Si pensamos en la historia de la modernidad, fue el trabajo el que organizó la vida de las personas, el que definía qué lugar ocuparía cada una en la sociedad. De este modo, a través de los siglos XIX y XX se construyó la creencia, en las grandes masas, de que el trabajo dignificaba al ser humano. Los derechos adquiridos a lo largo de los últimos doscientos años fueron considerados productos del trabajo y no tanto la consecuencia de la lucha llevada adelante por los trabajadores y trabajadoras, que en cada momento histórico tuvieron la capacidad de organizarse por dentro o por fuera de las organizaciones sindicales para reclamar las 8 horas, las vacaciones pagas, la cobertura en salud, el aguinaldo y toda la batería de derechos que constituyeron los cimientos que hicieron posible que la clase obrera pudiera vivir en condiciones dignas, y plantear derechos adquiridos que permitían el ascenso social y enviar a los hijos a la universidad.
Hoy tenemos una clase media que se olvidó de su pasado, y es sólo aspiracionalmente rica. No es mi voluntad acusar a nadie de cuestiones que se fueron instalando en las sociedades a lo largo del tiempo por mecanismos que tendieron a la manipulación de grandes sectores de la población. La fragmentación social que sufrimos hoy es consecuencia de muchos años de trabajo sobre el imaginario social, lo que pensamos como sociedades se construyó a lo largo del tiempo, no fue de un día para otro. Los poderosos en cada momento histórico fueron manipulando el sentido común a través de diferentes herramientas. Desde la Revolución Francesa en adelante, fueron las instituciones del Estado primero, que a través de la educación, de las instituciones de salud, del ordenamiento urbano y el acceso a la vivienda, y de las posibilidades de tener un trabajo, que el poder nos iba disciplinando, domesticando, para que aceptemos las reglas del juego en sociedad. Antes de eso también existía dominación, pero en última instancia era sólo física, marcaba el cuerpo a latigazos. Esta manera racional de gobernar proponía la libertad, igualdad y fraternidad en abstracto, porque eran sociedades en las que no existía equidad. La Justicia era la que garantizaba esa desigualdad, y encargaba a los jueces que interpretaran las leyes siempre en beneficio de los ricos, a cambio de una vida sin apremios.
En este contexto, trabajadores y trabajadoras eran empujados a aceptar empleos en relación de dependencia en condiciones inhumanas. La tensión social empujaba a la gente a protestar, y esas protestas eran reprimidas ferozmente, produciéndose detenciones, cárceles, asesinatos en manos de las fuerzas de seguridad, hasta el punto en que comprometían la continuidad del orden vigente. Esa fue la metodología que desarrolló la clase trabajadora para arrancar derechos y mejores condiciones de vida a los dueños del aparato productivo. En algunos países como México, o como Rusia, se produjeron revoluciones sangrientas. En otros se fueron generando mejoras en las condiciones de vida de las personas a través de la movilización y la acción política que dieron sus frutos en los parlamentos y construyeron cuerpos normativos humanistas en los que la explotación era considerada una aberración.
Estamos en un escenario en el que se pretende volver a la etapa previa. El actual presidente argentino, que no es ni más ni menos que el ejecutor del proyecto político de quienes idearon la dictadura militar, fue quien impulsó la ley bases que significa un retroceso en todas las garantías que nos brindaba la Constitución Nacional. Volver a la sociedad medieval de castas en nombre de la lucha contra las castas, volver a la ciudadanía presa del mercado en nombre de la libertad, aniquilar los derechos laborales en nombre de la desregulación, con un lenguaje ambiguo, odioso, discriminatorio.
Una cosmovisión del consumo
Nos cuesta pensar en el por qué del silencio, y hasta la complicidad de quienes son realmente perjudicados por este tipo de políticas. Mucho tiene que ver con la instalación, en el lapso de los últimos 35 años, de la justificación de la meritocracia, de la construcción de conceptos que se fueron articulando con otros, y construyeron un discurso que logró relativizar esa ética inquebrantable que llevaba a un trabajador a exponer su vida en una marcha por defender sus ideales, que se metió en todos los niveles de la existencia humana dinamitando esa construcción simbólica basada en la lucha por la defensa de los más vulnerables.
En los últimos 10 años se produjo un fenómeno de ajuste muy fino que convirtió al discurso del poder de los 90, lleno de eufemismos que permitía que no choquen contra los valores de las clases trabajadoras. Se compuso una cosmovisión, dándole sentido a todos los aspectos de la vida de las personas en la sociedad a través del consumo. La pandemia, como hecho social, afianzó la idea de que el cuidado de cada uno corre por cuenta propia, que nadie va a venir a cuidarnos, y no se trata de que el Estado no haya intervenido, todo lo contrario, intervino y se comprometió. Aun así, han proliferado infinidad de operaciones en los medios de comunicación tradicionales y digitales dinamitando la posible interpretación de lo que sucedía desde una visión colectiva.
Era el escenario perfecto para avanzar sobre el último bastión de lo colectivo que nos quedaba, el más capitalista de todos porque implica a la normativa social, a la democracia, pero sobre todo a la economía de cada familia, y era algo que parecía innegociable. La pérdida de todos los puntos de referencia permitió que hoy en día muchos pibes y pibas defiendan el emprendedurismo como una posibilidad. Que se haya votado una ley que entrega todos esos derechos construidos sobre la vida de millones de compañeros es sólo una consecuencia. Nos queda ponernos a llorar o empezar a construir nuevas visiones, a mirarnos a los ojos y definir una ética que nos implique a todos y todas y poner el pecho sosteniendo lo que se dice, e ir hacia un colectivo que no eche a nadie, que se banque sus contradicciones, que entienda que a nuevas realidades, nuevos derechos, porque la dignidad es una construcción histórica y no necesariamente tiene que provenir del trabajo. Hay otras actividades sociales que dignifican también, entender este contexto es lo que nos va a permitir no quedar en las vías mirando cómo se nos va el tren de la historia.
Publicado en el semanario El Eslabón del 04/01/25
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