La estadía de Diego en Santa Rosa y en un campo cercano a esa ciudad del centro del país, a un par de meses del Mundial 94, se cuentan en el libro de Diego Dal Santo. Allí usó por primera vez su frase más tristemente célebre.
En la tranquera de El Marito, unos profes de escuela esperan ser atendidos. La misma intención tiene el secretario del gobernador de La Pampa, Rubén Marín. En esa estancia está, desde el 10 de abril de 1994, Diego Armando Maradona. Se prepara física y mentalmente para disputar el Mundial de Estados Unidos, que rodará dos meses después.
En el verano anterior, la familia Maradona coincidió con la de Ángel Rosa en el balneario de Oriente. Allí, entre mates que convidó Diego y pastafrola que devolvió don Ángel, éste le ofreció hospedaje en su campo cerca de Santa Rosa, para “descansar o cazar”. Cuando Maradona lo llamó unos meses después, aceptando el ofrecimiento, tuvo que recordarle una partida de truco –como quien dice una contraseña correcta– para que le creyera. Del entrenamiento en esa estancia dependería su participación en la Copa del Mundo.
Esos 8 días se cuentan en el libro Maradona en La Pampa (Fútbol Contado Ediciones), de Diego Dal Santo, abogado santarroseño y maradoniano “de fe y practicante”. Además de recrear esa estadía en tierras pampeanas, el autor remarca que la idea de este trabajo fue “ponerle nombre a esas personas” que lo rodearon.
Entre las historias de lugareños está la de los maestros con sus alumnos que piden conocer a Diego, y la de los funcionarios provinciales que pretenden una foto del astro con el gobernador Marín. A los primeros les dice que sí, que por supuesto. Y que le gustaría conocer la escuela. A los enviados del mandatario también les dice que sí, “pero que venga él”, al campo. “Maradona en su estado más puro”, resume el escritor.
Todo el pueblo cantó
Dal Santo, que antes había escrito El Diego en números, arranca su nueva aventura investigativa-literaria desde que en los parlantes del aeropuerto Jorge Newbery –el domingo 10 de abril, a la tarde– se escucha “Austral Líneas Aéreas anuncia la partida de su vuelo 874 con destino a la ciudad de Santa Rosa”. Con Maradona voló su padre, Chitoro, su representante Marcos Franchi y el profe Signorini, entre varios otros colaboradores. Días después llegó Claudia con las nenas.
“Me encontré con gente que aún no sabía que Diego había venido a La Pampa. Algunos sólo tenían su imagen en un campo, sin saber dónde era”, le dice el autor a este medio. En el camino también se cruzó con quienes “sabían muy poco, o tenían datos erróneos” de los pasos de Maradona por esa provincia de interminables llanuras, ubicada en el centro del país. “La idea fue entender por qué Diego vino a La Pampa, que no estuvo solo: interactuó con lugareños, con sus preparadores físicos, con gente de Buenos Aires que viajó para verlo”.
En sus páginas, el libro reproduce el día a día del futbolista. “Dietas, entrenamientos (en el campo y en gimnasios de Santa Rosa), gente con la que estuvo, particularidades”, enumera el letrado y escritor.
“Hijos de puta, ¿dónde me trajeron?” se lee en un fragmento en el que Diego se queja por la falta de comodidades en el lugar, perdido en el medio de la nada. “A Fiorito”, le responde Signorini, que mira a Chitoro, cómplice, y le dice: “¿Quién es éste, Don Diego, el hijo de Anchorena?”.
También en esa semana, pero en la capital provincial, tira unos jabs con Miguel Ángel Campanino, campeón argentino y sudamericano de boxeo. “Mirá, fiera, parezco Mike Tyson”, se agranda en medio del guanteo cuando conecta alguna mano. Cuando esquiva, se arenga con Locche: “¡Grande, Nicolino!”.
Sólo los chicos
Un grupo de chicos jugaba a la pelota en una de las calles alejadas de Santa Rosa cuando un vecino los tentó con una sorpresa. Les dijo que pidieran permiso en sus casas, que los llevaría en su trafic a un lugar. Conseguida la autorización de sus padres, emprendieron viaje. “Lleven la pelota”, les pidió, antes, el hombre. Ya en la Escuela Hogar, los chicos se sumaron a una ronda de alumnos. Al rato, como quien sale del túnel levantando los brazos al recibir el cariño de la hinchada, ingresa Maradona. Y, claro, pide la pelota.
