El uruguayo Horacio Quiroga hizo ficción de sus innumerables tragedias, y también de la del ídolo de Nacional de Montevideo, Abdón Porte. Este 5 de marzo se cumple un aniversario de su suicidio en plena cancha.

La primera de tantas muertes fue la de su padre. Horacio Quiroga tenía apenas dos meses de vida a comienzos de 1879 cuando a su padre Prudencio, al bajar del bote en el que fue a pescar y cazar, se le disparó el arma que llevaba. Viuda, la madre se volvió a casar años después con Ascencio Barcos. Un derrame cerebral dejó a su padrastro sin movimiento y mudo, motivo por el que decidió suicidarse. En el momento justo en que el pie apretó el gatillo de la escopeta que apuntó hacia su boca, entra Horacio, con sus 18 años, y ve todo. Un par de años después, a la vez que empieza su obra literaria, pierde a dos de sus hermanos, víctimas de la fiebre tifoidea. 

La siguiente muerte, la de un amigo escritor en 1902, no lo involucra sólo como testigo, sino también como autor. Furioso, el poeta Federico Ferrando retó a duelo al crítico literario Guzmán Papini y Zás, quien le cuestionó la obra en La Tribuna Popular, el diario para el que escribía. Horacio, que oficiaba de padrino de armas, estaba poniendo a punto la pistola de su amigo hasta que se le escapó un tiro. La bala ingresó por la boca de Ferrando, que murió en el acto. Por el hecho pasó unos días preso, hasta que los testimonios dieron cuenta del accidente. 

Tras esa saga de episodios trágicos, Quiroga deja su Salto natal y se instala en Buenos Aires, donde dicta clases de literatura y se enamora de Ana María Cires, una alumna. Él de 31 y ella de 17, se casan y se van a vivir a las afueras de San Ignacio, en el monte misionero (donde hoy un museo lo recuerda). Como la familia de la mujer se opone, Horacio los incluye en la mudanza. Allí nacen sus dos primeros hijos. Lejos de acobardarse de las armas, al niño lo instruyó en el uso de la escopeta, a la niña en la crianza de animales silvestres. Como para adaptarlos a la supervivencia, era capaz de dejarlos solos en la oscuridad de la selva. La situación, sin embargo, le resultó muy hostil a la joven Ana María, que puso fin a su vida tomando el líquido para revelar fotos que usaba su marido. 

El escritor regresa a Buenos Aires y vive en un sótano, donde ofrece lo mejor de su literatura. Allí se enamora de ¡Alfonsina Storni! quien, como es sabido, se suicidó arrojándose al mar en 1938. También a ella le ofreció vivir en la selva, aunque sin éxito. La secuencia de amoríos continúa con otra alumna, también llamada Ana María (Palacio). A diferencia del caso anterior, los padres de la joven no aceptan el traslado a Misiones y la alejan de él. 

Su último amor fue María Elena Bravo, compañera de escuela de su hija. Se casan y tienen una niña. Instalado nuevamente en la selva, le descubren una enfermedad que él tarda en hacerse tratar. Cansadas, su mujer y su hija se van. Cuando por fin acude a un hospital, descubre que en el sótano los médicos tienen a un hombre con elefantiasis (la enfermedad del hombre elefante). Pide para llevárselo a vivir con él y se hacen amigos.

Al poco tiempo, los especialistas le ponen nombre a su enfermedad: cáncer. Cuando se entera que es incurable, compra cianuro y se lo toma. Muere en 1937, a los 58 años. Todavía le quedaban tres muertes cercanas: las de todos sus hijos, que también se suicidaron.

En su vasta obra, Horacio Quiroga escribió un solo cuento de fútbol, quizá el primero de ese subgénero literario. Por supuesto, tuvo a la muerte y al suicidio como protagonistas. Se llama Juan Polti, half-back.

Ganar o morir

Basado en una historia real, el Juan Polti del cuento es Abdón Porte, el ex jugador de Nacional de Montevideo que llevó a la literalidad aquello de morir por los colores. La del Indio, como apodaban a este volante central, es la típica historia del ídolo en decadencia. Surgido de un club humilde del interior de Uruguay, pegó el salto al poderoso Nacional. Su carrera fue una pirámide. En el tope fue capitán y figura, campeón con el Bolso y con su Selección. “Un lungo rústico, flaco, «morochón y peloduro»”, lo describió Xosé de Enríquez en su libro Hacia el campo van los albos. “Un tenaz centre-half, con virtudes y cualidades extraordinarias” agregó Luis Scapinachis en Gambeteando frente al gol.

Siempre bien peinado con prolija raya al costado, Porte era rudo en la marca, pero también –al decir del propio Quiroga– “jugaba al billar con la pelota”. Tal era la diferencia que para el escritor “valía en la cancha lo que una o dos docenas de profesores en sus respectivas cátedras”. Pero como advierte en el inicio de su texto, “cuando un muchacho llega, por a o b, y sin previo entrenamiento, a gustar de ese fuerte alcohol de varones que es la gloria, pierde la cabeza irremisiblemente”.

