Detenerse en el principio, a modo de prólogo, implica preguntarse cómo aparece un nuevo amigo en la vida de cualquier persona. 

En este caso, el hecho, librado al azar de la Historia, señala cierre e inicio de la adolescencia.

Además de compartir curso en la escuela, Ismael y Nacho asisten a un taller de computación dos días a la semana. Llevan un mes planeando faltar ese jueves para, en su lugar, ir a escuchar unas bandas a la costanera, como excusa ideal para celebrar el día del estudiante. Por mensaje acuerdan encontrarse a las 17 en la entrada de Canal 13.

Cuando llega, Nacho encuentra a su amigo sentado en el pasto hablando con un chico desconocido. Nacho se para frente a los dos estrechando la mano a Ismael:

—¿Qué onda, amigo, cómo va?

—Nachito, todo bien. Te presento a Omar.

—¿Qué haces, che? Me parece que me dejaron re plantado, quedamos en encontrarnos hace una hora con mis amigos, ¿no hay problema si me sumo a ustedes? —completa el chico con voz gruesa.

—Por mí no hay drama. Un gusto Omar —contesta Nacho mirando a Ismael.

—Está hermosa la tarde, vamos para el lado del escenario así escuchamos mejor, las bandas ya arrancaron —exclama Ismael levantándose.

Omar, que se para de un salto, toma la iniciativa:

—Me contaba Ismael que vinieron, como yo, a festejar la primavera. Tengo algo que nos va a servir —propone Omar sacando un atado de cigarrillos de su campera.

—¿De dónde sacaste eso? -responde Nacho sobresaltado.

—Del cajón de la cocina. Son tres, uno para cada uno, ¿quieren?

—Yo paso -responde Nacho.

—Dale, che, es un regalo por haberme incluido en su plan.

—Gracias, pero no me gusta fumar, ni tampoco el olor que queda en la ropa.

—Entonces si no te gusta, ya habrás fumado, jaja. Estos son como livianos. ¿Y vos? —dice Omar distribuyendo los cigarrillos.

—Si vos fumas cuando salís con los del otro curso, Nacho. Yo nunca fumé, pero dale, te acepto uno —responde Ismael.

—Si él fuma, yo también – dice Nacho envalentonado.

—Esa. Ahora sí encaremos para la costa —propone Omar pasándole un encendedor rojo a Ismael.

Con los cigarrillos prendidos, doblan en la esquina, siendo Omar quien lleva adelante la conversación, que se mezcla con la música mientras se acercan al escenario ubicado a la altura del faro. En su dirección avanzan grupos de chicas y chicos cargando conservadoras. Las flores de primavera cubren las copas de los árboles agitadas por la leve brisa que llega desde la laguna.

De la nada, Omar se larga a correr entre la gente. Primero lo sigue Ismael, y Nacho, después de quedarse inmóvil por unos segundos, comienza a trotar hacia los dos. Cuando se detienen, Nacho, que llega último y más agitado, les pregunta por qué se mandaron así:

—Seguí la corriente, pensé que era más divertido, así estamos más cerca de la música.

—¿Alguno tiene que ir al baño? -dice Omar

—No -contesta Nacho.

—Yo tampoco, che.

—Bueno, yo no aguanto, voy para allá que vi unos baños químicos —dice Omar ladeando la cabeza para el lado de la vía.

Al irse, Nacho mira a Ismael:

—¿De dónde salió este? No tiene nada que ver con nosotros.

—No seas exagerado. Me lo encontré ahí sentado solo.

—Una locura más que haga así y ya está. No sabemos quién es ni en qué anda.

—Si no hizo nada malo, a mí me cae bien. Parece un buen pibe, además sus amigos lo dejaron solo —lo convence Ismael.

—¿Y vos fumando?

—¿Qué decís? Bien que te haces el lindo fumando cuando salís con los de tercero.

—No es lo mismo.

—No seas mala onda, vinimos a pasarla bien.

—Bueno, es que es un poco raro todo. Está bien, tenés razón —acepta Nacho.

Después de unos minutos, Omar vuelve con un vaso alto plástico de cerveza, agitando las manos en el aire.

—Traje esto porque no conseguí gaseosa.

—Eso ya es para grandes, che -dice Nacho.

—Fumar también, jaja. Es mi agradecimiento por bancarme. También tengo esto —completa Omar mostrando una bolsa de maní garrapiñado.

—No hacía falta, che -dice Ismael.

—Uh, me viene al pelo, tengo un hambre —agrega Nacho entusiasmado.

—Feliz día del estudiante, muchachos —dice Omar levantando el vaso.

—Vamos más al medio, así vemos bien a las bandas —propone Ismael animado.

—Tomá, tiene como un gusto raro, no sé —dice Nacho pasando el vaso a su amigo.

Después de un sorbo breve, Ismael comenta:

—Está bien fría, va re bien.

—Parece que está arrancando otra banda —concluye Omar ansioso.

Desde el escenario llegan unos acordes estridentes que se expanden por todo el espacio. Mientras se suma el resto de la banda, su cantante se retuerce en el piso.

