El Taller de Poesía que coordina la ONG Mujeres tras las Rejas en la Sub Unidad 2 acaba de publicar su fotolibro. La vitalidad de la escritura y la imagen en contextos de encierro; la potencia de una voz colectiva.
“Somos una/ somos todas/ o no somos/ ninguna”, versa uno de los poemas de creación colectiva que forma parte del fotolibro Luz y Verso, que reúne escritos de las internas que participan del taller de poesía de la ONG Mujeres Tras las Rejas en la Sub Unidad 2 (ex Unidad 5) y fotografías analógicas del penal, tomadas el año pasado. Se trata de una producción de Agustina Bertossi, Lilian Alba y Graciela Rojas –una de las fundadoras de la ONG–, que complementa imágenes en blanco y negro, collages y poemas sobre las vivencias de la realidad intramuros en el penal de 27 de Febrero al 7800, que por estos días aloja a 340 mujeres y diversidades, y que tiene a unxs 10 niñxs menores de cuatro años viviendo allí con sus madres.
En las páginas hay plasmados sentimientos, vulnerabilidades y emociones que se potencian en el día a día tras las rejas. Junto con las fotografías, el trabajo y su publicación apuntan a “(…) que no quede en unx aquello que debería llegar a todxs”.
En el inicio del fotolibro, Agustina Bertossi, autora de la mayoría de las imágenes, habla de “colectivizar una realidad que aparece lejana y que, sin embargo, existe en la misma ciudad que habitamos tantxs”. Porque como expresa otro de los escritos colectivos del taller de poesía, se trata de madres, hermanas, esposas, hijas, tías, novias, nietas, “voces que quieren ser escuchadas”, “huellas”, y sobre todo, “personas con derechos” (2012). El contenido de la publicación cobró importancia en el marco del 25N –Día Internacional de lucha contra las violencias por motivos de género–, como puente para visibilizar esa realidad que transcurre del otro lado de los muros y alambrados.
Mujeres Tras las Rejas trabaja desde 2006 en el acompañamiento de los trayectos carcelarios de las internas. Surgió de la maestría que cursaban Graciela Rojas y Raquel Miño, quienes se interesaron por la situación de las mujeres presas y comenzaron a organizar talleres y otras actividades, cuando el penal funcionaba en calle Thedy al 300 bis.
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“La cárcel es parte de la sociedad, no podemos ignorarla. Es difícil cuando las políticas públicas y los gobiernos apuntan a una lógica punitivista, que pone el mayor hincapié en la seguridad”, sostiene Celeste Bolmaro, presidenta de la ONG. “Tenemos cárceles abarrotadas”, plantea. En la Sub Unidad 2 que forma parte del Complejo Penitenciario Rosario, “las chicas están viviendo de a tres, en celdas pensadas para una persona”, señala sobre un penal que “se pensó para 180 internas”.
En cuanto al día a día, señala que se viven “situaciones difíciles con las salidas a talleres o cierres de año, que hace varios años no se puede ni pensar; también con las salidas a visitas médicas o acercamientos familiares, desde que se «rigurizó» el tema de la seguridad. Además se restringieron los paquetes de comida que llevaban antes familiares, en relación a la cantidad y tipo de productos. Las visitas también tienen restricciones, por ejemplo con los colores de la ropa, que no puede ser igual que los del personal, ni otros colores que generan problemas con las cámaras”.
Y reflexiona: “Las mujeres presas no sólo son castigadas por su delito penal, sino que además son castigadas (socialmente) por ser malas mujeres, por no haber ejercido el estereotipo de papel que debe cumplir como mujer en la sociedad, quedarse en la casa, cuidar a los hijos y muchas veces se las castiga doble o triplemente, y hasta se las cataloga como malas madres”. En ese contexto, Celeste señala que “a las internas las atraviesan las violencias. Nosotras llegamos para el transitar, para el después, pero no estamos en todo lo previo”.
Mujeres Tras las Rejas también lleva al penal el taller de huerta, el de radio, y El Enredo, de producción textil y bordado, con impronta de expresión artística, “ante la necesidad de visibilización de las detenidas”. Además, afuera funciona hace cuatro años la Casa Cristina Vázquez (el 5 de diciembre inaugura nuevo espacio en Pellegrini al 3700), que acompaña a las internas que están por egresar o que egresaron, como referencia en el afuera y acompañamiento post encierro. Se trata de un centro de día donde se brindan talleres y se hacen acompañamientos en cuestiones como salidas transitorias. La Casa “está abierta a todas las mujeres e identidades feminizadas que sostienen el encierro”, agrega Celeste. Y recuerda que además la ONG participó del proyecto de un protocolo en relación a las infancias que están con sus madres en el encierro carcelario, que “aún no tuvo avances en la legislatura”.
