Es un verano raro, ambiguo, en que mucha gente hace peripecias para llegar a fin de mes, y otros que dicen que las hacen pero suben fotos desde Brasil, actualizando el Cambalache de Santos Discépolo en aquella inmortal frase que reza “el que no llora no mama, y el que no afana es un gil”.

Un enero que fue mucho más largo que de costumbre y terminó con una marcha que expresó el descontento de un sector importante de la población hacia las políticas públicas del gobierno nacional para sostener una resistencia que demuestra que ese tercio de la población, para la cual el nacionalismo es una expresión de afecto hacia el pueblo argentino, y participó activamente para lograr que la marcha se llene. Es un buen momento para que se expresen las singularidades de personas y grupos que componen esta gran resistencia. La convocatoria de minorías para constituir mayorías es un llamado a la rebeldía, a la construcción de lo diferente. No es sólo una marcha, es un comienzo de otra cosa, en medio de tanta crueldad.

En estos días que pasaron tuve la suerte de trabajar encuestando sobre la imagen de los políticos nacionales, provinciales y locales. El nivel de adhesión al proyecto de Milei, de Pullaro, y de los intendentes que representan a ambos partidos (La libertad avanza y Unidos) es preocupante. Aun en lugares donde el hambre y la miseria es paisaje cotidiano. ¿Qué es lo que les da esperanza? No lo sé. Sin embargo, si sólo pensamos que están equivocados, y se los trata como burros políticos no creo que se pueda lograr nada.

Según las clases sociales, los niveles de formación y los espacios de los que participan, que generalmente están más asociados al consumo que a cualquier otra actividad, se construyen diferentes argumentos para justificar el voto, y el consecuente apoyo. Algunas personas sueltas dicen que volverían a apoyar al peronismo si se separa del kirchnerismo. Muchos jóvenes y adultos se debaten entre el Presidente y el Gobernador de Santa Fe para fidelizar aún más su apoyo, a pesar de criticar las políticas públicas en materia de reforma previsional, obra pública y aumento de impuestos.

¿Qué lectura podemos hacer de semejante coyuntura? En primer lugar, es importante comprender que los 35 años de publicidad contra los políticos y los sindicalistas fue construyendo un imaginario social que sólo lo puede revertir un trabajo cultural que llene desde el afecto el vacío que nos instalaron en el alma a cada uno de nosotros, y que con la pandemia se agudizó al infinito. Y quiero que se me permita ser duro con esto, hasta los militantes en muchos casos hemos sucumbido a los espejismos de los deseos que nos instalan, y vamos perdiendo ese sentido común de no ostentar, no refregarle en la cara o a través de las redes sociales a quienes no la están pasando bien los viajes, los asados, y todas esas cosas de las que los demás se encuentran excluidos.

Cualquier cambio social que podamos vislumbrar hoy pasa en gran medida por comprender el contexto, por entender a los demás, por mirarnos al espejo, y ver si lo que somos, o en lo que nos hemos convertido realmente encaja en la ética que decimos tener. No para rasgarse las vestiduras, sino para empezar de a poco a cambiar eso. Los movimientos cambian la sociedad, pero esos movimientos están compuestos por personas de carne y hueso, y esas personas que en el pasado fueron protagonistas de grandes luchas, hoy, por el motivo que sea, se quedan en su casa, no quieren saber nada con las organizaciones y con los dirigentes.

Es buen momento para las convocatorias, porque nadie va donde no lo llaman, y los que van y los maltratan no vuelven a ir. ¡Suena la alarma! La convocatoria no es a ser representados, es a marchar, a ser protagonistas, a volver a sentir que se puede cambiar el rumbo de una historia que se vuelve cada día más apocalíptica.

Frente a un contexto que no hace más que repetirse a sí mismo, a las imágenes de la guerra, del hambre en el mundo, de la estupidez artificial gobernando la mente humana, del entretenimiento como modo de transcurrir la vida, proponemos imaginación, y la alegría de luchar, de intentar cambiar las cosas desde lo más chico a lo más grande, desde uno mismo hacia toda la sociedad. Para eso necesitamos un examen de conciencia, y una locura hermosa para ir contra los molinos de viento con pañuelos blancos y pancartas de seres queridos, con mística y magia, y volver a enamorarse sin pedir nada a cambio, solamente lo que es nuestro.

Pensar por uno mismo, robarle nuestro cerebro a la matrix, retener entre los dientes un pedacito de historia, sentir que cambiar la forma de movernos, de manejarnos entre nosotros, puede ser determinante. Desintoxicarnos de que lo único que hace feliz es lo material, y cagarnos de risa de la cara de malcogidos que tienen los ricos es un buen comienzo.

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