El lado duro de todo ajuste: palos y balas.
El lado duro de todo ajuste: palos y balas.

Los mercados respiran aliviados, pero aquí en la plaza Syntagma no se puede respirar. Y lo que menos produce intentarlo es alivio. Los ojos se enrojecen y chorrean densas lágrimas, los estornudos son violentos, la piel arde y las vías respiratorias se inflaman. Frente al Parlamento, que finalmente aprobó el nuevo ajuste, en la plaza cuyo nombre significa “Constitución”, no es posible manifestar sin barbijo o máscara antigás. Desde lo alto, la Acrópolis parece observar azorada lo que sucede en la conocida como “cuna de la Democracia”.

El metro fue el único transporte público que funcionó con normalidad este miércoles en Atenas. Y con sólo asomar las narices a la superficie, en la estación Syntagma, era posible percibir que fuertes olores, colores y sonidos poblaban el aire en ese sector de la ciudad. Las consignas gritadas por decenas de miles de personas atronaban. Las discusiones entre los manifestantes, también a gritos, se mezclaban con los estallidos de las bombas y las granadas de gases. Y además, como marcando un pulso, se enseñoreaba el sonido seco, duro, de una alquimia que a golpes de martillo convertía a los mármoles de la plaza en enormes trozos de indignación para arrojar a los policías.

La batalla duró prácticamente todo el día. Avances y retrocesos, una y otra vez, policías y manifestantes. Piedras, palos, y las granadas antimotines made in USA que convertían el aire en una suerte de fuego transparente y perverso que se mete por la nariz. Bancos incendiados, y no sólo los de la plaza, sino también entidades financieras, paradas de colectivos hechas añicos, un camión de exteriores de un canal de TV calcinado, devenido atalaya. Metamorfosis es una palabra griega que se utiliza muy cotidianamente aquí. Hay una iglesia con ese nombre, y se lee en grandes camiones, donde tiene el significado de “mudanza”. En Syntagma se operaba una alquimia violenta que metamorfoseó toda la zona en campo de guerra, guerra social, de ajustazo neoliberal, bancos contra ciudadanos indignados, bancos representados por palos y humo asfixiante.

Los vaporizadores también transmutaron. Abandonaron las plantitas y las tareas del hogar y se convirtieron en herramienta de lucha. Los manifestantes se rocían la cara con un líquido blanco y bastante picante que minimiza los efectos del gas, que no es el típico lacrimógeno sino un superador invento anti riot del otro gran paradigma de democracia. Los barbijos cuestan un euro, pero muchos utilizan enormes máscaras antigás que los convierten en astronautas o extraterrestres. El líquido pinta la cara de blanco. Cuando se quitan los barbijos, de hecho con ellos también cuesta respirar, los carapintadas, de blanco, parecen mimos o geishas.

Señoras con la bolsa de los mandados y la obligatoria máscara increpan a los policías dándoles largos discursos a grito pelado. Señores mayores intentan detener a los jóvenes para que no carguen contra la policía. No siempre lo consiguen. ¿Cómo se dirá "Quebracho" en griego? Circula por aquí la versión de que los más violentos, los que rompen la plaza y los bancos, son servicios que trabajan para el gobierno con el fin de justificar la represión. Los “indignados”, los acampantes más pacíficos, inspirados en el movimiento español, se diferencian de los rompebancos cuantas veces pueden.

Bajo la Acrópolis, personas de un mismo pueblo, policías y manifestantes, se revientan a palazos y piedrazos, se ahogan, se insultan, tosen. Lejos de allí, los banqueros respiran aliviados.

Fotos: Pablo Bilsky

 

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