Es la historia de una invasión norteamericana al planeta Pandora en busca de minerales valiosos. La metodología del ataque se asienta en el conocimiento destinado a horadar y destruir los ejes de la cultura local en sentido integral y en la violencia directa sobre los puntos claves de esa estructura para evitar la resistencia pero también la autoafirmación futura. Quizás la hayan visto; tal vez pispearon la avalancha publicitaria. Nos interesa la derivación, que luego veremos, pero antes repasemos aspectos básicos de su trama. Prepare el mate y acérquese.

La obra no tiene concesiones: mientras en un nivel estentóreo el invasor se burla de dioses y preceptos locales, por lo bajo, en un mensaje al espectador, se admite: no tenemos nada que ellos necesiten ¿Qué vamos a ofrecerles, cerveza, jeans?

No aparece un invasor "bueno" o considerado. Sólo puede serlo si renuncia a ser estadounidense, si cambia de forma, de nacionalidad. Quien lo hace se siente orgulloso, está satisfecho de su opción, de dejar atrás el arcaísmo brutal norteamericano y adoptarse a una nueva nación.

Hay reminiscencias para el observador informado: Hemingway en diálogo con Walsh (-yo no soy norteamericano, tú lo sabes), y las hay en el mundo de la ciencia ficción (Dune, Deus Irae, y algunas obras de Roger Zelazny entre muchos, así como trazos de un Stephen King poco abordado mediáticamente). Aunque, evidentemente, Oesterheld: no habrá ninguno igual, no habrá ninguno.

Seguimos: la resistencia ni se plantea el tema de la paz o de los métodos; el pueblo de Pandora jamás invadió a nadie, defiende su tierra. Le resulta pertinente matar al invasor y golpearlo hasta que se rinda y se retire. Está lo suficientemente vinculado al ecosistema como para lograr que el mismo también forme parte de la batalla.

Todo esto y bastante más, junto a una cuidada imagen de ficción, es Avatar. No contamos el final para no perjudicar el efecto cinematográfico. Pero claro, esa no es (toda) la cuestión.

Lo que nos interesa realzar es que se trata de una gran inversión en realización y publicidad de los grandes estudios norteamericanos, y de un éxito de público avasallador. Ambos factores hablan de ciertos valores admitidos, compartidos, no sólo por nuestros espectadores sureños sino por los del Norte.

Ante los ojos del ¿adocenado? público norteamericano se derrumban sus generales, su soldadesca, sus empresarios, sus argumentos para una invasión. En la mente de quien visualiza la pantalla, emergen flashes que van de la Conquista de América hasta las agresiones a Irak y a Afganistán. El lugar de "lo norteamericano" es vapuleado, humillado, menoscabado con fundamento y rigor.

Nos preguntamos entonces si ha cambiado la opinión pública de ese país. Si hay novedades de fuste en ese adormilado sector de la humanidad. Si cabe esperar algo de esta aparentemente nueva impronta.

Los grandes estudios comercializan productos comercializables. Apuestan con resultados prediagramados. Saben o al menos sospechan lo que el público quiere. ¿Avatar es lo que el público norteamericano quiere?

Y pensamos: las movidas lanzadas por los latinos en el centro, el ascenso de un candidato negro demócrata en tanto simbolo, el nuevo rol sindical con el renacer de AFL, el fracaso de la gestión Bush, los recortes presupuestarios, la crisis financiera, Katrina. Y pensamos: la imagen (enfrente) de un mundo islámico impertérrito y orgulloso, la de una América latina que se unifica sin permiso.

¿Estos datos están siendo procesados al punto de dar cuenta de un mirar distinto desde el Norte? Una respuesta contundente puede resultar aventurada. Pero vale reflexionar al respecto y esbozar un debate.

*Director de La Señal Medios

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