El sol sale de nuevo, como cada mañana, aunque estos últimos días con más furor. La humedad nos recuerda el cambio climático y el silencio reinante nos hace acordar la siesta de cualquier pueblo de no más de tres mil habitantes del interior de la provincia. ¿Nadie dice nada?, ¿o quizás es que estamos tan saturados del bombardeo mediático que necesitamos desconectar un poco? 

Vemos día tras día una repetición del simulacro de la política. Si quienes desde el oficialismo se la pasan haciendo una pantomima de la gobernabilidad, quienes conforman la oposición no hacen otra cosa que salir a rebatir –con argumentos a veces más veraces, otras sólo para sentar posición– a algo que sólo son recursos retóricos. El Ejecutivo avanza con la profundización de la privatización de los derechos constitucionales, paso a paso, y midiendo el impacto de su acometida. Si no hay respuesta se avanza un poco más. 

Los que odiamos este mundo injusto estamos siendo reactivos, reaccionarios, cuando hasta hace poco teníamos alguna idea de cómo enfrentar el flagelo. Proponemos la vuelta al Estado de bienestar, se nos terminó la imaginación, no hay manera de pensar un mundo mejor, y lamentablemente la historia nunca fue para atrás. Cuando se habla de pérdida de derechos laborales, miramos a los representantes de los trabajadores y están mudos, o invisibilizados quienes se dignan a luchar. Estamos esperando que aparezca algún Tosco que nos diga qué, cómo y cuándo actuar. Nadie se anima solo, ni siquiera aquel o aquella que ya perdió su laburo y no tiene demasiado que perder. Sienten terror que su futura inclusión al mercado laboral, y por ende al consumo, sea más compleja. 

El miedo a perder se volvió una constante, parte elemental de los nuevos elementos de la estrategia que lleva adelante el poder real, las corporaciones empresariales. Todos tenemos que pensar que aún nos queda algo que perder, algo del orden de lo material o de la dignidad. Si no es por nosotros, nos agarra el pánico por nuestros padres o por nuestros hijos. Esta coyuntura instaló algo que había en la dictadura, el miedo a todo, por eso a veces se nos ocurre esa similitud. El cuerpo tiembla, la mente colapsa, el futuro es cada vez más imprevisible, cada vez con peores perspectivas. El desempoderamiento que sufrimos con la militancia virtual es atroz. Los me gusta nos hacen creer que existe un compromiso, sin embargo la realidad sigue desintegrándose a medida que pasamos, que movemos la pantalla.

Se vienen las elecciones y empezamos a ver las imágenes photoshopeadas, los comentarios banales, el descrédito hacia las demás fuerzas políticas del mismo espacio. ¿Qué pasó que los candidatos gastan todos sus recursos en la interna? Las listas se reacomodan, los hombres y las mujeres que participan se preparan para un concurso de belleza, se superficializa el debate. Las propuestas ya no son consultadas con la ciudadanía, es una confrontación con otras listas al estilo del panelismo dando rienda suelta a la chimentización de la política. En ningún espacio se ven caras nuevas, lo cual no sería preocupante si quienes vienen trabajando en política hace años tuvieran la misma actitud del mes previo a las elecciones durante todo el año. 

Conozco gente muy valiosa en política, personas con voluntad, con códigos, con ética, y no son pocos. Están inmersos en una dinámica comunicacional muy cercana al marketing vacío de contenidos y en una lógica institucional, llámese Concejo o Congreso, ya sea provincial o nacional que los aleja de las calles y de las necesidades concretas de la gente. Son personas de carne y hueso las y los que delegan en ellos la representación cada cuatro años. Tienen necesidades concretas y se los escucha sólo en campaña. En tiempos de crisis económica, social y política es importante que el pueblo vuelva a creer en la democracia, y para ellos es importante que se sientan escuchados y representados. 

Las organizaciones no garantizan la participación, y funcionan como disciplinadoras de la militancia, exigiendo mucho y brindando muy poco, tanto a la hora de debatir como a la hora de organizar. Los egos están por las nubes y es necesario que haya comunidad. Generar participación es fundamental, porque nadie que se sienta protagonista va a mover un pelo para cambiar la realidad, pero esa participación no tiene que ser un sacrificio, no es necesario hacer actividades bajo el sol, sin repartir agua entre los participantes, ni en lugares donde la gente se descompone por el encierro. La militancia no tiene que demostrar nada porque son los que están, hasta cuando los dirigentes desaparecen.

Alguno pensará que lo que escribo no ayuda, no aporta nada. Puede que tengan razón, pero he visto mucha injusticia hacia quienes siempre ponen el cuero, y salen a pintar, a repartir volantes y se chupan el sol y la lluvia, pero nunca son convocados a tomar decisiones trascendentes. Son las y los que llevan las banderas y los bombos, los que cantan, que le ponen color a cualquier movida. Señoras y señores dirigentes, se vienen las elecciones, no dejen todos los recursos en la productora, pongan al alcance de la militancia la guita que haga falta para que puedan disfrutar de hacer política, armen choripaneadas, cuiden a la gente que los sostiene en sus cargos, porque si la política se sigue degradando es poco probable que alguna vez la balanza se incline a nuestro favor. El partido es dueño de las mezquindades, el movimiento es el lugar donde la militancia puede ser dignificada. Si queremos otro mundo hagamos las cosas de otro modo, cuidemos a los nuestros.

Publicado en el semanario El Eslabón del 08/03/25

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