El calor es penetrante en Santa Fe en este diciembre del 66. Hugo conversa con canillitas mientras espera la balsa. Con algo de demora asoma la embarcación que reduce la marcha hasta ubicarse en el muelle lindante al Club Regatas. Rápidamente reconoce a Juanele por su melena iracunda y su figura luminosa. Es el último en bajar. Al encontrarse se dedican un abrazo que hacen durar unos instantes.
—Apuremos que ya están en lo de Juani –dice Hugo mientras caminan hacia la Renoleta que quedó en el Club Azopardo. Conversan sin pausa y rumbean hacia Colastiné. Hugo pregunta cómo está su compañera Gerarda y luego comenta que pronto estará listo el túnel y el cruce será más fácil. Están haciendo barullo con la construcción del “Hernandarias”. Es una obra colosal, subfluvial para unir las dos orillas. Con marchas y contramarchas comenzó en el 62.
—¿Sabías que tuvieron que traer otra isla flotante de Holanda porque la primera se les hundió en el viaje? –comenta Hugo. Va a ser el túnel más extenso de Sudamérica, con dos kilómetros y medio de largo para que circulen vehículos– Leí en El Litoral que será igual al de Berlín, construido por la misma empresa alemana ¿No es maravilloso? –amplia Hugo.
Juanele había imaginado que este tema estaría presente en este reencuentro con sus amigos escritores, bastante más jóvenes que él.
—A decir verdad –comenta Juanele mientras baja la ventanilla–, no estoy pendiente de la construcción ni de la inauguración de ese túnel. No sé si cambiaría la experiencia que viví recién al aire libre. La cadencia de navegar, atravesando y siendo atravesado por el río. Son casi dos horas inigualables. No sé si vale la pena desatender esas vivencias por rapidez y seguridad. Sabés lo que me pasó hoy, pude ver una colonia de garzas aleteando en el claroscuro de las islas. Arriba de la balsa se puede sentir el aroma de los sauces, admirar la belleza del ciclo de los árboles y las mutaciones del río ¿Por qué abandonar esa experiencia? ¿Dejar la balsa para pasar por esos tubos de hormigón que van debajo del lecho del río? ¿Dejar de verlo? Pienso mucho en eso. No le encuentro ningún goyete. Lamento amigo si voy contra la corriente.
Según los diarios de ambas riberas, entrerriana y santafesina, las expectativas crecen: quieren superar el aislamiento de Entre Ríos. Se pronostica que la celeridad, comodidad y seguridad le va a cambiar la vida a las dos vecindades y ampliará el contacto con otras latitudes. Les va a traer progreso, intercambios comerciales, federalismo, turismo. Más y más cambios.
—¡Sí! cambios va a traer –dice Juanele–. Pero siento que estamos en medio de un brete. Toda novedad, todo avance trae cambios. Pero será que los podemos elegir o los imponen de prepo. Tengo muchas dudas. Si dejamos de navegar sobre el lomo del Paraná qué vamos a ir perdiendo, ¿no sería un modo de darle la espalda a la naturaleza?
¿Nostálgico o intuitivo? Con una curiosidad incesante el poeta oriundo de Puerto Ruiz –quizás por esa marca originaria– sospecha que el túnel puede ser parte de una avalancha de progresos con consecuencias mezcladas. Más que oponerse al “Hernandarias” está a favor del cruce en balsa porque es un transporte adecuado que funciona hace cuarenta años. Y sobre todo porque es símbolo de identidad ribereña.
—Lo cierto –dice Hugo– es que a veces la aventura de cruzar en balsa se pone peliaguda, tiene sus desventuras. Te acordás la última vez que nos íbamos a reunir. Tuvimos que reprogramar porque se desató una tormenta furiosa y no pudiste cruzar. Cuando hay crecidas también es un embrollo.
—En realidad –agrega Juanele– fueron pocas las veces que tormentas o crecidas me impidieron llegar. Supongo que no abandonaré la travesía en balsa, la inmensidad del agua, su luz, su rumor –Los viajes de Juanele a Santa Fe son frecuentes. A veces se encuentran en la casa de Juani, en la de Hugo, Mario o Raúl. Son ocasiones para asados y charlas sobre literatura, política y arte.
Arribando a la casa del escritor oriundo de Serodino, Hugo lanza otra pregunta:
—¿Qué vas a hacer si te invitan al acto de apertura del túnel?
—Se tendrán que encontrar con una silla vacía –dice Juanele riendo–. Si el plazo para terminarlo es diciembre del 69, es probable que lo inaugure Onganía. Se darán cuenta que tengo muchos motivos para no bienvenir ese túnel. ¿Berretín o convicciones? Juanele fuma con su boquilla, habla sin parar y se explaya contando las especies de árboles nativos que vino observando en las islas y en las costas. Da detalles del timbó colorado, el guayabo, el inga, el espinillo, el saúco. Sigue narrando entusiasmado y entusiasmando a Hugo que lo escucha sin chistar rumbeando hacia el norte.
