Oświęcim es una localidad de Polonia ubicada a 60 kilómetros de Cracovia. Por estos días, allí todo es oscuridad y nieve. Lejos de ese lugar, en el mar Caribe, Guantánamo refulge bajo el sol hiriente. Pero más allá de los contrastes y las diferencias de tamaño, entre el pueblito polaco donde se erigió Auschwitz y el enclave estadounidense puede tenderse un puente que relacione la enorme barbarie del pasado con la del presente, más restringida, secreta, larvada, y ominosa. Y entonces vuelven a atronar las proféticas palabras de Primo Levi: “El Holocausto ocurrió, y eso significa que puede volver a ocurrir”. Los testimonios de los ex prisioneros de Guantánamo actualizan, ponen en contexto y potencian los relatos de las víctimas del nazismo de ayer. Y trazan una continuidad que se sobrepone a las diferencias.

El huevo de la serpiente es más pequeño que el animal ya crecido, pero lo contiene. Las enormes diferencias cuantitativas y cualitativas entre estos hechos de barbarie se relativizan y difuminan con sólo pensar en el indecible sufrimiento de los seres humanos, que está más allá de toda cifra, estadística, medida y comparación. Similares atropellos, vejaciones y abusos. Racismo. Estigmatización y demonización de pueblos y etnias enteros. Mentiras y cinismo para encubrir objetivos inconfesables. El juez español Baltasar Garzón comenzará a investigar hechos ocurridos en Guantánamo "luego de que el gobierno de Estados Unidos se negara a darle una respuesta acerca de si existe alguna investigación abierta en ese país sobre las violaciones a los derechos humanos perpetuadas en la base militar" por la que pasaron ciudadanos y residentes españoles, según se publicó en la edición del domingo 31 de enero del diario Página/12. Y dos de los delitos que se investigarán en Guantánamo coinciden puntualmente con los imputados a los nazis durante los juicios de Nüremberg: crímenes de guerra y genocidio.“Arbeit macht Frei” (“El trabajo los hace libres”) dice el cartel a la entrada del campo de exterminio de Auschwitz, y su hiriente sarcasmo se resiste a ser parte del pasado. Es que la retórica nazi hizo escuela, y los imperios actuales “mienten, mienten” para que algo quede, como recomendaba Joseph Paul Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler. Lo que efectivamente queda es el espectáculo ominoso de la degradación humana.

En el marco del Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas de la Shoá, instituido el 27 de enero por la Asamblea General de las Naciones Unidas para recordar liberación del campo nazi de Auschwitz, se realizaron conmemoraciones en todo el mundo. Y más allá del necesario y justo homenaje a las víctimas, la ritualización ceremonial implicada en este tipo de actos muchas veces termina diluyendo el contexto histórico, que es indispensable reponer a la hora de la reflexión. A los efectos de ejercer la memoria como algo activo, como decidida lucha para evitar que se repita el horror, acaso sea necesario discutir sobre la persistencia de la barbarie en el presente, más allá de sus formas, dimensiones y extensión. Incluso, más allá de un hecho evidente: resulta imposible comparar el horror de hoy con hechos ocurridos hace décadas, que pertenecían a otro contexto histórico, y que por consiguiente pueden ahora analizarse con otras miras y desde otras perspectivas que todavía no poseemos para entender Guantánamo, cuyos horrores se irán develando con el devenir de los años. Hoy es apenas el pequeño huevo de la serpiente. Pero ya apesta.

La conmemoración de los 65 años del fin del Holocausto coincidió con otra fecha clave: el anunciado cierre de la cárcel de Guantánamo, prometido al mundo para fines de enero de 2010. El propio Barack Obama aseguró que esa expresión actual de la barbarie, que incluso avergüenza a muchos estadounidenses, se cerraría por estos días. Pero no cumplió, sumando así otra promesa rota. Ahora la Casa Blanca afirma oficialmente que esa cárcel se cerrará “dentro de los tres años de mandato que le quedan a Obama”. Tal vez derribar este actual monumento a la barbarie hubiera sido un tangible y concreto homenaje a las víctimas de la Shoá y un modesto aporte para impedir que aquellas atrocidades se repitan, perpetúen y naturalicen. Pero el premio Nobel de la Paz, que además trabaja de presidente de los Estados Unidos, no cumplió, y cada vez son más los ciudadanos decepcionados que se preguntan si Obama entró en pánico, o si en realidad es apenas un pasante más de la Casa Blanca, una suerte de Monica Lewinsky en negativo.

Las minúsculas fuerzas progresistas que sudan y luchan en los Estados Unidos por los derechos civiles se sienten cada vez más indignadas, conforme se conocen nuevos testimonios estremecedores de las torturas y vejaciones que allí se cometen contra personas acusadas de “terrorismo” que no tuvieron juicio ni gozaron de ningún otro derecho básico. Y a juzgar por lo que refleja la prensa estadounidense, nadie se cree ya los presuntos “suicidios” de los prisioneros que allí padecen lo indecible. Esas figuras anaranjadas, postradas, reducidas, mortificadas, atadas dentro de jaulas indignas de animales recorren el mundo, como la versión actual de la barbarie de siempre, y se instalaron ya en el imaginario colectivo estadounidense, sumándole nuevos fantasmas a la añeja estantigua de víctimas del imperio. Muchos de esos espectros naranjas pueblan ya las paredes en las calles de los Estados Unidos, en forma de graffitis que denuncian el horror. La consigna de campaña de Obama “Si, nosotros podemos” suele aparecer con un agregado pequeño y significativo: “Sí, nosotros podemos seguir torturando”.

