Vos sabés que con las ganas de tomar un porrón me acordé de algo que me pasó la semana pasada, es una historia digna de una película, ¡te lo juro!

Te la voy a contar.

A Mariano lo conocí en el club, jugábamos en equipos rivales y a pesar de que le pegué mucho durante los partidos es un buen tipo, muy buen jugador, muy buena onda, y pagaba muchos porrones en las tertulias post-partidos, tercer tiempo que le dicen. Siempre hablamos, pero nada muy profundo, las boludeces que hablás en una mesa del club; nada comprometido o privado. De casualidad en unas vacaciones en Mar del Plata nos cruzamos, estábamos en el mismo hotel. Cuando estoy de vacaciones en el mar a mí me gusta ir a ver el amanecer todos los días, los amaneceres me revitalizan, como que me lleno de energía. Uno de esos amaneceres lo veo caminando solo y se viene adonde estaba yo, me pregunta si me molestaría caminar un rato juntos, se le notaba que no andaba bien de ánimo. 

Él estaba con Laura, su mujer o su compañera, no sé si estaban casados pero eran pareja hacía mucho tiempo; como diez años viniendo al club. Imaginate una Barbie morocha de físico natural y además amable, simpática, educada y hablaba con todo el mundo. Nunca estuvo nombrada en algún chisme, yo soy ciego, sordo y mudo, pero hay más chisme de cuernos en el club que pasto en la cancha. Hasta la Flaca, mirá lo que te digo, si le preguntás hoy te dice que es la mina más linda que pisó el club. Ojo que él era un tipo muy fachero, eran Barbie y Ken edición nacional. 

Caminamos un largo rato por la playa, en silencio, yo no quería ni hablar, el chabón tenía un aura muy turbia. En un momento para de caminar y se agacha como para agarrar algo del piso, yo me freno y me quedo parado al lado de él, el chabón arrodillado y mirando para otro lado y me larga que se estaban separando. Salí diciendo lo que dice todo el mundo en esas situaciones, que todas las parejas tienen quilombos, hay que saber superarlas para salir más fuerte o en los peores casos es tomarse un tiempo para reflexionar y arreglar las cosas más tranquilos y volver a intentar, nada es tan terrible.

Me dice que es terrible ya que la mina no quería tener hijos y él sí, que ya estaban grandes, era ahora o nunca. Desde mi ingenuidad me animé a preguntarle si para él era importante lo de tener hijos y me respondió con un contundente sí. Estuvimos unos momentos quietos hasta que me dijo si lo acompañaba hasta el hotel, caminamos sin que ninguno de los dos diga nada. Nos quedaban un par de días más en el hotel pero no los volví a ver ni a él ni a ella. Si me apretás, te digo que los esquivé. 

En la primera fecha del campeonato nos toca contra el equipo de él, el tipo no apareció. En el entretiempo le pregunto a uno de su equipo por qué no estaba Mariano, me respondió que se separó y que se iba a tomar un tiempo para volver. Al poco tiempo empezó a venir algunos partidos, saludaba desde lejos cuando terminaba de jugar y se iba. Alguien comentó que andaba deprimido y fui acostumbrándome a esa distancia que no me di cuenta cuándo dejó de venir.

La otra parte es Álvaro, que lo conozco por ser el primo del Gordo Juan. Viste que el Gordo heredó la casa grande de su abuela y cocina de puta madre, cada veinte días más o menos organizaba una gran cena para un grupo de parejas, típica reunión de matrimonios donde las mujeres y los niños por un lado y los hombres por el otro hablando cosas de hombres, a saber: fútbol y mujeres, el orden de los factores no altera el producto. No les interesaban otros temas, me pegaba cada aburrida pero bueno se comía y se chupaba muy bien. Con la Flaca fuimos bastante tiempo a esas reuniones hasta que un día la Flaca dijo no vamos más y no fuimos más. 

El chabón éste estaba casado con Aldana, la conocés porque es nieta de Don Bomba. Linda mina, simpática. Eran la única pareja de esas reuniones sin hijos, pero ella se ponía a jugar con los chicos, tanto que el chiste era que le teníamos que pagar como “baby-sitter”, por supuesto que cuando ellos no escuchaban o no estaban. Los comentarios sobre por qué no tenían hijos animaban la reunión: si estaban bien de guita o sería que ella o él no podían y otras cosas por el estilo. 

Hasta el viernes pasado ni me acordaba de ellos, ni sabía que se habían separado, ya que no voy al barrio hace años. Viste qué calor hizo ese día, yo estaba esperando el colectivo en Corrientes y Mendoza, sólo quería llegar a casa después de un día terrible para tomarme el porrón que estaba en mi heladera y no lo vi venir a Mariano.

–¡Ey, loco! ¿Cómo andas? ¡Tanto tiempo! –Ya desde el abrazo me conmovió. 

–Vení crucemos que estoy con mi mujer y mi hijo en la heladería, te vi de pedo. 

Me costó reaccionar al reconocer que era Aldana su mujer, ella no dijo que ya nos conocíamos y yo la seguí. Entendí que por algo ella lo hacía y mejor seguir el juego. El chabón estaba eufórico y en una ráfaga de palabras me contó cómo se conocieron, las dificultades del embarazo, lo lindo del parto y lo bella que era su casa nueva con patio gigante. 

Me dio su número para que lo agende, pero le dije que no tenía batería en el celular, lo anotó en un papel y lo guardé con la certeza de que iba a perder ese papel. Me sé incapaz de sostener el pacto de silencio establecido por Aldana. El 135 vino a rescatarme, me despedí de apuro dejando un “cuídense” en el aire. Durante el viaje en colectivo me reía solo porque había comprobado lo que digo siempre, esta ciudad es un pueblo chico y nos conocemos entre todos. Me pasé una parada y bajé puteando, demasiado calor, necesitaba con urgencia mi porrón, pero fue un rayo, un “no puedo creer lo que estoy viviendo”, me quedé sin poder moverme. Álvaro y Laura de la mano caminando hacia mí. Me saludaron con alegría, me abrazaron y me besaron. No te puedo negar que me puse un poco paranoico, no podía creer que todo esto fuera obra de la casualidad o del destino. Seguro que mi cara era rara porque se apuraron en contarme que se conocieron de casualidad hacía poco tiempo y que todo fue muy rápido, ayudados por el alto precio de los alquileres se mudaron juntos y revisando fotos viejas descubrieron la coincidencia de que me conocían. No quise pensar que era mentira lo que decían, me concentré más en la cerveza helada que me esperaba en casa. Ellos hablaban y hablaban, yo respondí todo con monosílabos, me sentía ese defensor que la despeja a cualquier lado. Se repitió la escena de que anotara sus teléfonos, usé el mismo truco de no tener batería en mi celular, saqué un papel y anoté con la falsa promesa de escribirles en unos días. 

Apuré el paso para llegar a casa, me descalcé y puse los dos papeles sobre la mesada. Fui hasta la heladera y me serví un buen vaso, agarré el encendedor como para prender un pucho, pero quemé los dos papeles, alcé el vaso y brindé por ellos.

No quiero saber más nada, es una historia para seguirla pero me gusta quedarme con que los cuatros son felices, que es lo que más importa. Brindemos por ellos que tengo sed y la cerveza se calienta.

 

Publicado en el semanario El Eslabón N° 702 del 1/02/25

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