Ante derechas populistas y especialistas en erigir guerras y enemigos como método de acumulación política, el grito antifascista entusiasma y convoca a debatir nuevas alianzas y narrativas.

El mundo está atravesando tiempos convulsionados, y el ascenso al poder de gobiernos populistas de derecha está sacudiendo las democracias occidentales y sus agendas políticas a nivel internacional y doméstico. Además de especialistas en libertad de mercado, o mejor dicho, en desregulación estatal del mercado para la acumulación desbocada del capital, estos sectores son especialistas en polarización política.

Provocan, agravian, atacan a quienes eligen como adversarios de turno. Copan la agenda con sus narrativas virales y traccionan a los suyos a tener que sostener posiciones cada vez más rancias. Polarizando con unos y fidelizando a otros, corren el arco cada vez más lejos.
Aun cuando no alcanzan a materializar sus discursos, el solo anuncio resulta efectivo en lo simbólico y materialmente significante. Nos obligan a responder y contraargumentar afirmaciones temerarias y absurdas, sin ningún respaldo teórico ni evidencia empírica, aunque con una vocación e inteligencia para la construcción de hegemonía que no deben subestimarse.

Entre las medidas de shock que caracterizan a estos gobiernos, encontramos un énfasis en la intención de desmantelar las iniciativas asociadas a la agenda de género en las áreas de gobiernos públicos, así como de diversidad, equidad e inclusión en el sector privado y corporativo.

Mientras el término “woke” (derivado de “Stay Awake”, mantente despierto) tiene casi 100 años y surge de las luchas afroamericanas contra las injusticias raciales, el término “Ideología de Género” fue acuñado a mediados de los 90 por sectores de la Iglesia Católica, reactivos a concepciones no tradicionales de la familia, la sexualidad y la reproducción.

Estas construcciones discursivas tienen en común la identificación de un enemigo y chivo expiatorio, asociándolo a ideologías que supuestamente buscan privilegios para minorías en detrimento de los hombres y de la igualdad ante la ley.

No está de más decir que un discurso autoritario, violento y estigmatizante, que asocia a las diversidades sexuales con la pedofilia y a los reclamos feministas con un “cáncer” que debe extirparse, poco favor les hace a las libertades que enarbolan.

Foto: Josefina Baridón

La igualdad ante la ley y el mito del campo de juego equilibrado

Uno de los argumentos preferidos de los detractores de la agenda de género es que vulnera el principio de “igualdad ante la ley”; valioso en el reconocimiento del estatus legal de igualdad en las democracias liberales modernas, aunque insuficiente para garantizar la igualdad sustantiva. Para ello, deben existir medidas complementarias orientadas a revertir desigualdades estructurales y exclusiones históricas que afectan a poblaciones marginalizadas por razones de clase, género, orientación sexual, raza, generación o discapacidad, entre otras.

Los sectores que apelan a este principio para deslegitimar las acciones afirmativas como los cupos laborales para personas trans o con discapacidad, la paridad en las listas electorales, saben que es efectivo, porque conecta con sentidos comunes extendidos. Por un lado, con el deseo de muchas mujeres de ser reconocidas como igualmente idóneas sin depender de medidas que las hagan parecer menos aptas.

Por otro lado, muchos hombres resisten estas medidas porque perciben que aquello que obtienen las poblaciones subrepresentadas es en su detrimento, o peor aún, que les pertenece y es expropiado.

Aquí resulta interesante evocar la explicación de Michael Kimmel: muchos hombres cisgénero, heterosexuales, blancos y sin discapacidad creen vivir en un campo de juego equilibrado, donde sólo importa la igualdad ante la ley. De esta manera, no perciben cómo la cultura patriarcal los ha ubicado en posiciones ventajosas y ven las políticas de equidad como discriminaciones inversas.

Las políticas de género han fallado en involucrar activamente a los hombres en la comprensión y movilización de esta agenda, lo cual ha alimentado la percepción de amenaza y facilitado la adhesión a discursos que atacan estas políticas.

Ellos lo saben y lo aprovechan con astucia. Logran que la reciente, incipiente y precaria institucionalización de las agendas de género en las altas esferas de los niveles del Estado, –después de siglos de verla desde afuera y desde los márgenes–, sea leída como un poder de lobby enquistado en el poder, con capacidad de controlar, censurar y cancelar las “libertades”, por ejemplo, de afirmar que los homosexuales somos enfermos mentales o pedófilos, con total impunidad.

Sí, como dijo Milei en Davos, los hombres conformamos la mayoría de la población carcelaria y de las víctimas de robos y homicidios por uso intencional de la violencia.

Podemos agregar que triplicamos a las mujeres en tasa de suicidio (OMS, 2019), tenemos una expectativa de vida de 5 a 7 años menor en promedio y protagonizamos la mayoría de los accidentes letales de tránsito.
Milei, quien cuestiona al feminismo radical por dividir y enfrentar a la población en dos bandos, las acusa de no quejarse de estos padecimientos masculinos (aunque si existen estadísticas y análisis al respecto, suele ser gracias a estudios provenientes de esos campos de investigación y acción).

¿Y si en vez de preguntar dónde están las feministas cuando los hombres nos matamos entre nosotros, nos interrogamos acerca de por qué los varones tampoco nos quejamos de una situación que padecemos? ¿Acaso visibilizamos las causas de morbi-mortalidad de los hombres y debatimos sobre sus razones? ¿Demandamos políticas de salud, de cuidados, de inclusión social laboral y de integración comunitaria? ¿Acaso el gobierno de la crueldad y el desamparo está sorpresivamente interesado en el bienestar de los hombres? Sería raro cuando sus voceros acusan de “curro” a quienes trabajamos sobre masculinidades y género.

