“¿Salimos a tomar una birra?”, preguntó Paul.
“Dale, vamos”, respondió Robert, sediento, ya listo y encarando la salida.
“No te olvides de llevar el fusil, amigo”, advirtió Robert con la vista fija en la pantalla de su teléfono, el gesto más característico del género humano por estos días.
“OK”, dijo Paul echando mano al AR 15s, el fusil de asalto de moda en estos yanquis pagos.
El diálogo precedente es una ficción. Pero una ficción de las que sintetizan una cantidad infinita, inconmensurable de hechos reales, cotidianos, que definen un estado de cosas en una sociedad en un momento determinado de su historia. No podemos probar que el diálogo entre Paul y Robert haya sucedido alguna vez. Y no podemos, justamente, porque sucede todo el tiempo, como un síntoma.
La polémica por el control de la posesión de armas en manos de civiles puede parecer un hecho lejano, muy propio de Estados Unidos y con poco o nulo interés para los habitantes de América latina y el resto del mundo. Puede parecer, a primera vista, un problema de los yanquis que compete solo a los yanquis.
Pero desgraciadamente EEUU es un imperio que se inmiscuye en todos los rincones del mundo. Saquea, bombardea, asesina, tortura y desaparece mujeres, hombres y niños de todas las nacionalidades.
Los poderes fácticos que manejan este país se creen con derecho a hacerlo. Afirman que tienen una misión que cumplir en todo el planeta: llevar la democracia, los valores estadounidenses y su estilo de vida a los otros pueblos del mundo.
Eso creen, o dicen creer, y, fundamentalmente, quieren hacer creer a la ciudadanía, con un sentido mesiánico, de fanatismo religioso. Así justifican, pasan por alto y olvidan las acciones terroristas que desarrollan sin respetar fronteras ni jurisdicciones.
Al que no le guste el estilo de vida americano, se lo imponen por la fuerza bruta de las armas.
La democracia que exportan deja mucho que desear. Pero dejemos hablar sobre este punto al New York Times: “Trump o Clinton van a representar a todo el país, pero los estadounidenses que los eligieron son una pequeña parte de él”, dice la bajada de la nota publicada el 2 de agosto en la página 16, que se titula “Sólo el 9 % de EEUU eligió a Trump y Clinton como nominados” (“Only 9 % of America chose Trump and Clinton as the nominees”). La democracia ejemplar elige a un presidente o presidenta votado por muy pocos, y que gobernará para poquísimos.
Conocer los asuntos internos, las polémicas, las miserias y las debilidades del imperio cobra acaso cierto sentido en América latina y el resto del mundo. Por un lado, permite, como escribió José Martí, “conocerle las entrañas al monstruo”. No es un mero interés antropológico, sociológico o cultural. Se trata de conocer al enemigo. Es un asunto estratégico. Y de supervivencia.
El imperio es una sociedad enferma, muy enferma. Además de matar gente en todos los continentes utilizando las excusas más absurdas, los estadounidenses se matan entre sí. En las calles, en las tiendas, en los boliches bailables. Personas consideradas “desequilibradas” salen con sus fusiles a disparar indiscriminadamente. También están los policías blancos que fusilan ciudadanos negros en las calles y quedan impunes. Y hace poco aparecieron los vengadores negros, francotiradores y ex combatientes que matan policías blancos como represalia a los linchamientos de afroamericanos.
Conocer estas miserias sirve para desmentir y desestimar las manipulaciones urdidas por el aparato propagandístico, que no sólo oculta estas miserias, sino que las convierte en virtudes.
Cierto cholulismo colonizado clasemediero de la Argentina y América latina contribuye, gratis, a esta propaganda. Más que gratis, pagan para hacer de voceros del imperio. Cuando viajan a este país, vuelven contando maravillas, sólo maravillas, que les sirven para reafirmar que los argentinos somos inferiores, que todo lo que sucede en la Argentina está mal, y que “EEUU está adelantado cien años”, como les gusta decir a los cipayos mientras muestran la ropilla de marca comprada a precio de ganga en un shopping orgásmico del país perfecto. “Acá las ofertas son de verdad”, babean.
