Por amplísima mayoría los trabajadores de Paraná Metal votaron a favor de aceptar la propuesta del gobierno nacional para la reactivación de la autopartista de Villa Constitución, paralizada hace más de un mes. El resultado es lógico, porque aunque contempla suspensiones rotativas y congelamiento de sueldos la propuesta se basó en no permitir el ajuste salvaje, con reducción de personal y de salarios, que pretendía la patronal y que recomendó también la viceministra de Trabajo de la provincia Alicia Ciciliani. Tomada, en cambio, arrancó la negociación remarcando que en Paraná Metal no hacía falta ni despedir trabajadores ni recortar salarios; y eso es lo que los obreros aprobaron este viernes en la votación en la fábrica, sin perder conciencia de que esta reactivación sólo se trata de una etapa más de una lucha larga como siempre condicionada por la voracidad de las patronales, ahora envalentonadas con la excusa de la crisis internacional.
Lo de Paraná Metal confirma además la voluntad del gobierno nacional de al menos no facilitar las ansias empresarias por no resignar un centavo de rentabilidad y cargar sobre los laburantes el cimbronazo económico originado en las capitales imperialistas.
La diferencia que quedó marcada en este sentido entre lo hecho por Tomada y lo dicho por Ciciliani es muy notable. La funcionaria santafesina hizo propio el discurso y la lógica de las patronales, actitud que también exhibe fuera de cámara y/o micrófono. Decenas de anécdotas al respecto circulan en los ámbitos gremiales, entre dirigentes y delegados que han participado de negociaciones en las que intervino la funcionaria. Valga una como muestra: “¿Por qué están tan enojados?”, preguntó ella un día apuntando por la ventana del edificio de Trabajo en Rosario a un grupo de trabajadores que atizaba bombos y redoblantes en la esquina de San Lorenzo y Ovidio Lagos. “Y… les deben como cuatro meses de sueldo”, le respondió a Ciciliani ¡el abogado de la patronal! que terció ante la mirada atónita –todo un ¡plop! de esos de las historietas de Condorito- de los delegados que apenas minutos antes habían denunciado la situación.
También se comenta mucho en el mundo sindical la diferencia de actitudes y discursos entre Ciciliani y el titular de la cartera laboral provincial, Carlos Rodríguez, menos activo en los últimos días por una situación particular.
Dos líneas distintas parecen convivir ahí, en la conducción de un Ministerio llamado a continuar como fuerte protagonista de la agenda pública. Parece claro que por este lado la comparación entre provincia y Nación juega en contra de la proyección nacional de Hermes Binner. Es una cuestión de matemática pura: son más los trabajadores que los empresarios a la hora de votar, incluso en la provincia chacarera que pregona el mandatario provincial ansioso por capitalizar el conflicto por la rentabilidad de los productores de la pampa húmeda.
No sólo en Paraná Metal la intervención del gobierno nacional derivó en el freno a los ajustes sin anestesia. Ahí está también el caso de General Motors, que se pudo calmar cuando Tomada se metió.
En ambas situaciones se expresó una vez más la firme resistencia de los trabajadores a los embates lanzados por las patronales apenas surge un atisbo de desaceleración económica. Los obreros participaron activamente de la toma de decisiones sindicales, en General Motors con asambleas abiertas y masivas, en Paraná Metal con el aditamento del voto secreto para decidir la aceptación o el rechazo de la propuesta oficial.
Y aquí entramos al debate por la lectura de la situación nacional desde los intereses de los trabajadores. ¿Es el actual gobierno un claro enemigo de los trabajadores, como se agita en derredor de conflictos como estos dos del otra vez industrializado sur de Santa Fe?
¿Qué otro proyecto político con proyección de poder garantizaría una actitud similar ocupando la Casa Rosada? Ni hablar si se mira para atrás: Jorge Triaca y Patricia Bullrich, por nombrar un fallecido y una viva, se cuentan en la triste galería de ministros del área laboral de los últimos años.
No se trata, para nada, de suponer que haya que quedarse tranquilo porque el gobierno cuida los intereses de los trabajadores. No es cuestión de diluir los debates con afirmaciones de este tipo. Pero es innegable que al menos hay una actitud oficial en el plano nacional que expone una orientación distinta a los alineamientos automáticos y carnales con el poder económico del pasado reciente. Y esta no es una situación para desperdiciar pensando y orientando los conflictos en función de la necesidad de chupar militantes de las orguitas que se acercan a las asambleas y movilizaciones.
Lo mismo con las conducciones sindicales. ¿Son estas de hoy las mismas “burocracias” del pasado reciente de disciplinamiento y sometimiento de las bases vía desocupación, o han cambiado aunque sea algo al calor de la nueva realidad de reaparición de masas obreras y paritarias anuales?
La idea es que la “unidad de los trabajadores” tan declamada parece más al alcance de la mano ahora que hace unos años, y es una gran necesidad ante los ataques de las pirañas insaciables.
Y la idea de unidad es imposible si se la confunde con uniformidad. Hay y habrá disputas hacia adentro de los distintos sectores trabajadores, y tensión permanente entre las estructuras orgánicas y las nuevas generaciones de activistas y delegados. Hay sectores del gobierno que parecen más preocupados por hacer un negocito que por preservar empleos y salarios, y ponen en riesgo que el modo de intervención oficial sea el mismo en todos los conflictos.
Pero para evitar derrotas del conjunto hay que mirar y moverse por encima de casos y de intereses puntuales.