Todas las encuestas coinciden en que la candidata del PT y continuadora de las políticas de Lula, Dilma Rousseff, ganará en primera vuelta las elecciones presidenciales de Brasil el 3 de octubre, pese a la prédica de la Red O Globo y los demás medios concentrados. Lula deja el cargo el 31 de diciembre tras ocho años de gobierno con un nivel de aceptación récord: entre el 70 y el 80 por ciento. No es ésta la única cifra que explica la ventaja de Dilma y la impotencia de los medios para torcer las preferencias de las mayorías. También hay que fijarse en los índices sobre pobreza, trabajo y reparto de la renta.
Los medios concentrados, la nueva derecha de América latina, pueden mentir, confundir, difamar, trabar, pero todo indica que no son capaces de torcer la voluntad de enormes mayorías que se vieron beneficiadas con políticas inclusivas y con un nuevo papel del Estado. Durante los primeros siete años de gobierno de Lula, unos 20 millones de brasileños salieron de la pobreza y se incorporaron a la clase media, sobre una población total de 190 millones de habitantes, por ejemplo.
En el primer mandato de Lula, el Programa Hambre Cero (con subsidios de entre 22 y 110 dólares por mes en 2007) hizo retroceder la desnutrición infantil en un 46 por ciento. En la paupérrima región Nordeste del Brasil, allí donde el propio Lula padeció hambre en su rancho de adobe natal, la desnutrición bajó un 74 por ciento. Quizás por estas impactantes cifras, en mayo de 2010, el Programa Alimentario Mundial de la ONU distinguió a Lula como “Campeón Mundial de la Lucha contra el Hambre”.
Brasil, pese a estos avances, sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo, pero un poco menos, y en este caso, ese “poco” es la diferencia entre la vida y la muerte para decenas de miles de personas.
En los dos mandatos de Lula se crearon 14 millones de puestos de trabajo. El desempleo alcanza hoy en Brasil el 6,7 por ciento, el menor índice desde 2002. Y el salario mínimo creció un 53,60 por ciento por encima de la inflación. Durante el mismo período, la participación de los trabajadores en la renta nacional pasó del 40 por ciento en 2000 al 43,60 por ciento en 2009.
La Bolsa Familia, otro de los planes de ayuda alimentaria implementados por el gobierno de Lula (unos 50 dólares por mes), benefició a unos 12 millones de hogares, lo que significa más de 40 millones de personas. Las cifras marcan un nuevo papel del Estado como regulador de la economía y una ruptura profunda con el paradigma neoliberal.
La sucesora
Militante, ex guerrillera, funcionaria de Lula, Dilma Roussef proviene de una familia acaudalada de Belo Horizonte. Experiencia de gestión le sobra. Fue secretaria de Economía y Energía en Rio Grande do Sul, y luego Ministra de Minas y Energía de Lula. Desde este Ministerio, clave en el Brasil, manejó con mano de hierro una dura puja contra las gigantescas empresas multinacionales de la energía, logrando imponer un mayor peso del Estado en el manejo de las millonarias reservas petroleras halladas en el litoral marítimo. En 2005 Lula la eligió como Jefa de la Casa Civil, cartera desde la que manejó las riendas del Gabinete, como una virtual Primera Ministra, hasta 2009, cuando se lanzó a la candidatura presidencial.
Se afilió al Partido de los Trabajadores (PT) a comienzos de esta década. No tiene peso propio en el partido y ninguna de sus líneas la impulsó, pero de a poco, con un perfil tecnocrático primero, fue creciendo en intención de voto y hoy todo indica que será la nueva presidenta del Brasil, pese a las virulentas campañas en su contra desplegadas por los medios concentrados. De hecho, Lula intentó cambiar el sistema de medios con una nueva ley, pero no pudo. Las ocho familias que controlan los grandes medios del Brasil ganaron la partida, por ahora, y es ésta una de las cuentas pendientes que le quedan a Dilma, que sufrió en carne propia el embate mediático.
Desde el propio PT, y desde otras agrupaciones de izquierda, se acusa a Lula de haber tergiversado el plan original de su partido. Se le reprocha no haber hecho la reforma agraria, se lo acusa de haber transado con los poderosos y limitarse a llevar adelante una política reformista y asistencialista. Varias de estas acusaciones lucen ciertas y justas, si se compara el programa inicial del PT con algunas medidas de Lula, pero también es cierto que quienes sostienen estas certeras críticas apenas tienen apoyo electoral y se conforman con una posición testimonial, loable, didáctica y necesaria, aunque relegada a los márgenes de la puja por el poder real. Porque este domingo se juega en Brasil, entre otras cosas, buena parte del futuro de la región.