En su último día en la provincia, cuenta Dal Santo, Diego visita dos escuelas: una en pleno monte pampeano, otra en el centro de Santa Rosa. Con los chicos no sólo participa de un picado. También se suma a la ronda de chocolatada. Además, charla con ellos y los escucha. Les firma camisetas y papeles que algunos, hasta el día de hoy, conservan, y que otros –en cambio– extraviaron o hasta usaron la reliquia para pagar alguna deuda onerosa. “De todo lo que Diego hizo acá –reconoce el autor desde La Pampa–, esas dos visitas fueron las que más me gustaron”. Y argumenta: “Mi mamá era docente y quizá por eso sea lo que más me moviliza”.
En ambas actividades, añade Dal Santo, “no quiere prensa, ni quiere gente grande”. Los únicos privilegiados –además de docentes y ordenanzas del establecimiento educativo– eran los niños y niñas. Cuando se va, porque lo espera el avión que lo llevará de regreso a Buenos Aires, Maradona se lamenta: “Era para quedarse todo el día”.
La banda de mi calle
Diego Dal Santo le debe su nombre a Maradona. Por eso, sin temor a exagerar, dice que es maradoniano desde la cuna. “Eso, por supuesto, después se cultivó y se aprendió mucho más”. Hincha de Boca y del All Boys de su ciudad natal, se jacta de haber nacido un mes exacto después del título Xeneize en el Metro 81, con Diego como bandera y figura.
En 2003 redactó y presentó un proyecto en el Concejo de Santa Rosa para denominar “Diego A. Maradona” a una calle. Aprobado por unanimidad en 2005, la capital pampeana tuvo la primera arteria con ese nombre en el mundo. “Lo cuento con mucho orgullo porque a partir de 2020”, tras la muerte de Diego, “hay un montón de calles, estadios, y hasta una escuela en La Matanza con su nombre. Bienvenido sea todo eso. Pero hubiera sido lindo que esos homenajes sean en vida”, como hicieron, por ejemplo, Argentinos Juniors con su cancha, o Newell’s con una tribuna.
Muchas “pero muchas” veces estuvo cerca de conocer a su ídolo. Las primeras oportunidades se le escaparon, justamente, en aquel paso de Maradona por La Pampa. “Una fue en el club All Boys, pero había una maraña de gente y no lo vi. Otra, cuando mi papá consiguió la dirección de Ángel Rosa, donde generalmente Diego se bañaba para luego ir al campo. Pero cuando fuimos, ya se había ido. Y al día siguiente se volvía a Buenos Aires”. También hizo gestiones con su coterráneo, el Colorado Mac Allister, durante el Showbol. Más adelante llegó al jefe de prensa, pero la visita –pautada en el predio de Ezeiza– se truncó a días de partir rumbo al Mundial de Sudáfrica, con Diego DT. Y así…
Lo vio, de lejos, en las tribunas de la Bombonera, en el marco de su partido despedida, la tarde de “la pelota no se mancha”. Para llegar con la guita trabajó de albañil y publicó un clasificado en un diario para comprar la entrada.
Sí, se dio el gusto de hablar con él por teléfono, gracias al proyecto de la calle. “En 2006 mandé un correo a Radio Mitre. Había un programa que conducía Gonzalo Bonadeo y justo ese día hablaban con Diego. Así se dio la llamada, charlamos dos segundos. Ni bien arrancamos, al aire, él me dice que había leído una carta mía, que le había mandado a Segurola y La Habana unos años antes. Carta en papel, despachada por el correo. Fue muy fuerte”.
Que dure para siempre
Escribir este libro “fue remover una historia que no recordaba tanto” dice con dejos de nostalgia Diego Dal Santo, quien por entonces tenía 13 años. “De los casi 4 mil días que pude compartir con él, elijo aquellos días”, le reconoció Signorini.
“Comprobé que fue la historia de amor más linda de Diego el haber venido a La Pampa a entrenar, pero a su vez la que peor final tiene, por lo que hizo la Fifa con él” en pleno Mundial. Todavía en El Marito y bajo la sombra de sus árboles, Maradona dio una conferencia de prensa. Habló, entre otras cuestiones, de ofertas que le llegaban desde el exterior. “Debo tomarlas con pinzas por las nenas”, aclaró, para luego lanzar una frase que pasará desapercibida hasta meses después. “Por ahí dicen que no y me cortaron las piernas”.
Cuando la vuelva a pronunciar, ya será con el hecho consumado. La historia es conocida.
Publicado en el semanario El Eslabón N° 702 del 1/02/25
¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 6000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.
Dejá un comentario