En 1729, el escritor irlandés Jonathan Swift daba a conocer su ensayo satírico “Una modesta proposición”, dura crítica al colonialismo inglés que sojuzgaba su patria. Irónico y sarcástico en extremo, el autor propone que los pobres campesinos irlandeses explotados les vendan sus hijos a sus explotadores, los terratenientes británicos, para que estos los usen como alimento. La situación de Haití solicita una denuncia igualmente virulenta: en medio de la “ayuda humanitaria” se están produciendo secuestros, tráfico de niños y abusos de todo tipo. La hipocresía, la frivolidad, la mala conciencia y el imperialismo siguen haciendo estragos. Y la “solidaridad”, que implica una relación más horizontal, menos asimétrica, languidece entre las ruinas.

“Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout”, escribió Swift, con indignación y humor negro, para denunciar cómo los grandes terratenientes ingleses explotaban a los pequeños campesinos de Irlanda. Y sus palabras produjeron un escándalo, pese a que en el siglo XVIII no se hablaba de “corrección política” en el sentido en que se lo hace hoy para designar ese corpus de actitudes, ideas, planteos, gestos y prejuicios con los que se intenta cubrir, como quien esparce una leve pátina de progresismo, posiciones políticas que, en lo profundo, poco tienen de progresistas. Sin llegar a ser un relato coherente, la “corrección política” cuida las formas, pero no el fondo. Parece ser el modesto producto de los planteos ideológicos que predican el fin de las ideologías y los grandes relatos. Es una máscara, un pequeño relato ahistórico que se apoya en valores eternos como el “humanitarismo” y que nunca reconoce los factores históricos de las tragedias, y así promueve una “solidaridad” universal, sin fisuras. Pero con el correr de los tiempos y las desgracias, la realidad social se impone, arranca las máscaras, y deja al descubierto que, lejos de la “solidaridad”, se despliega en Haití la lógica de las aves carroñeras, y una relación de amo-esclavos que ya tiene siglos de vigencia.

Los buitres vuelan en círculos sobre las ruinas de Haití. Las empresas multinacionales ya sacan cuentas y se disputan los contratos para la reconstrucción, los abusadores de niños se relamen con la posibilidad de comprarse uno vía Internet y que se lo entregue un delivery, sin tener que ir hasta esa isla que tan mal huele, en la propia puerta de su domicilio, acaso ubicado en algún país de ese primer mundo hoy tan movilizado por la tragedia. Obama, Bush y Clinton se mostraron juntos para la foto, para propalar la moraleja habitual en estos casos, la que dice: “Nos unimos por la desgracia, deponemos nuestras diferencias”. Tal vez, en realidad, sería necesaria la brutalidad de Swift, su ironía corrosiva, para recordar en este momento, más que nunca, las enormes diferencias sociales que hicieron posible la destrucción de Haití.

Haití es un buen ejemplo de los límites de la “corrección política” y el humanitarismo de los poderosos. Y lo que se ve debajo de las caretas es bien desagradable. Haití sufrió el terremoto de una manera particular, devastadora para su sociedad, porque antes había sufrido otras calamidades, no naturales sino históricas: la conquista y colonización española primero, el feroz colonialismo francés después, y el barbárico imperialismo estadounidense más recientemente. Las naciones desarrolladas y la denominada “comunidad internacional” son responsables directos de la postración del pueblo de Haití.

Por estos días, repugna que esos mismos actores se presenten como “solidarios” salvadores. En todo caso, son amos culposos que se lamentan por el estado de sus víctimas y que van a palmearles la espalda y, de paso, hacen algún negocio. Siempre terminan mostrando la hilacha. Y esas hilachas chorrean barro y sangre.

Detrás de la máscara humanitaria, hoy se denuncian nuevos abusos contra el sufrido pueblo haitiano: malos tratos por parte de las tropas de los Estados Unidos (que, de paso, invadió con más de 15 mil efectivos), el intento de tráfico de niños por parte de poderosos grupos evangélicos ultraconservadores también proveniente de los Estados Unidos, y hasta una serie de fotos grotescas protagonizadas por médicos portorriqueños en las que aparecían con armas o sonriendo mientras realizaban amputaciones.

Esa clase de “ayuda” no hace más que reafirmar la ideología conservadora, racista, de negación del otro, de falta de respeto a pueblos enteros que se consideran “fallidos”, indignos del derecho a la autodeterminación. La misma ideología imperial que subyace a las invasiones y los bombardeos, se hace presente en las “ayudas”.

