El hilo líquido se ensanchaba hasta desembocar en el charco rojo. Sí. Rojo. Sangre.

Recordé las palabras de Ella: “la muerte está cerca”.

Inerte el cuerpo tirado en el piso de la habitación. Su pelo enrulado cubría la mayor parte del rostro rodeado y manchado de sangre. Yo reconocería su silueta desde cualquier distancia. Pero ya me encontraba lejos…

Ella era escritora y su manía por registrar todo en libretas y cuadernos era casi insoportable, pero justamente por eso se resolvería la situación. Nuestra historia fue tormentosa desde el comienzo. Ella me vio semejante a su personaje, al de su gran novela, según sus palabras, la que consumía la mayor parte de su tiempo. La otra parte la ocupaba conmigo, el vino, y las noches incendiadas. El sexo fuerte y despiadado a veces, sin tregua, violento.

El infierno lo creamos nosotros, un camino circular que no nos llevaba a ningún lugar, era como una serpiente mordiéndose a sí misma para probar su veneno. Una de esas noches resolví liberarme. No soporté más su embrujo, su apoderamiento de mi persona, hasta hacerme desaparecer…

Todo sucedió rápidamente. El lugar se llenó de policías. La denuncia la habría realizado la vecina de la casa de al lado. Ahora a la distancia me siento mejor. Siento que me alejé de la trama que me encerraba en Ella.

Publicado en el semanario El Eslabón del 18/01/25

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