La mirada colonizada es ciega a los problemas de Estados Unidos. Como si existiese en este atribulado planeta un país sin problemas, traumas, miserias, injusticias y formas de violencia. Pero no, el colonizado viaja para reafirmar sus prejuicios y abonar las mentiras de los poderes fácticos, el establishment y el imperio más seductor.
El colonizado no ve las decenas de miles de personas sin hogar (“homeless”), más conocidos en otras latitudes como pobres, excluidos, expulsados del sistema. En EEUU hay 47 millones de pobres.
Pero no, algunos no perciben esas figuras dolientes, esos seres mugrientos y locos de tan desamparados que se arrastran por las calles de las grandes ciudades de este país, gritando, gimiendo, llorando y, fundamentalmente, puteando con una bronca infinita, inextinguible.
Están por todas partes, evidentes, tan evidentes como los bellos rascacielos y las obras de arte en los museos, tan evidentes como las pulcras tiendas con sus ofertas. Pero los colonizados sólo ven lo que su ideología les permite ver. Sólo ven aquello que les permite confirmar el dictum patológico de Jorge Lanata con relación a los argentinos: “Somos una mierda”.
Semejante frase, por otra parte, es impensable aquí en Estados Unidos. Por el contrario, los estadounidenses se creen los más grandes del mundo, aman a su país de manera fanática, religiosa. Son patriotas, patrioteros y chauvinistas, e ignoran todo lo que sucede más allá de sus fronteras. El patrioterismo imperial deviene, muchas veces, orgullosa ignorancia.
Mentalidad colonizada versus mentalidad imperial
En muchos aspectos la mentalidad colonizada está en las antípodas de la mentalidad imperial. En Estados Unidos, la gran mayoría de la ciudadanía apenas sabe, un poco, no mucho, de lo que sucede en los lejanos lugares del mundo que el imperio bombardea. Y “saber”, en este caso, significa repetir lo que dicen los medios hegemónicos que responden a los intereses del establishment y de los complejos militar-industrial, de vigilancia, y financiero. Los que tienen el poder.
El problema se agrava cuando uno de esos cipayitos no es un clasemediero con una tarjeta de crédito que se banca de vez en cuando un viaje a EEUU, sino un oligarca que, encima, por esas cosas de la mentira, la confusión y la propaganda, es presidente de la Argentina.
El PRO nació ideológicamente aquí. Su teología del éxito, el emprendedurismo y la iniciativa individual, su mirada ahistórica y el culto a la desigualdad nacieron aquí. Esos valores funcionan muy bien en este país (para muy pocos, claro, porque de eso se trata), y además se exportan a las colonias. Es la avanzada cultural del imperio, la invasión sin bombas, a través de la violencia simbólica de la manipulación y la compra de cipayos que abran las puertas a los invasores.
Los dirigentes del PRO compiten para ver quién tiene más larga la lista de posgrados y viajes a Estados Unidos, y ponen en sus portadas de Facebook imágenes de documentos que certifican que son pasajeros frecuentes, VIP o preferenciales, de American Airlines.
No, no es una curiosidad turística reparar en las diversas clases de estiércol que hiede por estos pagos. Estos pagos parieron a quienes tienen el poder y además, encima, el gobierno, en la Argentina. Para derrotarlos hay que conocerlos, hasta las tripas.
Fuente: El Eslabón
Carlos Belisle
06/08/2016 en 18:08
Quienes primero han sido colonizados han sido los propios estadounidenses.
Lo ha hecho a lo largo del tiempo el gobierno de EEUU en sus distintos matices.
Les han puesto una zanahoria. Les dijeron que cada uno puede ser Bill Gates. Salvo el emparche de Obama, hasta hace poco más de 50 millones carecían de Sistema de Salud.
Supinos ignorantes, no dejan de ser cómplices de las acciones de sus gobiernos.
En tanto no los jodan…
Por eso, aunque parezca feo, el 11/9 no les vino mal.