Idénticas lacras denunciaba Swift hace más de 300 años. A través de su ironía implacable, el autor irlandés denunciaba la mirada colonialista, que consideraba inferiores a los irlandeses, poco dotados para el trabajo e incapaces de criar a sus propios hijos. Guiados por este mismo desprecio al otro, personas “humanitarias” se trasladaron a Haití para sacar de allí a los niños, si es necesario ilegalmente, “para buscarles un destino mejor”.

La policía en Haití arrestó a diez ciudadanos estadounidenses bajo sospecha de intentar sacar ilegalmente a 33 menores fuera del país, según informó BBC News. El grupo “humanitario y cristiano” forma parte de la organización de caridad llamada New Life Children’s Refuge (Refugio para niños Nueva Vida), que pertenece al grupo evangélico de la Iglesia Bautista del Valle Central en el estado de Idaho, Estados Unidos, una organización muy poderosa tanto desde el punto de vista económico como político. “Esto es un secuestro, no una adopción”, afirmó el ministro de Asuntos Sociales de Haití, Yves Christallin, según un reporte de la agencia AFP que reproduce BBC News. La policía haitiana sostuvo que los estadounidenses “no contaban con los documentos que los autorizaban a transportar menores fuera del país”. Para evitar hechos como estos, que no son aislados, Haití impuso nuevos controles sobre la adopción para evitar el tráfico infantil después del terremoto del 12 de enero que cobró la vida de hasta 200 mil personas.

En este contexto, la ONU insistió en su temor de que los niños haitianos huérfanos o que quedaron separados de sus familias a causa del terremoto sean víctimas de secuestro, venta, tráfico o esclavitud en la actual situación de inseguridad que vive Haití, según publicó la agencia EFE.

Expertos sobre las formas modernas de esclavitud dijeron que los niños que han sido confiados por sus padres a terceros, en vista de que no pueden mantenerles, y que les prometen cubrir las necesidades de sus hijos también corren el riesgo de sufrir esas situaciones de abuso. “Los menores no acompañados son particularmente vulnerables, y es esencial que, hasta donde sea posible, sean registrados, buscados y reunidos con sus familias”, dijeron los expertos de la ONU en un comunicado. “Durante los trabajos de evacuación, es imperativo evitar la separación innecesaria de las familias, lo que pone a los niños en grave riesgo, agrava su trauma y dificulta su recuperación y reintegración”, añadieron, al tiempo que saludaron la iniciativa de la ONU en Haití para crear una célula dedicada a la “Protección de los Niños”, uno de cuyos objetivos prioritarios es registrar a los menores de cinco años.

Como aves de rapiña entre las ruinas, están quienes hacen negocios, quienes aprovechan el caos para abusar de los más débiles y además, los que se divierten y se sacan fotos junto a las fuerzas de seguridad, jugando con sus armas, o bien junto a los heridos, en el momento de realizar amputaciones. El humor negro de Swift denunciaba abusos del poder, y se ponía del lado de los oprimidos. Los médicos portorriqueños que posaron para las fotos, en cambio, se abusaron de una situación de poder para dar rienda suelta al humor negro del lado de los poderosos. Esas fotos “insensibles y explícitas” que fueron difundidas a través de Internet por los propios médicos voluntarios que acudieron a la región de Jimaní, en República Dominicana, en representación del Senado de Puerto Rico a atender a haitianos afectados por el terremoto, causaron gran revuelo, según se informó en el diario El Nuevo Día de Puerto Rico. Acaso tanto escándalo tenga que ver con que las fotos desnudan el revés oculto de toda esta situación, lo inconfesable, la actitud de desprecio y superioridad que está detrás de la supuesta “solidaridad”, concepto que implica una relación horizontal y no la de amo-esclavo que nos devuelven las fotos de Haití, donde la ayuda se arroja siempre desde lo alto, para que los pobres, siempre debajo, esperando, hambrientos, ofrezcan el obsceno espectáculo de luchar por los víveres. De algún modo, en Haití se pone en escena en forma abierta la relación entre opresores y oprimidos, y la concepción de ayuda solidaria que es funcional al sistema, porque lo refuerza. Muchas personas honestas, solidarias y bien intencionadas luchan hoy por ayudar al pueblo de Haití. Tienen que lidiar contra el hedor, el hambre, la sed, los Marines, y la peste, entre otras calamidades. Sobre ellos, describiendo círculos, acechan hambrientos los buitres.

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