La Justicia argentina condenó a Cristina Fernández, asistimos a un show mediático con consecuencias que aún no se pueden dimensionar. Podemos esbozar un breve análisis de unas cuantas variables que hacen a este hecho, teledirigido desde el poder real. Pasaron dos años y dos meses desde el intento de asesinato a la ex mandataria. Resuena aún esa tapa de Clarín que decía “la bala que no salió, el fallo que sí saldrá”, como premonición disciplinadora. Seguramente muchos y muchas periodistas, políticos, formadores de opinión, académicos, analizarán las circunstancias que implica la práctica del lawfare, y podremos analizarlo a la luz de lo que ocurrió con Dilma en Brasil, como uno de los antecedentes aberrantes de nuestro continente. También podremos encontrar ese tipo de prácticas en todos los países del mundo, en que el poder real maneja a quienes deben tomar decisiones que implican la vida, la libertad y el patrimonio de las personas. La Justicia está diseñada para ser garante de las desigualdades. Para proporcionar al capital las condiciones para la acumulación desenfrenada, legal o ilegal, no importa demasiado. Es el último bastión monárquico dentro de los poderes del Estado, por algo su órgano superior se llama Suprema Corte.
El gobierno mexicano de Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) tomó la determinación de que el acceso de los funcionarios encargados de la administración de la misma se produzca por elecciones. Suena raro, muy raro, porque no estamos acostumbrados a votar magistrados. Sin embargo, el sentido común más básico que podamos pensar indica que si estamos en democracia, cualquier persona que ocupe lugares de responsabilidad sobre sus conciudadanos debe cumplir con el ritual de la representación política. Claudia Sheinbaum Pardo, así como antes Andrés Manuel López Obrador, lo explicaron de un modo sencillo: lo que permitió que la ciudadanía en su gran mayoría esté de acuerdo y se genere la legitimidad popular suficiente para tener la convicción necesaria que están ante una necesidad histórica.
A veces creemos que el mundo se derechiza, que los poderosos ganaron y que los pueblos van a la deriva hacia un futuro distópico. Pero la historia está plagada de acontecimientos, de quiebres y rupturas producto de que en algunos momentos las relaciones de fuerzas se inclinan hacia las mayorías, permitiendo al pueblo vivir mejor. Es una mujer la que pone a la justicia machista y conservadora mexicana de rodillas, así como en Brasil y ahora en Argentina, son mujeres las que fueron víctimas del encarnizamiento judicial.
Se avanza y se retrocede, y no se trata solamente de política, los campos disciplinares son muy amarretes para poder explicar fenómenos tan complejos, y no son muchos quienes en las ciencias sociales se animan a trabajar inter o transdisciplinariamente para poder comprender mejor el mundo en el que estamos parados. Es importante entender los fenómenos culturales que rodean, que son funcionales a la política, que permiten asumir una actitud más participativa, sin la necesidad de tener que militar orgánicamente en un espacio determinado. Es un desafío comenzar a cambiar la percepción que tenemos de la política ya que la virtualidad la ubicó en un lugar de expectación, en el que sentimos que no podemos transformar nada. A veces, empezar por organizarnos para conseguir pequeños logros grupales o colectivos nos permite recuperar la confianza en el laburo de cooperación. Cuando sentimos que podemos, que la política es acción, que los discursos empiezan a reflejar los objetivos que se realizan, por más “pequeños” que sean, cuando reflejan actividades concretas, se produce un empoderamiento que genera dinámica y replantea la representación. Hemos perdido tiempo esperando que nos digan qué hacer y cómo, y hemos dejado de lado la materialidad de la política.
Cristina no tiene miedo de lo que vaya a pasar, tiene la tranquilidad de quien sabe cómo se mueve el poder real y con eso muestra, una vez más, con la misma entereza con la que habló después de que le gatillaran a centímetros de su cabeza, que llegará un tiempo, luego del caos, en el que vamos a tener que trabajar muy fuerte para reconstruir lo destruido.
El pueblo mexicano comprendió la necesidad de una serie de reformas estructurales para salir del neoliberalismo. ¿Qué quiere decir? ¿Dejaron de ser capitalistas? No, para nada. Se dieron cuenta de que el sistema financiero es una estafa, que precisa de la corrupción de políticos y sindicalistas, que vive haciéndole trampa a la legislación, hasta cuando los favorece, que tiene una voracidad desmedida, y sobre todo que la única manera de abordar una reforma en favor del pueblo es rediseñando el Estado en todas sus funciones para que se encargue de garantizar derechos de las mayorías, sin eufemismos ni metáforas, en un lenguaje llano, sin exabruptos, pero con una convicción profunda, nacida del espíritu que dio vida a la Constitución Mexicana, que fue una revolución, con la potencia de siglos de humillaciones, y con sangre oligarca derramada. La primera carta magna que garantizaba reforma agraria, derechos laborales y sociales.
Una sola cosa nos puede mover del odio que genera ser espectadores en estos tiempos, la organización en las bases, para lograr que erradiquen el basural, que pongan una luz en la cuadra, o que desmalecen la plaza de la esquina. Para recuperar lo colectivo es necesario organización, no hablar y hablar, no hace falta tanto análisis sino repartir responsabilidades y tener pequeños objetivos. Si no se quiere proscripción, si se quiere participación, si se pretende ganar elecciones, el movimiento es quien tiene que empezar a moverse, y ahí sí que todos somos responsables.
Publicado en el semanario El Eslabón del 16/11/24
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