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No había lugar para la protesta parado delante del escritorio en el sótano que había dejado su padre antes de desaparecer. Se quedó mirando el tarro con la inscripción “ahorros para la bici”. No había bici ni tampoco padre, cuando cambia todo para mal lo que debería cambiar para bien sigue igual o empeora. La costumbre de que a la gente le gusta hablar sin saber estaba intacta. Había desaparecido pero la gente del pueblo decía que los había abandonado, otros que se había suicidado en los bosques, otros que estaba enterrado en su propio patio luego de que su esposa lo matara en una de sus rabietas porque la plata no alcanzaba. El hijo ya tenía 13 años y tenía mucho aprecio por el cine de terror, era algo que le había dejado de herencia su padre, le gustaba, les gustaba, ahora ya no. Con 13 años la realidad se volvió más terrorífica que cualquier película y si algo lo asustaba de esa ficción era aquello que veía en la realidad. Nada asusta tanto hasta que se vuelve real y de pronto todo se sintetiza en escapar del terror. No sólo estaba dentro del juego ahora, sino que era víctima y no había cámaras filmando ni tampoco era un sueño, no había chance de despertar. Estaba la opción de llegar a pie hasta aquel invernadero protector que habían fabricado de cristal, pero se sabía también que era para pocos y entre todos esos pocos compartían algo de sangre en las venas que él no tenía. Nunca fue un inconveniente para él caminar miles de kilómetros, pero ahora se había vuelto en vano, eso sí era un problema. Quiso hablar con el presidente y casi lo matan, esquivó las balas y con su aprendizaje de hacker desbloqueó las entradas. Luego de un corredor de alfombra de piel de tigre lo encontró, éste se emocionó de alegría: —“Oh! ¡Tengo algo hermoso para mostrarte! ¡Está detrás de esta puerta, por favor prepárate para esta obra maestra y no tengas miedo de aplaudir!” Abrió la puerta y se encontró con un retrato, un retrato del presidente. “¿No es hermoso?” le dijo el tipo de traje y se puso a besarse a él mismo hecho pintura. El niño salió corriendo espantado y ya ni siquiera le importaba recibir un balazo. Nada le pasó, excepto la desesperación, vio una bicicleta y la robó. Ahora tampoco lo encuentran, está desaparecido como el padre. La madre estaba trabajando como la vez anterior, como siempre, cuando le llegó el aviso, esta vez el segundo, pero no le permitieron dejar de trabajar, de nuevo, “lo lamentamos, pero si te vas a esta hora no nos va a quedar más que despedirte y acordate que estás en negro”. Algunas cosas nunca cambian cuando todo cambia y los chimentos se parecían, aunque la persona incluso esta vez, era otra. La mujer se fue de todas formas y empezó a llover, abandonó las veredas de baldosas flojas y todos la vieron alejarse dando la espalda, caminando por la calle, deseando para sus adentros también desaparecer.
Publicado en el semanario El Eslabón del 22/02/25
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