Néstor Kirchner significó para la política internacional argentina un cambio de paradigma en favor de la liberación y la dignidad. El ex presidente impulsó con decisión el Mercosur y la Unasur, ayudando a construir así la necesaria alternativa a una OEA siempre al servicio de los EE.UU. Además, le puso freno al imperio estadounidense diciéndole “no” al ALCA, un hecho histórico que marcó un antes y un después. Por estas y otras tantas contribuciones, el continente lo despide como a un líder.
Hoy América latina es otro subcontinente, más libre, más justo, menos desigual, más soberano y más respetado en todo el mundo. Poco quedó del Consenso de Washington, que marcó los años 90. América latina ya no es el patio trasero del imperio estadounidense. El FMI ya no maneja a su antojo los presupuestos de los países latinoamericanos. Hay hoy otros paradigmas, otros aires, otra ideología. Y la política volvió a ocupar el centro de la escena. En este proceso de cambio continental, Néstor Kirchner ocupó un lugar protagónico, fundamental, que por estas horas está siendo reconocido en todos los rincones del planeta, incluso por sus adversarios.
En medio de la prédica de la oposición argentina, que por entonces alentaba, y todavía alienta, una ruptura con el Brasil, en 2004 Kirchner viajó a Rio de Janeiro para reunirse con Lula: allí, en esa reunión, ambos mandatarios lapidaron las ínfulas imperialistas del FMI, y además acordaron oponerse al ALBA, el tratado comercial diseñado por George Bush padre y continuado por su hijo, George W. Bush, para perpetuar la situación imperial y hundir al continente en la dependencia. (Carlos Menem, hijo putativo de Bush y del Consenso de Washington, había apoyado el ALCA). Aquella decisión de Kirchner y Lula fue un hecho histórico, que cambió el rumbo de todo el continente. Y lo tuvo como uno de los protagonistas fundamentales.
La irrupción de la Unasur también significó un cambio revolucionario, como quedó demostrado en cada una de las crisis en que la agrupación debió actuar. Los lentos reflejos de la OEA, que se había convertido ya hacía décadas en una suerte de careta lenta e idiota detrás de la cual estaba el imperio estadounidense, quedaron atrás, superados por una nueva alternativa que no se demora en denominar “golpes” a los golpes, y se moviliza en forma decidida a favor de la institucionalidad en los países del continente, como se demostró ante el intento de golpe en Ecuador.
Hoy se desarrollan y profundizan procesos de cambio en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Uruguay y Argentina. Son el resultado de una construcción colectiva, lenta, esforzada. Y si la región se vio menos afectada por la crisis financiera de 2008-2009 que por las anteriores, esto se debió claramente a este cambio de paradigma. Néstor Kirchner y Cristina Fernández son reconocidos, fundamentalmente en el exterior, como líderes indiscutidos de esos procesos. Desgraciadamente, aquellos ciudadanos argentinos que todavía son rehenes de los medios concentrados no tienen acceso a esta información, pero lo cierto es que la Argentina ha pasado a ocupar desde 2003 un lugar distinto, muy distinto en todo el mundo. La política de derechos humanos de la Argentina es un ejemplo mundial, y los organismos de derechos humanos de España buscan en nuestro país la justicia que se les niega en su propio país para juzgar a los genocidas franquistas, por citar un ejemplo notable. Cuando Néstor Kirchner mandó descolgar el cuadro del genocida Videla, todo el continente que lucha por la liberación se sintió victorioso, reconocido, reivindicado. "Ay mi querida Cristina…Cuánto dolor! Qué gran pérdida sufre la Argentina y Nuestra América! Viva Kirchner para siempre!, expresó el presidente venezolano, Hugo Chávez, y sus palabras representan a millones de militantes en toda la América libre, la que lucha.