Diciembre pasa volando, por las despedidas de año, por las fiestas y sus preparativos, por la ansiedad de tener todo resuelto, por la carga emocional y el recuerdo de los que no están, por los finales de la facu, por los actos de fin de curso, porque termina el torneo, porque hacemos un asado y siempre hay mucho escabio. Que los chicos y chicas que hacen la presentación de arte, el recital de cierre, la muestra de patín o de artística. Pareciera que todas las emociones se guardan para el último mes del año. Como si todo esto fuera poco, aún tenemos que hacer el bendito balance.

¿Por qué será que tomamos esa costumbre de las empresas? ¿Tiene algún tipo de sentido? Con qué extraños parámetros evaluamos lo que nos sucede en ámbitos tan diferentes como los que tiene nuestra vida. Las empresas ponen en sus balances una cantidad de variables que en definitiva se pueden reducir a una sola: ¿Se ganó dinero? ¿Colmamos nuestras expectativas? La respuesta a la primera pregunta siempre es “sí”. Porque en definitiva si no hubiese ganado dinero ya hubiera cerrado. La segunda siempre es “no”, porque tienen que seguir convenciendo a todo el mundo que nunca es suficiente, siempre se puede más. 

En nuestro balance personal ¿qué cosas podrían ir? El trabajo, el dinero que gané, o que no gané, los avances en los estudios, si mi equipo salió campeón, si obtuve algún logro deportivo, si aprendí un idioma, o hice algún curso, si me pude comprar un vehículo o una casa, o una carpa, si tengo unos mangos para las vacaciones. También deberíamos agregar si me enamoré, si tengo amigos nuevos, si tengo buena onda en mi laburo, con los compañeros de estudios. Los primeros son más sencillos de calificar porque son cuantitativos, cuanto más mejor. Los otros son cualitativos, merecen un análisis más profundo, como por ejemplo qué relación tengo con mi novia, cómo me llevé con mis compañeros de estudio, cómo estoy con mis amigos. Cuando analizamos los vínculos se nos llena el alma de preguntas, y probablemente no encontremos explicaciones. Y las que encontramos son una simplificación absurda o una banalidad insalvable. Es que las personas somos (y lo digo en primera persona) contradictorias por naturaleza, somos tortuosos, y mutamos, no somos algo terminado, simplemente tenemos que vivir. ¿Por qué los balances entonces? Es probable que en algún momento las empresas hayan fomentado a través de los medios esta cuestión que nos identifica a las empresas. Quizás nos sentimos mejor si lo hacemos. 

El balance de fin de año tiene cosas diversas del orden de lo personal, lo individual, y tiene cosas del orden de lo social. Si te quedaste sin laburo, como me pasó a mí, es probable que el balance económico te de para atrás, y el laboral también. Pero hay mil variables para analizar si no quiero caer en la depresión de sentirme desamparado. Tengo tiempo, puedo escribir, puedo estar con la gente que quiero, que son muchos. Puedo pensar en todas las cosas que no tengo ganas de comprarme porque me son inútiles, y tiempo para pensar estrategias para juntar los mangos para esas cosas que sí son necesarias, como comer y tomarse un vino. Seguramente en tu cabeza hay algo que hace ruido, y tiene que ver con algunos mandatos que quizás hay que poner sobre el tapete. El trabajo no dignifica. Al menos el trabajo en los términos que lograron instalar los dueños del poder en el mundo. Como dice Atahualpa en la Coplas del payador perseguido: “Trabajar es cosa buena, es lo mejor de la vida, pero la vida es perdida, trabajando en campo ajeno, unos trabajan de trueno, y es para otros la llovida”. Todos y todas hemos pasado por infinidad de trabajos en los que hemos dejado lo mejor de nosotros, y nos han chupado la sangre, las ganas de vivir, y nos han costado relaciones, y nos siguen diciendo que no estamos haciendo lo suficiente.

¿Seremos capaces de desintoxicarnos de la adicción al consumo? ¿Podremos recuperar el deseo por las personas y el interés por conocerlas? ¿Estamos a tiempo de escapar de la cultura de la imagen en la que ser lindos en base a parámetros establecidos en las fábricas de símbolos que son los medios tradicionales, los digitales, y las plataformas de cine psicopateante?

Estamos ante una sociedad que nos interpela a cada uno/a y tenemos una especie de intimidad con esa cultura que no es otra cosa que los mismos dueños del mundo que se nos presentan en mil formatos, como antes de eso fueron miles de productos. La botellita de coca y la cajita feliz era un free pass a eso nuevo que nos proponían. Hoy queda en evidencia el costo, el medioambiente hecho flecos, las subjetividades estalladas, ni los signos juegan su última ficha revolucionaria y aceptan mansamente la derrota. 

Las fisuras del sistema se reflejan en nuestra psiquis, y allí donde enloquecemos se encuentran los sinsentidos del sistema. No estamos locos, este sistema enloqueció y no es capaz de sostener una cohesión entre los miembros de las sociedades que genera. La trampa más grande en la que se metieron es que ni sus hijos se van a poder criar fuera de este mundo. Y nosotros nos vamos desconectando lentamente, estamos tirados en la arena, y nos balanceamos lentamente, nos desconectamos en 3, 2, 1…

Publicado en el semanario El Eslabón del 28/12/24

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