Distendidos, Rossi, Heller y Sabbatella comparten espacio.
Distendidos, Rossi, Heller y Sabbatella comparten espacio.

La extendida y malintencionada tesis que atribuye las políticas socio-económica y de derechos humanos del kirchnerismo a un oportunismo de coyuntura, más propias del olfato de un líder que descubrió el “negocio” de aplicarlas que de profundas convicciones, vuelve como un bumerán contra algunos de sus más conspicuos propaladores.

Agustín Rossi acaba de sacar a la luz un polémico pero ineludible postulado: en Santa Fe, “quienes aparecían como progresistas en los ‘90 hoy quedaron como conservadores”, a propósito del juego de alianzas que socialistas y radicales diseñan para dar pelea en las presidenciales de octubre. ¿Habrá sido “negocio” presentarse como progresistas durante el menemismo?
 

El interesante disparador que el Chivo echó a rodar merece discusión y análisis. Cuando el diputado nacional y candidato a gobernador del Frente Santa Fe para Todos Agustín Rossi dijo que en esta provincia “quienes aparecían como progresistas en los ‘90 hoy quedaron como conservadores”, a nadie del auditorio sorprendió que, acto seguido, completara la definición con lo que considera son sus causas: “Gracias a las gestiones de Néstor y Cristina (Kirchner) ha crecido en la Argentina el piso del progresismo”.

El Chivo participó este miércoles por la noche en Rosario del lanzamiento del espacio Nuevo Encuentro, junto a los diputados Martín Sabbatella –su mentor y líder– y Carlos Heller, y fue en ese marco que atendió al Frente Progresista, Cívico y Social que encabeza el gobernador Hermes Binner: “Una fuerza política no se define sólo por lo que expresa discursivamente, sino también por cuál es su punto de acumulación política”, sentenció. No es una novedad lo dicho, pero el actual contexto político le otorga relieve y densidad inusuales.

Para socialistas y radicales, sobre todo desde el advenimiento de Carlos Reutemann en 1991, no fue difícil ubicarse en la franja ubicada del centro hacia la izquierda en el mapa político santafesino y, con los matices propios de cada una de esas fuerzas –que no siempre confluyeron juntas en los procesos electorales– construyeron un relato poblado de conceptos “progresistas”, fuertemente influenciados por pensadores de la socialdemocracia europea, que ya gobernaba en forma alternativa, con mayor o menor éxito, en diversos países del Viejo Mundo.

Es justo decir que de los dos socios fue el partido de la rosa el que más aportó en lo que respecta al marco teórico. La “construcción de ciudadanía”, la permanente proclama a favor de mejorar la “calidad institucional”, las prácticas talleristas a partir de la creación de institutos programáticos que alentaban la “participación ciudadana”, la apelación sistemática a la necesidad de recrear los vínculos entre la “transparencia” y la política, la promoción de prácticas de control de gestión y de programas anticorrupción, y la conformación de estructuras de gestión descentralizada, cuyo principal laboratorio experimental fue la ciudad de Rosario desde el momento en que Binner accedió a la Intendencia fueron los cimientos discursivos con que los “progresistas” de ayer edificaron una especie de catedral laica en la que aplicados seminaristas se preparaban para gobernar hoy. Y llegó la hora de gobernar algo más que la gran ciudad. La oportunidad esperada y soñada desde aquellos jóvenes tiempos universitarios en los que la venta de pastelitos y el celoso gerenciamiento de los recursos que dejaban las fotocopiadoras ayudaban a financiar la formación de cuadros. Pero volvamos a los ’90.

Tanto despliegue teórico, pero fundamentalmente el desafío que representaba la llegada del socialismo al Palacio de los Leones, obligó al peronismo, principal opositor, a ensayar una trama que interpelara políticamente a ese atractivo corpus de ideas. Rápidamente se estableció una dialéctica que tuvo a la distancia entre teoría y praxis como escenario casi exclusivo.

Sin embargo, las críticas del peronismo, que se esforzó en mostrar que la mayoría de esos enunciados y programas constituían en verdad una suerte de cascarones vacíos que enmascaraban la casi nula vocación de la cerrada y sectaria de la estructura partidaria socialista por generar reales niveles de participación cayeron por lo general en saco roto, principalmente por provenir de un justicialismo que entonces acompañaba acríticamente el modelo neoliberal impuesto por Carlos Menem.

