Hay unos versos de Charly que cuando las papas queman los fríos y tibios acomodados en su realidad sacan enseguida a relucir: “Si ellos son la Patria, yo soy extranjero”. 

Podemos partir de un acuerdo sentimental y decir que Charly puede decir esa barbaridad sólo por ser Charly, porque toda su obra y el impacto de su carácter en la sociedad y cultura argentina son justamente lo inverso, una fuerza opositora a lo que dicen esos versos. Por eso la clave está justamente en ese acuerdo sentimental, que se sostiene en la dimensión zizekiana del amor: uno al amado le permite toda barbaridad pronunciada porque están dadas las condiciones, el espacio y la comunión vincular para que la barbaridad se pronuncie, se encuentre con las consecuencias, y que toda esa dinámica comunicacional, compleja por naturaleza, no se lleve puesto lo construido. Si sacamos a la barbaridad de ese mapa, es lo que es. No importa quién la haya dicho porque ya no está siendo dicha por esa persona, en su tiempo original o incluso reafirmada en una actualidad posible, sino que está dicha por un fulano que no tiene todo eso otro que evitaría las consecuencias de la idea anunciada. 

En particular, “si ellos son la Patria, yo soy extranjero” en boca de fulanos y menganos queda condenada a la esquina más rancia. Una aspiración punk que no se corresponde en nada con la historia de este país, región y continente. Para que se tome un poco más de dimensión de los relieves que esos versos agitan cuando se la utiliza después de su tiempo de lanzamiento (Botas Locas está incluida en el disco Pequeñas anécdotas sobre las instituciones, de Sui Generis, lanzado en 1974): no sólo es el desapego frente al Plan Cóndor, es volverse ajeno, extraño frente a sus consecuencias. El preso político, el asesinado, el detenido desaparecido, el bebé robado y apropiado: todos dejan de ser compatriotas. Porque para ellos, para cada uno de ellos, la Patria era el nosotros posible que nace de la comunidad solidaria, y por supuesto, no se entregaba, se defendía, se disputaba, se salía a vencer aún a riesgo de lo que sabían que estaba pasando. Algunos dieron la vida por esta Patria, a otros se las arrancaron, tal vez no querían darla, pero es por unos y otros, con el conocimiento que hoy tenemos de todo lo ocurrido que no hay gracia alguna en asumirse extranjero.

Si la Patria no se vende, ¿por qué vas a dejársela a “ellos”? Si sos extranjero, ¿cómo contamos con vos para defender la soberanía de nuestros mares y ríos, bosques y montañas, animales y reservas? ¿Cómo contamos con vos para defender que las Malvinas son nuestras y reafirmar hasta la muerte la soberanía argentina en determinación territorial y con lo que la propia geografía anuncia? No contamos, tal vez en tu interior lo seas. Sin llegar a ser uno de “ellos”. Porque también esa idea asume que no hay otras posibilidades sociales, y entre las otras que hay, en la actualidad hay una con la que el mercado se hace un festín: los desterritorializados, los que hacen territorio en el consumo.

Toda Patria es con un “ellos”. Y en cualquier parte del mundo, los “ellos” son bien identificables. Si busco en un diccionario imaginario para definir “ellos” con voces argentinas, me interesa mucho la síntesis que hace Alejandro Kaufman: “Para ellos, toda la superficie terrestre, el espacio aéreo, el espacio exterior, las capas geológicas, todo, les pertenece por naturaleza, por derecho de propiedad. Es una aristocracia propietaria. El resto de la humanidad es biomasa monetizable, es «recurso humano»”. Me interesa mucho porque remata la idea así: “Necesitan que nos acostumbremos definitivamente a la naturalización de la desigualdad material. Nunca”. Si sos extranjero, ¿a qué le decís Nunca? ¿Y Nunca Más? 

Que toda Patria sea “con” un “ellos” no significa que la Patria sean ellos o de ellos. Claro, tampoco somos sólo nosotros ni es de nosotros, sólo que nosotros la amamos. Y mucho de lo que amamos de este país, tanto en lo productivo y material como en lo espiritual y simbólico, tiene que ver con la biografía social que supieron escribir todos los que estuvieron antes que nosotros conviviendo con “ellos”, enfrentándose, disputándoles, acusándolos. 