—También pienso en esos tubos de hormigón cubiertos de arena debajo del río –añade Juanele– ¿Qué pasará con la vegetación de las islas pobladas de pájaros, de seres tan vivos que tenemos por aquí? Estuve escribiendo sobre la intemperie, luego les leeré, sobre la integración entre seres humanos y la viva relación con todo lo circundante. Al amparo del río, encontrando la belleza de lo inadvertido es como lograremos vivir integrados a la naturaleza, que es muy diferente a vivir frente a la naturaleza.
Juanele trae una sonrisa radiante y un bolso gastado de plástico azul donde puso lo necesario para pasar ese tiempo fuera del tiempo. Los elementos que usa para fumar, sus boquillas de caña, unos lentes y su mate. “No tengo dudas compañero que traerías también tus gatos si pudieras”, ironiza Hugo. Seleccionó para leerles recortes de su columna “Páginas, notas y poemas poco conocidos” de El Diario de Paraná con traducciones de poetas de otras latitudes firmadas con su seudónimo Alfredo Díaz. Además Juanele cargó en su bolso libros y originales de sus poemas en hojas arrugadas de papel de seda, algunos en proceso todavía. Se avecina una publicación de En el aura del sauce a cargo de la editorial rosarina La Vigil que hará realidad la demorada circulación de toda su poética en tres tomos.
Al fin con algo de demora por una rueda desinflada del R4 llegan a lo de Juani. Hugo decide no tocar timbre, simplemente silba una canción reconocida entre ellos. Rápidamente salen a recibirlos. Se dedican abrazos y bromas. Está por comenzar otra reunión tonificante. En un presente que los resguarda y los mantiene unidos por ahora sin ausencias ni lamentaciones.
Su amistad no es menuda ni reciente ni superficial. Se robustece en cada reencuentro con palabras, paisajes litoraleños y utopías comunes. Este verano el ritual de la juntidad se vuelve a encender. Se superponen voces. Se aviva el fuego, se encienden cigarrillos, se arriman sillas, vinos y tentempiés. Se escucha a lo lejos un sapukay y el sonido de un acordeón que llega del salón vecinal.
Con diferencia etaria lo cierto es que Juanele en estas tertulias no se comporta como un maestro reunido con sus discípulos. Actúa de igual a igual. Para él el arte es más importante que el artista. Aunque su pasión ejerce un inevitable magisterio. A poco tiempo de estar reunidos sale el tema del túnel. Flota en el aire la expectativa de que va a simplificar los encuentros.
—Creo que los voy a decepcionar muchachos, ya veníamos hablando con Hugo. Sepan que tengo motivos para no estar atraído por ese túnel –dice Juanele fumando y hablando sin prisa ni pausa–. Cruzando por el túnel no se podría ver todo lo que se ve cruzando en balsa, se extrañaría el viento y el verde ¿Por qué tenemos que ponerle límites a esa experiencia, no es mejor derivar a cielo abierto? En la balsa se aprecian los tiempos del río. Se pueden conocer sus vueltas, sus pequeños cauces, sus desvíos y remansos. Aprender a mirar el río nos hace mejores en lo singular y en lo plural –Todos lo escuchan conmovidos, percibiendo una vez más la hermandad de Juanele con la naturaleza. El poeta de largos años parece fundirse con ella. Ser parte de las barrancas, del cielo y del agua. Ese vínculo vivo tiñe plenamente su identidad. Mucho más luego de su viaje por los países orientales. La naturaleza para él no está afuera.
—Puedo llegar a nado, en bote, como sea… es muy difícil que cruce por esos 37 tubos que están debajo del lecho del río Paraná.
Juanele siempre está informado.
—El túnel es un gasto innecesario. Se están despilfarrando sesenta millones de dólares. Varios de los dos mil obreros perdieron sus vidas en la obra. Lo sé de primera mano porque cada tanto me acerco al obrador cuando hago mis caminatas. Los obreros me invitan con mates y conversamos sobre los tejes y manejes de la obra. También dialogo con un ingeniero santafesino de apellido Vega que hace mucho para que puedan entenderse los alemanes con los obreros.
Juanele toma uno de sus escritos y lee en voz alta.
—Sí! Estamos todos cansados y nos olvidamos demasiado del oro del otoño. Acaso la revolución consista en lo que por siglos hemos postergado: la necesidad del verdadero descanso, el que permite ver cómo crecen día a día las florcitas salvajes.
Paco descorcha otro tinto y piensa que ni el más convencido de la practicidad del túnel va a convencerlo. Otras veces le habían escuchado críticas hacia el proyecto de entubar arroyos en Paraná. Juanele se siente parte de Paraná y del Paraná, comarca del litoral que eligió para vivir. La casa donde vive, lee y escribe está a metros del río.
—Y por último muchachos les daré la razón más valedera ¿El túnel tiene poesía? La poesía nos obliga a detenernos, reclama detenimiento. La dicha que proviene de la poesía es cada vez más necesaria. La poesía no es privilegio ni evasión, es un servicio simple para dejar de lado apresuramientos. Yo quiero estar donde habita la poesía.
Publicado en el semanario El Eslabón del 07/12/24
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