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Los poemas del fotolibro se transcriben en 48 páginas, junto con imágenes en blanco y negro: la luz natural que entra a través de las ventanas enrejadas, la vista al cielo por encima del alambrado perimetral, una puerta cerrada, las plantas del taller de huerta.
Fueron tomadas entre agosto y septiembre de 2023, en su mayoría por Agustina, integrante de Mujeres Tras las Rejas. “El proyecto surgió ante una convocatoria del Fondo Nacional de las Artes, el año pasado. Yo también estaba con el tema de la fotografía analógica, que venía experimentando, y se buscó hacerlo como algo colectivo con la ONG. Además, estábamos en otro taller de habilidades socioemocionales de la Red Creer, que posibilitó un marco, un espacio como para poder, en ese contexto, llevar algo del orden la fotografía y del registro. La mayoría de las fotos son mías, pero la que quería agarraba la cámara. En esos dos meses, también se hicieron imágenes en la casa Cristina Vázquez para reflejar un poco lo que fue el sueño de tener ese espacio”, cuenta.
Las fotos se revelaron, pero recién este año terminó de tomar forma el fotolibro, que se materializó con esfuerzo. “Fue un trabajo intenso de selección de las imágenes, de diseño, de combinarlo con los poemas, incluso de ir buscando recaudar dinero, con rifas, preventa, y se llegó”, relata Agustina sobre esa “experiencia creativa”.
En cuanto a la importancia de visibilizar, señala en el fotolibro que “el encarcelamiento de mujeres y disidencias está levantado sobre los cimientos del punitivismo y el patriarcado, y las situaciones a las que se enfrentan parecen quedar atrapadas detrás de los muros que estructuran las prisiones”. Por eso, considera que en parte el “componente visual” es algo “más cercano y documental, para que se pueda conocer esa institución que es parte de la sociedad y que muchas veces queda muy lejana”.
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El color, en tanto, aparece en dos páginas. Son collages con letras que forman frases que necesitan ser dichas, atravesar muros y llegar al afuera. “Decidimos hacer esas dos páginas en color y que un collage esté patas para arriba, porque también tiene que ver con las lógicas carcelarias, en relación a que unx cree que las cosas ahí son de tal manera, y después las encuentra patas para arriba”, señala Lilian Alba, integrante de la ONG, que forma parte del taller de poesía.
La tallerista destaca que ese espacio de “trabajo con lo simbólico” –que brindan cuatro integrantes de la ONG– logra muchas veces apaciguar los ánimos que genera en las chicas el encierro y sus lógicas. “Vemos cambios y vemos cómo logramos que puedan sentarse a escribir, que no es fácil en ese contexto, ser creativa… Poder pensar algo más allá de los barrotes y la familia, aunque son temas que se repiten. Aparecen el amor, la maternidad, la muerte. Es muy fuerte, y cómo se contraponen esas cosas. Siempre digo que si hubiera más espacios de creatividad, se podrían trabajar otras cosas”.
En el fotolibro es “todo muy colectivo”, destaca Lilian. “Hay muchas voces, incluso hay miradas, y el hecho de poner un poema al lado de determinada imagen hace que una le genere un sentido a la otra”. Las fotos, a su vez, buscan “contraponer el adentro con el afuera, el penal y la casa Cristina Vázquez. Y las del penal son más duras”, sostiene.
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El fotolibro se terminó de imprimir hace pocos días, con editorial Laborde, y la presentación formal –aunque ya está disponible– se proyecta para marzo del año que viene, en el marco del 8M, otra fecha clave en la agenda transfeminista.
Agustina señala en la publicación que “la mayoría de los retratos realizados a quienes asistieron al taller no se encuentran en este fotolibro por cuestiones legales”. Lilian habla de lo que les generó verse en las fotos. “Es raro porque no hay espejo en la cárcel, entonces es un recupero para las pibas. Se conocen y se desconocen. Eso fue lo que más me movilizó, que tiene que ver con la falta de registro. La falta de registro de las chicas y la falta de registro de cómo es la cárcel. Escucho el discurso punitivista y pienso que la gente no tiene idea de la cárcel”.
Además de que esas fotos les permitieron verse a sí mismas, Agustina señala en el fotolibro otro valor que toman las imágenes. “Tenemos la certeza de que posibilitaron y posibilitarán conservar y construir memoria en un micromundo de descarte y deshumanización”.
Publicado en el semanario El Eslabón del 14/12/24
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