¿Era fácil ser “progresista” en los ’90? Parece que con el diario del Siglo XXI bajo la axila la respuesta es sí. A pocos organismos de DDHH se les escapaba en los ’90 que el socialismo y el radicalismo tenían un abordaje más que tibio respecto de las demandas de Verdad y Justicia, que eran morosos a la hora de ejecutar acciones reparadoras –recordar las ignominiosas prórrogas que el socialismo otorgó a los dueños de Rock & Feller’s, demorando la creación del Museo de la Memoria–, y que la falta de compromiso de sus cuadros para enfrentar a la dictadura contrastaban con la apabullante miríada de muertos y desaparecidos de otras fuerzas a manos de la dictadura genocida.

La declamada “transparencia” chocó como un tren contra la pared que Binner levantó ladrillo a ladrillo con el objetivo de neutralizar a los organismos de contralor de gestión. Su administración desmontó con precisión quirúrgica las atribuciones que originalmente tenía el Tribunal Municipal de Cuentas, en particular aquellas que le permitían llevar a sede judicial los casos de corrupción que eventualmente detectara, le quitó recursos e infraestructura, reduciéndolo a un órgano elaborador de dictámenes que alimentaron aisladas investigaciones periodísticas pero que pocas veces tuvieron consecuencias judiciales.

Como ya se dijo, al socialismo y su socia menor, la UCR, les llegó la hora de gobernar la provincia de Santa Fe, exactamente siete meses después de la asunción de Néstor Kirchner, quien a poco de ocupar su despacho en la Casa Rosada mostró que podía constituirse en el ejecutor más impiadoso de una agenda verdaderamente progresista. Y allí empezaron los problemas para los “progresistas”, descolocados ante tamaño impulso y frente a la desmesurada voluntad por reparar el daño provocado por el neoliberalismo de Menem y la Alianza que supo tener a Binner como uno de sus destacados puntales.

Este miércoles, Rossi felicitó a Sabbatella y Heller “por esta nueva fuerza política que es Nuevo Encuentro”, y sostuvo, sin siquiera nombrar a socialistas o radicales, aquello de que “una fuerza política no se define sólo por lo expresa discursivamente, sino que también por cuál es su punto de acumulación política”. Acomodándose en la silla, el Chivo volvió a la carga: “Una fuerza política que podía presentarse como progresista en los 90, del 2003 a hoy aparece como conservadora porque simplemente le cambiaron el marco de referencia”.

Y eso es lo que le pasó a los “progresistas”. Durante el conflicto entre el Gobierno de Cristina Fernández y la Mesa de Enlace por la 125 no dudaron en prestar el balcón de la Casa Gris a esas rancias instituciones, consolidaron a través de grandes negocios la relación con los grupos mediáticos monopólicos como Clarín y La Nación, reeditaron su vieja relación con los organismos de crédito internacionales como el Banco Mundial y el BID, endeudándose para ejecutar obra pública o financiar el gasto corriente, llevaron a la Justicia sus reclamos de mayor coparticipación, en desmedro de las provincias que poseen menos recursos naturales, y cuestionan desde un infantil reclamo de “consenso” las lógicas pulseadas entre el Estado central y las corporaciones, cuando las políticas públicas afectan los intereses de estas últimas.

“Lo que pasó en esta provincia es que quienes aparecían como progresistas en los noventa hoy quedaron como conservadores”, disparó Rossi, arrojando sus cartas a la mesa. Que Alfonsín llegue a octubre de la mano de Javier González Fraga, y que Binner no sienta culpa por tener al PDP en sus filas y se apreste a definir una fórmula que no será menos gorila que la diseñada entre Ricardito y el Colorado Francisco de Narváez quedará, luego de los comicios presidenciales, en los oscuros anaqueles donde duermen las anécdotas menores. Pero la frustración de vastos sectores de la sociedad que en algún momento se ilusionaron ante la posibilidad de que todo lo dicho en épocas en que el despliegue teórico contrastaba con la obscena entrega del patrimonio nacional que ejecutaron Menem y la Alianza “progresista”, tiene otro peso y cotiza, seguramente, en el territorio que más temen quienes saben que las máscaras, al fin, terminan cayendo: las urnas.

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