Tras una merma en el rendimiento, por edad y lesiones, cambió aplausos por silbidos hasta perder la titularidad. Dolido, en la medianoche del 5 de marzo de 1918 se despidió de sus compañeros de equipo. Les dijo que se iba a su casa, y no mintió: ingresó al Parque Central –el estadio de Nacional– y en el centro de la cancha se pegó un tiro en el corazón. “Estaban todas las luces apagadas. Nadie escuchó el disparo”, cierra Eduardo Galeano, en El fútbol a sol y sombra. Eligió morir en el mismo círculo central “donde tenía la costumbre de reinar” –anotó Enrique Vila-Matas en el relato Corazón tan tricolor–y donde en 1930 comenzarían los Mundiales.

En la mano que no tenía el arma, sostenía un par de cartas. En una le encargaba al presidente el cuidado de su familia; en la otra le dedicaba unos versos al club: “Nacional, aunque en polvo convertido | Y en polvo siempre amante | No olvidaré un instante | Lo mucho que te he querido | Adiós para siempre | En el Cementerio de La Teja, con Bolívar y Carlitos”. Esto último en referencia a los hermanos Bolívar y Carlos Céspedes, ídolos albos.

La sangre derramada

El que le arrimó esta historia a Quiroga, se sospecha, fue el poeta José María Delgado, presidente de Nacional. Fue publicada como cuento el 16 de mayo de ese mismo 1918 en la revista Atlántida, dirigida por su compatriota Constancio Vigil, el mismo que años después fundó El Gráfico. 

Si como decía Galeano el fútbol es la religión sin ateos, Abdón Porte –añade Miguel Ángel Ortiz en la revista Panenka– fue su “primer mártir”. Y con Juan Polti como protagonista, Quiroga se convirtió en pionero de la literatura futbolera. Si escribió esa historia, opina el periodista y escritor Cristián Vázquez, “no fue sólo porque el fútbol fuera ya un deporte popular, sino por lo que había de humano en ella. Eso, el factor humano, es lo que se destaca de las grandes historias, lo mismo que de los grandes partidos y los grandes equipos”.

Sergio Olguín, en el prólogo del voluminoso tomo Cuentos completos (Seix Barral) define la historia como “una cruza de Fontanarrosa con Dostoievski digna de ser leída”, y también se pregunta si será o no el primer cuento sobre fútbol. Experto entre los expertos de literatura de y con deportes, Ariel Scher me dice que “es difícil decir cuál fue el primero, suelo ser cuidadoso con eso”. Pero observa: “Es un cuento no clásico en la formulación de la literatura de Quiroga, porque es muy estimulado por un hecho real”. Y agrega que el texto “es interesante en otra dimensión: Quiroga tenía pasión por el ciclismo, no por el fútbol”. Involucrado en los orígenes del velódromo de Salto, Horacio relató en la revista en la que escribió siendo muy botija, sus viajes en bici hasta Paysandú. “Es una gran crónica, una gran reflexión sobre ciclismo”, aporta el periodista y escritor. Y para elaborar su Diario de viaje a París, recorre a pedal la capital francesa.

La historia de Abdón llegó al cine a través de Pelota de cuero. Estrenada en 1963, la película fue dirigida por Armando Bó, con guion suyo y de Borocotó, emblemática pluma de El Gráfico. Se filmó en La Bombonera, y actuaron jugadores de Boca como Rattín, Marzolini, Grillo y Roma.

Más tarde llegó a la camiseta de Nacional, en el marco de los 100 años de su muerte. Aunque con una curiosidad: la inscripción que acompañaba su retrato en la espalda, entre el número y el cuello, fue un fragmento del cuento de Quiroga, y no de la carta original que Abdón dejó como despedida. “Que siempre esté adelante | El club para nosotros anhelo | Yo doy mi sangre por todos mis compañeros, | Ahora y siempre el club gigante | ¡Viva el club Nacional!”, escribió el autor en nombre de Polti. Aquí la ficción superó a la realidad.

Además, cuando los futbolistas tuercen el cuello hacia arriba, en el techo del túnel del estadio, leen: “Usted está a punto de ingresar al terreno donde Abdón Porte se quitó la vida por no defender más a su querido Club Nacional de Football”.

@nacional Fua, el túnel del Gran Parque Central 😍🏟️ #ElClubGigante #foryou #foryoupage #parati #tiktokfootball #Nacional #decano #fyp #futbol #footballtiktok #tiktokdeportes ♬ Epic Music(804503) – Draganov89

Su nombre fue llevado como bandera. “Por la sangre de Abdón”, reza un trapo en las tribunas del Parque Central. Sin embargo, desde el campo de la psicología alertaron sobre los riesgos de exaltar su figura, ya que Uruguay tiene una de las tasas de suicidios más altas de Latinoamérica. Tuvieron que pasar muchos años para que el retiro de los futbolistas no sea tan subestimado. 

Abdón Porte tenía previsto casarse el 3 de abril. Menos de un mes después del suicidio. No llegó al altar a jurar amor y fidelidad a su novia, pero sí a Nacional. Incluso, aunque la muerte los separe.

Publicado en el semanario El Eslabón del 01/03/25

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