—Esto es impresionante —grita Omar estirando las manos a lo alto.

Ismael y Nacho se miran boquiabiertos.

A medida que se suceden las canciones, los tres se van acercando al escenario, llegando a la valla metálica que separa el público de los músicos. La banda concluye su presentación acoplando sus instrumentos y con el cantante mirando desafiante a la multitud.

Para los tres resulta imposible acordar si el show duró dos horas o media hora.

Ahora las conservadoras emprenden el camino de vuelta, dejando un hilo de agua derretida sobre el pavimento. Ismael y Nacho acompañan a Omar hasta la parada del colectivo. Antes de que suba, los tres prometen encontrarse cuanto antes.

La llegada de un amigo inaugura una etapa que renueva la vida. En la semana crean un grupo de facebook donde chatean a diario y proponen juntada para algún fin de semana próximo. En esta oportunidad, es Omar quien insiste en comer algo el próximo sábado en su casa, a lo que Ismael responde que sí sin dudarlo y Nacho, agradeciendo la invitación, explica que ya tiene planes para esa noche.

Iniciando una conversación paralela, Ismael y Omar precisan detalles:

—¿Te venís el sábado entonces? qué lástima que no venga Nachito.

—Dale!, Sí, últimamente se junta con los más grandes de la escuela.

—Se hace el superado, jaja. Si no tenés como venir, el colectivo 4 te deja en la avenida, yo te espero ahí, vivo cerca.

—Está bien, pero pasame bien donde me tengo que bajar, no conozco por donde vivís —responde Ismael.

—Ahí te mando. ¿Te parece si compramos milanesas para comer?

—Me encanta, llevo una coca.

—Joya —comenta Omar junto a un emoticón de manos apretadas.

Como quien siente un impulso irresistible que no puede explicar, Ismael camina hasta la esquina donde su amigo le indicó que tome el colectivo que lo lleva hasta su casa.

Luego de pagar el boleto elige sentarse del lado de la ventana.

Durante el recorrido lo sorprende la cantidad de edificios a mitad de construcción y los bares que empiezan a llenarse de gente. Al momento de bajar aparece Omar sosteniendo una bolsa de compras.

—¿Qué tal el viaje?

—Se me hizo re rápido, venía distraído mirando por la ventana, está distinta esta parte de la ciudad —comenta Ismael sorprendido.

—¿Hace mucho que no venís para este lado? —le dice Omar dándole la mano que no tiene ocupada.

—Bastante, tanto que todo parece más grande.

—Hay más edificios y negocios ahora. Vamos, ya tengo la comida, cruzamos y ya estamos en casa.

Es un pasillo angosto cubierto de pasto comido por el sol. Ismael sigue los pasos de Omar, quien dobla a la izquierda y abre una puerta con rejas blancas:

—Bienvenido, amigo. Esta es la casa de mi tío —comenta Omar apoyando las compras en la mesa.

—¿Tu tío? —dice Ismael asombrado.

—Sí, hace dos años que vivo con él acá. Ahora no está, está trabajando. Se llama igual que vos, Ismael. Ismael Herrero. 

—Ya me cae bien.

—¿El auto de la entrada es de él?

—Sí, si te parece podemos salir a dar una vuelta después de comer.

—¿Qué? ¿Vos manejas? -pregunta Ismael estupefacto.

—Jaja, tranquilo, che. Sí, manejo desde los diez, todo lo que sé me lo enseñó mi tío, que es chofer de colectivos.

—¿Maneja un colectivo? Que genial, jamás conocí alguien así

—Sí, es lo más mi tío, te va a caer re bien cuando lo conozcas. ¿Salimos en el auto en un rato, entonces?

—No sé, ¿te da permiso?

—Nunca se lo pido en realidad —contesta Omar riéndose. Confía en mí, después de todo él me enseña. Vamos a un terreno abandonado y casi siempre me deja manejar unas cuadras a la vuelta. Lo único que me cuesta un poco es estacionar.

—Dicen que es lo más complicado. ¿No es medio peligroso que salgamos?, pregunta Ismael poco convencido.

—De todas las veces que manejé ese auto, hasta ahora, no tuve ningún problema. En esta parte del barrio no hay tráfico prácticamente, tampoco controles —expresa Omar transmitiendo calma.

—Bueno, acepto, pero que sea una vuelta a la manzana nomás, no vaya a ser que nos pase algo. Me da más curiosidad que miedo.

—Tranquilo, amigo, conozco estas cuadras mejor que a mí mismo.

Omar lleva la elocuencia de sus palabras a los hechos. Cuando gira la llave, el motor emite un ruido blanco acompañado de una vibración aplacada que se esparce por todo el coche. Bajo un ritmo constante, pasean en círculos escuchando música en el estéreo del auto. La luz del alumbrado público ondula en el vidrio y se pierde bajando por el capot. Siguen así la próxima hora.

Foto: Paula Sarkissian
Publicado en el semanario El Eslabón del 16/11/24

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