Estoy contra todo clima distópico pero es realmente difícil creer que estemos a la altura de lo legado. Por eso no me parece menor acusar y desarticular lo que se repite como loro sólo porque lleva la firma de una vaca sagrada. También estoy en contra de todo latigazo que nos exige siempre hacer autocríticas, sin embargo creo que es más urgente e indispensable revisar bien con quiénes construimos, con quiénes pensamos, con qué referencias nos escudamos, con quiénes y con qué palabras (creadoras de realidad) vamos a defender lo legado. Porque es eso lo que nos quieren quitar, lo legado. Y más allá de consignas, banderas partidarias, autopercepciones y endogamias, somos lo que hacemos con nuestros legados, no lo que decimos que hacemos ni lo mucho que decimos quererlos.

“Se creen los dueños de un país que desprecian”, dijo alguna vez Diego Capusotto. Nosotros tenemos que tener la ética de empezar a pensar el país desde la desapropiación, porque ahí aparece el desorden del sistema. Digámoslo con hechos y con nombre y apellido: Maradona, el descamisado que se pone la camisa de Versace. Evita diciendo que su deseo es que los pobres se acostumbren a vivir como ricos y pensando el bienestar y la prosperidad integral: los Juegos Evita. El derecho a la formación como móvil hacia el derecho al mar –no sólo a conocerlo, a vivirlo cuanto se lo quiera vivir–. Este último tiene que ser la semilla de mostaza de la justicia social y más. Porque ya no podemos seguir pensando la justicia social en abstracto: la justicia social necesita intervenciones concretas y expresadas en justicia económica, racial, ambiental en una territorialidad que no se reduce a cuatro manzanas. Una justicia para la solidaridad eficaz, de amor al prójimo y amor a los recursos y elementos culturales de un país que se hace a lo largo y ancho y lo sostienen los trabajadores.

Necesitamos un “nosotros” que mire a los trabajadores de todo el país, no en un “todo” inclusivo de maquillaje, un reconocimiento territorial y particular, realista y geográfico, que lo escuche y ponga a hablar a su historia, que lo contenga y le facilite un ordenamiento de su vida, un nosotros que represente con todo su potencial nuestro no desprecio a la Patria ni a nuestros compatriotas para que “ellos” vuelvan a su cueva, como tantas veces a lo largo de la historia argentina ocurrió. El problema es que también tenemos entre “nosotros” a muchos que desprecian a nuestros compatriotas y a otros que directamente los desconocen, o que por pegar una buena gracia los regalan al estigma de la Patria abstracta.

Foto: La Garganta Poderosa

Escribo esto al calor de las declaraciones del Sindicato de los Trabajadores Viales y Afines por lo ocurrido con el monumento de Osvaldo Bayer. “Perdón al pueblo santacruceño, al pueblo trabajador y a la memoria de nuestros mártires de la patagonia trágica desde lo más profundo de nuestros corazones”, se lee en algunos medios. En su cuenta oficial, un comunicado que no escatima su angustia, firmado por Ana María Graciela Aleñá, secretaria general, vuelve a denunciar el vaciamiento y la suspensión de la obra pública en contraste al derrumbe, y cómo la maldad y la ignorancia están a la orden del día. Hablando de semillas de mostaza, Aleñá cierra sembrando una: “Por más que derrumben monumentos, la memoria del pueblo permanecerá activa”.

A pesar del atropello desmedido, provocador, porque a los idiotas sólo les queda eso, provocar, aspirar a la polémica en lugar de asistir al discernimiento, me lo imagino al viejo Bayer, canalla desde la cuna y un desobediente extraordinario, que ni siquiera acordaba con ciertos reconocimientos a su persona, gozándose por seguir enojándolos a “ellos” y celebrando que un gobierno de fascistas y nazis se quiso llevar puesto el monumento que rememora su enorme gesta patagónica. 

Mientras que ya están recalculando con la demolición y hablando de malentendidos o excusas de celofán, empiezan a aparecer signos vitales en este curso de la historia. Quiero decir, la historia de la humanidad cuenta que todo lo que se ataca con deseo de exterminio vuelve por derecho divino y se multiplica: ¿cuándo hubo tantas imágenes de La Patagonia Rebelde como por estas horas? ¿Y multitud de fragmentos de entrevistas a Bayer? Ya hay proyectos para cambiar nombres de calles con genocidas por el escritor. Otra cosa de la que él mismo se reiría, en realidad, hasta cuestionaría. Pero lo que importa es que estamos presenciando por estos días el nacimiento de los desobedientes del futuro, los que contarán que empezaron el otoño 2025 leyendo un libro del santafesino que les cambió la vida para siempre y sonreirán diciendo que fue gracias a “ellos”.

Publicado en el semanario El Eslabón del 29/03/25

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