo que me iba pasando, con miles de historias que se cruzaban con las nuestras.

Solo vi ese brillo en los ojos de quienes vivimos al Diego quizás en la mirada de los viejos y viejas que hablaban de Evita, y un poco menos pero también de Juan Domingo Perón. Ellos tampoco fueron espectadores, fueron el peronismo, el pueblo trabajador, el movimiento, la básica donde Evita era un poster que se materializaba para mirar si lo que hacíamos era correcto, era para hacer feliz al pueblo. 

En algunos momentos, con Néstor y Cristina se volvió a vivir, en las calles y con presencialidad, esa forma de hacer política que hace temblar al status quo, al punto que ponerse la camiseta es hacer uso de esa singularidad que tenemos, y que permiten que ser pueblo no sea ser una masa homogénea sino una lava incandescente. Luego volvimos a ser quejosos espectadores de una política a la que le pedimos que nos resuelva los problemas de nuestra vida sin poner nada a cambio. Pasamos de protagonistas a espectadores, luego a usuarios y por último a jueces sin juzgado. En una década, perdimos de vista que la hegemonía construida tenía que ver con el estado de movilización, que no es lo mismo que la marcha. El estado de movilización se traslada a todos los aspectos de la cotidianeidad. La marcha hoy es sólo una actividad más del día. 

Foto: Jorge Contrera | El Eslabón/Redacción Rosario

La fragmentación que sufrió nuestra existencia en los últimos 15 años es impactante. Nos laminaron la existencia en fetas tan finas que no nos permiten sentir el sabor de la vida, de la rebeldía, de la lucha. No vivimos ninguna épica, aunque sea en nuestro imaginario, que nos haga meter un gol con la mano, o cagarnos a trompadas con la yuta a la salida del recital porque esos hijos de puta mataron a Bulacio, o recordar el primer juguete que te regaló Evita con lágrimas en los ojos. Ahora todo se calcula, justo ahora, que hace falta desmesura para enfrentar a estos fachos prepotentes que no se aguantan un tortazo.

No se trata de arriesgar la vida, se trata de vivirla de un modo que dignifique, que la lucha nos haga brillar la mirada cuando vemos nuestro reflejo en el espejo cada mañana. El Diego sintetiza a toda una banda loca de jugadores de fútbol, que eran políticos, en su forma, en su contenido. Los Redondos simbolizan a todas las bandas que en los 90 puteaban la reencarnación de la oligarquía en el modelo vengativo del neoliberalismo y pateaban el tablero del discurso único. En ambos casos, la necesidad que nos hacía inscribirnos en esas historias era la de afirmar que no todos somos lo mismo. Hoy, entre algoritmos, pobreza metafórica y consumo, liman todas nuestras asperezas, nuestras diferencias, nos vuelven lo mismo, y creemos que esa ausencia de conflicto es positiva. Hay más riquezas y la desigualdad es mayor, mejoraron los sistemas de autocontrol, pulieron las agresividades para que no saltemos. Es la lógica de los RRHH que te hacen aceptar, con una sonrisa de empleado del mes, condiciones laborales, salarios a la baja, despidos sin indemnizaciones, y después te invitan a su cumpleaños porque nada es personal. 

Recuerden que mientras Messi fue condescendiente con el poder, Argentina no ganó nada, cuando empezó a hacerse cargo del conflicto, de enfrentarse al establishment futbolero, de putear a los rivales de potencias futbolísticas, las copas empezaron a llegar.

No creo en las fórmulas, no me parece que haya una receta que pueda aplicarse, pero estoy seguro que la actitud que asumimos, el afirmar nuestra propia existencia, manda la pelota al campo rival, define que hay un campo rival, porque la estrategia del poder concentrado en los últimos años ha sido que usemos todos la misma camiseta y nos metamos goles en contra mientras creemos que la embocamos en el arco rival. Por confiar en ellos, hoy no sabemos siquiera a lo que jugamos. Salgamos a la cancha con la expresión del Diego contra los ingleses, llevemoslos por delante, juguemos sucio, porque son las reglas que impusieron ellos, y ganemos de una puta vez, que cuando ganemos uno, no nos paran más. El Diego, Los Redondos y Evita son las banderas que les duelen, que demuestran que la plata no te acerca a la felicidad.

Publicado en el semanario El Eslabón del 02/11/24

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