La película británica de 2006 “Camino a Guantánamo”, dirigida por Michael Winterbottom y Mat Whitecross, expone con crudeza las atrocidades que se cometen en esa base estadounidense convertida en campo de detención cubierto por un limbo legal, donde no hay ley ni derecho alguno para los detenidos, muchos de ellos meros sospechosos. El film cuenta la historia de cuatro amigos británicos que, en septiembre de 2001, viajaron desde Tipton, en las Midlands inglesas, para asistir a la boda de uno de ellos y, de paso, disfrutar de unas vacaciones en Pakistán. Pero los chicos no eligieron un buen momento para realizar el paseo y tres de ellos (Shafiq, de 23 años; Asif y Ruhel, ambos de 19 años) terminaron en Guantánamo, donde permanecieron más de dos años prisioneros, sometidos a incontables humillaciones y torturas. El 5 de marzo de 2004 fueron trasladados al Reino Unido. En Londres, tras ser interrogados, fueron puestos en libertad sin cargos.

El mismo rancio hedor de la injusticia, el autoritarismo y la paranoia asesina impregna asimismo el relato de Moazzam Begg, que estuvo prisionero en Guantánamo entre 2003 y 2005, y que recientemente dio a conocer su historia, que demuestra la existencia de una oscura trama de mentiras, tapaderas y complicidades para encubrir los más atroces vejámenes, atropellos y abusos contra las personas sospechosas, en muchos casos acusadas con argumentos que rozan lo demencial. “Siempre pensé que las cárceles secretas, y las prisiones militares, como Bagram (en Afganistán), eran peores que Guantánamo. Ahora no estoy tan seguro”, señaló el ex prisionero en una nota publicada por el sitio estadounidense AlterNet con el título “Guantanamo Was Even Worse Than I Realized” (“Guantánamo era todavía peor de lo que pensé”).

La revista estadounidense Harper´s reveló una verdadera cadena de encubrimientos para tapar las muertes de tres presos de Guantánamo en 2006, Manei al-Otaibi y Yasser al-Zahrani, de Arabia Saudita y Ali al-Salami de Yemen. La investigación menciona que incluso cuatro guardias de Camp Delta de la Inteligencia Militar de los Estados Unidos, entre ellos un sargento, se habían mostrado en desacuerdo con la versión oficial.

Actualmente quedan 192 prisioneros en la base estadounidense de Guantánamo. Menos de 50 fueron liberados desde que Obama asumió el gobierno. Estados Unidos no es el único responsable de esta situación. Diez países europeos aceptaron el traslado de detenidos, y de hecho, una atrocidad legal a esta escala no podría siquiera existir sin el silencio cómplice de la denominada “comunidad internacional”. Guantánamo se convirtió en campo de detención en 2002, durante el brote paranoide de George W. Bush tras los atentados de septiembre de 2001. Y allí permanece, abierta y funcionando pese a las promesas, como una suerte de monumento a la continuidad de la era Bush, como el más crudo testimonio de la impotencia de Obama frente al poder real. Por eso, el presidente ni mencionó el tema durante su esperado discurso del martes 26, el denominado  "El Estado de la Unión".

La última liberación de prisioneros se produjo la semana pasada, según reveló en su edición del 26 de febrero el Miami Herald: tres fueron trasladados a la pulcra y perfecta Suiza, y un cuarto a Eslovaquia. Pero unos 50 prisioneros continúan en el limbo legal, y oficialmente se anunció que así seguirán. Una nota publicada en el sitio AlterNet y firmada por Liliana Segura reproduce declaraciones del departamento de Justicia de los Estados Unidos en las que se reconoce que esos 50 detenidos “seguirán detenidos indefinidamente, sin acusación ni juicio”. Y uno de los motivos por los cuales se evita llevarlos a juicios resulta especialmente revelador: de realizarse un juicio, se desnudaría el hecho de que las supuestas “evidencias” fueron obtenidas bajo tortura.

En el Congreso de los Estados Unidos, mientras algunos legisladores, como por ejemplo el demócrata Patrick Leahy, calificó a Guantánamo como “una desgracia nacional” y “un agujero negro que deshonra nuestros principios”, otros impulsan un cambio en la legislación para suspender oficialmente los derechos constitucionales a los sospechosos de terrorismo a solicitud de los oficiales de inteligencia. O sea que desean blanquear y poner por escrito lo que ya viene sucediendo.

La fecha señalada por Obama para el cierre de Guantánamo coincidió con la conmemoración de la liberación del campo de Auschwitz hace 65 años. Pero Guantánamo sigue allí, y quienes liberaron Auschwitz hoy miran para otro lado, en el mejor de los casos, o bien cometen sus propias atrocidades, en el peor. “Confío que será cerrada dentro del mandato de Obama”, dijo a Reuters el 27 de enero Daniel Fried, enviado especial del gobierno de Obama para arbitrar el cierre. Pero allí siguen las figuras naranja, postradas, humilladas dentro de jaulas, torturadas con ferocidad en nombre de la seguridad, la democracia y la paz. Allí sigue también, a la entrada del Museo del Holocausto en Berlín, la frase de Primo Levi sobre la repetición del Holocausto. Luego de ofrecer al mundo un testimonio definitivo sobre Auschwitz, Levi decidió poner fin a su vida. Los pomposos homenajes que cada año se realizan para honrar a las víctimas de la Shoá se perdieron un invitado de fuste. Levi no quiso ser de la partida. Dijo lo suyo y se arrojó al vacío
 

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