Maxi Falcone sacó su tercer libro de historietas. Se trata de El último verano del rock en el que recompone parte de su historia personal y social como un pibe de los márgenes de una gran ciudad, Rosario.

Hasta el año pasado, Maxi publicó junto a quien escribe esta nota una tira de humor gráfico que acompañó la contratapa de El Eslabón desde su conversión en semanario, allá por el 2014. Sus intereses son variados, aún antes de saber leer y escribir inventaba historias a partir de las viñetas de cómic que pasaban por sus ojos.

Formó parte de numerosas agrupaciones musicales y emprendimientos editoriales. Militó en algún que otro espacio político, también aprendió y ejerce el oficio de programador.

El último verano del Rock es su libro más estrictamente de historieta, de relato gráfico articulado de palabras e imágenes, y su primera novela gráfica. En el primero, Esquizomedia, ofrecía una serie de sucesos a partir principalmente de su ocupación como programador, el trabajo tenía un lugar central así como lo económico. Instagramsci fue su segundo libro y en él se despachaba con reflexiones y ocurrencias más vinculadas a lo político, poniendo a intelectuales reconocidos en contextos actualizados. Ambos trabajos están teñidos por un fuerte desencanto, no es éste el caso de El último verano del Rock. En este nuevo libro que tal como los anteriores fue editado por Rabdomantes y recopila historietas publicadas en redes sociales, Maxi se torna aún más autobiográfico.

Maxi creció en Fisherton y tal como lo vemos en su novela gráfica pasó una gran parte de su tiempo aventurándose con Nari y Gordo, quienes también fueron sus compañeros de banda hasta reconocer otros caminos. La historia conecta la infancia con la adolescencia y su fin, jóvenes que quieren armar una banda, discuten pavadas, fantasean sin rumbo y en el transcurso de las páginas van viviendo.

En algún momento de los 90, Maxi comenzó a formarse en el arte, lo hizo en la Escuela de Arte, que tenía un formato parecido a la de Música, escuelas que permiten su cursado aún antes de concluir la secundaria. En su versión de historieta se cruza allí con el profesor Reptilio, un ser despreciable que se ocupa más de parecer un intelectual que de enseñar dibujo.

Maxi cuenta que “lo que quería marcar era la diferencia entre el barrio y el centro, la periferia y el centro. Yo lo que dije en varios lados es que hay una periferia geográfica y cultural, porque el barrio a pesar de ser un barrio cheto no deja de ser una periferia, el rosarino siempre marca como que eso no es Rosario. Cuando un rosarino dice zona oeste está pensando en Barrio Belgrano cuanto mucho, las cuatro plazas. Fisherton está más al oeste y no se lo piensa como Rosario, es otra cosa. Y hasta alguno por ahí dirá, pero ahí la gente vive de otra manera y no era tan diferente. Sí siento como que culturalmente es bastante más pobre, a pesar de ser cheto es una periferia culturalmente pobre.

Básicamente lo que se podía consumir era lo que se consumía de forma masiva”. La historia tiene un humor bastante básico que funciona y al mismo tiempo contextualiza en los 90 cuando esas formas del humor copaban los medios masivos. Aparece todo el panorama farandulesco, las películas de Olmedo y Porcel.

“Yo me acuerdo que las mirábamos mucho. Los viernes a la noche se daban esas películas en canal 3 o canal 5, por ser verano. Lo lindo del verano es que como están todos de vacaciones empiezan a aparecer cosas divertidas, no la coyuntura, entonces daban esas películas. Eran cine de verano”.

El Gordo, Nari y Maxi buscan cada día llegar al siguiente, no se trata de ser exitosos porque “si bien se vendía un poco el éxito había todo un discurso de: olvidate, a vos no te toca nada de eso”. Por eso está la idea de categorizar la historia como slacker, un género que se ocupa de cosas pequeñas y cotidianas, donde los protagonistas sólo quieren llegar al final del día. Esto se cruza con la búsqueda de pertenencia de la adolescencia y la cuestión del rock como aglutinante político y social.

El libro aún no lo presentó en Fisherton, no cree que ni sus amigos tengan mucho interés en acercarse a una actividad así. “Me imagino que no va a ir gente, por ejemplo, que los amigos que tengo allá casi que no me dan bola con ese tipo de cosas, que además tengo muy pocos amigos y que tampoco el barrio está unificado. Ponele, la gente hace causa común en el barrio con cuestiones como, «no me construyan edificios», a pesar de que los están construyendo, o hace causa común con cuestiones de la seguridad, pero después no, está totalmente fragmentado, socialmente fragmentado”.

La historia la empezó a pensar en pandemia, cuando vivía en Barrio Abasto, pero al poco tiempo de empezar a dibujarla se mudó a su casa de la infancia, en Fisherton. Cuando la terminó, se largó a llorar. “El 10 de febrero escribí «Fin». Fui a escribir al bar Antártida y me agarró una angustia, una tristeza que no podía. Yo fui en plan pensando claro, estos personajes son queribles, la primera vez en mi vida que hago personajes queribles que me acompañaron estos cuatro años y ahora no los voy a tener más, eran mis hijos, es por eso. En terapia conté esto y me dijo: «No, ahí vos estás cerrando tu adolescencia»”.

En toda la historieta no aparece su madre, si sus palabras, globos de diálogo que vienen de fuera de la viñeta, pero no ella. “La madre es una voz que no aparece, que está en off, sale el globo. Aparte no está en ninguna de mis otras historietas, está mi viejo pero ella no”.

“Los personajes están ahí y toman la decisión de crecer. En vez de ser el objeto que tu madre te cuida, en donde nunca te va a pasar nada malo salís al afuera, a la nada y tenés que ser valiente y pelear por lo que querés y lo tuyo”. Se trata de una historia sobre hacerse “hombre” o lo que fuera, de hacerse cargo de la propia existencia y de la incertidumbre que conlleva.

“Cuando dicen: Kurt Cobain se suicidó. ¡qué garrón preferir la certeza de la muerte a la incertidumbre de seguir vivo! porque hay un juego ahí. Seguir vivo es aceptar la incertidumbre de que te puede ir bien, te puede ir mal, te pueden pasar un montón de cosas y los chicos aceptan, a pesar de que está la fantasía por el suicidio como está en el mejor capítulo de la novela para mí, aceptan seguir vivos y crecer y dar el paso”.

Hace poco tiempo Maxi dejó nuevamente su barrio, antes se encontró con aquellos compañeros de aventuras. “Vos sabés que el último fin de semana que estuve en el barrio me junté con el Gordo y con Nari y ese día te juro que pensé en hacer la historieta que a lo mejor la hago, pero todas las cosas que nos pasó éramos los personajes de la historieta con casi 50 años pero éramos eso. Me acuerdo que en un tiro me dicen, pero te estás despidiendo como si no nos vamos a ver nunca más, y yo creo sinceramente que no los voy a ver nunca más. Por nada malo, porque la vida te lleva y somos muy pajeros también para hacer algo”.

El último verano del Rock puede conseguirse en librerías de historieta o comunicándose con Rabdomantes Ediciones.

Publicado en el semanario El Eslabón del 25/01/25

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