Vení, aliado, cómo nos vamos a pelear

En contextos de creciente precariedad e insatisfacción, donde los mandatos masculinos tradicionales de éxito, autosuficiencia, competitividad y estoicismo se combinan con la cultura fitness, el aspiracionismo trader y la identidad cripto-bro, algunas élites capitalizan el malestar y frustración de los hombres jóvenes para legitimar el desmantelamiento del andamiaje legal de las políticas de género y diversidad, así como la protección social, laboral y ambiental. Conectan eficazmente con sus emociones identificando a la justicia social, los Derechos Humanos y las políticas de género como los “curros” que el Estado mantiene en base a los impuestos que les cobra a “los argentinos de bien” (siempre en masculino).

Entre los “heridos” que estos sectores supieron identificar y recoger con eficacia, se encuentran los varones afectados por denuncias y escraches en pleno auge de la exposición mediática de las violencias machistas, y todos los que observaron con temor que ese momento les podría llegar. Sin ubicar la plena responsabilidad sobre quienes denunciaron los padecimientos y violencias recibidas con los recursos que pudieron, hay que señalar que la falta de herramientas institucionales y comunitarias para abordar estos conflictos relacionales en clave de género, ha dejado a muchos varones sin espacios de reflexión, elaboración y responsabilización, y allanado el camino a una reacción revanchista. De ahí a culpar a los feminismos de “pasarse 3 pueblos” o ser parte de una agenda progre-globalista cipaya, hay un abismo que no vamos a discutir en esta nota, porque nosotrxs sí sabemos dónde está el enemigo.

Otros heridos, aunque principalmente en el narcisismo, han sido –o hemos sido, por qué no– los varones aliados.
Muchos no supieron qué hacer con sus buenas intenciones de apoyar las agendas feministas y LGBTIQ siendo varones hetero cis. Algunos la llevaron peor, con sensación de soledad, exclusión, desamparo; y otros simplemente aprovecharon los discursos de que debían callarse, no meterse, hacerse a un lado, para seguir haciendo nada al respecto. Nos costó una enormidad gestar espacios de diálogo y construcción colectiva entre varones, para gestionar nuestros propios procesos de cambio y revisión en clave de género.

En mis años de militancia aprendí que la discusión sobre los sujetos políticos no es ontológica sino más histórica; responde a etapas y coyunturas. Si dentro de un mismo campo político, en 2010 debatíamos sobre la necesidad de participación de los varones cis en las movilizaciones por el día internacional de la mujer, por ser una efeméride de lucha popular y no meramente identitaria; en 2015, al calor del Ni Una Menos y la Cuarta Ola, del #MeToo y el #MiráCómoNosPonemos, de los Paros Internacionales y de la Marea Verde, a los varones nos mandaron a quedarnos a cuidar en casa. Para ser precisos, también nos convocaron a organizarnos entre nosotros y traicionar los pactos de silencio y complicidad, pero no asumimos esa tarea con el protagonismo anhelado y sistematicidad requeridas.

Lo cierto es que el sujeto “aliado” corrió peligro de extinción y en tierra liberada creció la reacción masculina en clave revanchista. A estos varones no sólo no les dijeron que se callen. Los invitaron a rugir como leones y reconquistar la selva, para volver a ser potencia (y potentes).

Humildemente, creo que el cambio de etapa política nos obliga a trascender ese debate, ensayando nuevas alianzas y narrativas.

Esta agenda precisa, en este contexto más que nunca, de hombres aliados que abandonen la adhesión vergonzante y silenciosa, que sin caer en paternalismos ni pretender sustituir a las mujeres y diversidades en su liderazgo, empujen estos debates y defiendan estas acciones. Sobre todo y fundamentalmente, en aquellos espacios de socialización masculina, donde el machismo es menos confrontado. A todos aquellos hombres cis y hetero que hace tiempo reclaman su rol en la agenda de género, éste es el momento de demostrar su vocación de aliados.

Que la rebeldía cambie de bando

El asilamiento pandémico, la desilusión política y el temor a “favorecer a la derecha”, durante el gobierno anterior; la represión de la protesta, la ausencia de liderazgos opositores a la altura y la sensación de impotencia y agobio después, favorecieron a que nos fueran ganando terreno en redes y calles. Así se fueron apropiando de la rebeldía y la libertad, convirtiéndolas en banderas reaccionarias.

El discurso de Milei en Davos alarma y asusta, pero también despierta y agita, organiza y moviliza. Algunos de sus efectos más inmediatos me entusiasman. No con una pronta derrota o debacle del oficialismo, pero sí con un principio de desplazamiento de sentidos y posiciones que considero imprescindible para torcer el rumbo de esta historia; necesitamos que la rebeldía cambie de bando.

Ahora que están en el poder, con censura y persecución, se ve su verdadera cara. Y se les ve lo casta. Es tiempo de recuperar la rebeldía de lxs heridxs. Que el grito antifascista nos despierte y que la verdadera libertad avance, sin deshumanizar ni descartar a nadie.

* Doctor en Ciencias Sociales (UBA) y Licenciado en Ciencia Política (UNR). Miembro del Instituto masculinidades y cambio social.

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